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DESOLACIÓN DE LOS ÁNGELES
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El Lobo Negro.

  Primogénito del caudillo, héroe de las tribus unidas y general de las fuerzas quiméricas. De lo que quedaba de ellas.

  Zeref.

  Estaba de pie en el pasillo, elegante e imperturbable, con una de sus túnicas negras sin una sola arruga y el sedoso pelo negro revuelto. El pelo negro ocultaba su juventud --la juventud de su cuerpo, al menos-- Su alma tenía cientos de años y había soportado una guerra infinita y más muertes de las que era posible contar, muchas de ellas en carne propia. Pero si cuerpo estaba en la flor de la vida, poderoso y bello como un magnífico ejemplo de la destreza de Acnologia.

  Tenía un aspecto altamente humano y había sido fabricado según sus propias especificaciones: humano a primera vista, pero con detalles animales. Si sensual sonrisa humana revelaba unos afilados caninos, sus robustas manos estaban rematadas con negras garras y, a final de la espalda baja sobresalía una hermosa cola de lobo negra. Era muy atractivo --de un modo tosco y refinado a la vez, y con un trasfondo salvaje que Lucy percibía como un peligro latente cada vez que estaba cerca de él--.

  Y con razón, teniendo en cuenta su historia.

  Ahora lucía marcas que no tenía cuando ella lo conoció siendo Ashley. Un corte cicatrizado partía una de sus cejas y ascendía por encima de la línea del pelo: otro interrumpía el extremo de su mandíbula y bajaba por el cuello, dirigiendo la mirada a lo largo del trapecio hasta la suave línea de sus hombros, rectos, voluminosos y fuertes.

  No había salido ileso de las últimas y brutales batallas de la guerra, pero estaba vivo y, si era posible, más hermoso aún gracias a las cicatrices que lo hacían parecer más real. Ahora, en la puerta de Lucy, parecía demasiado real, demasiado cercano, demasiado elegante, demasiado presente. El Lobo Negro siempre había sido grandioso.

  - ¿No puedes dormir? - preguntó él. El diente descansaba en su palma ahuecada, pero no se lo ofreció.

  - Dormir - respondió Lucy - Que gracioso, ¿la gente aún hace eso?

  - Sí - dijo él - Sí pueden - había compasión en su mirada, ¡compasión! cuando añadió suavemente - Yo también las tengo.

  Lucy no tenía ni idea de a qué se refería, pero su dulzura la enfureció.

  - Pesadillas - aclaró Zeref.

  Ah. Eso.

  - Yo no tengo pesadillas - mintió ella.

  Zeref no se dejó engañar.

  - Tienes que cuidarte, Lucy. O... - dirigió la mirada hacia la habitación - dejar que otros te cuiden.

  Lucy trató de llenar el hueco de la puerta para que ningún espacio pudiera ser interpretado como una invitación para entrar.

  - No pasa nada - dijo ella - Estoy bien.

  De todos modos, él se aproximó para obligarla a retroceder o tolerar su cercanía. Lucy se mantuvo firme. Zeref estaba recién afeitado y olía ligeramente, agradablemente, a almizcle. Cómo lograba estar siempre impecable en aquel palacio de tierra era algo que Lucy ignoraba.

  Bueno no. lo sabía. No había ninguna quimera que no se rebajara gustosamente a atender las necesidades del Lobo Negro. Incluso sospechaba que Minerva, la escolta de Zeref, le cepillaba el pelo. Él apenas tenía que verbalizar sus deseos; se preveían y satisfacían al instante.

Días d Sangre y Resplandor #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora