Capítulo 16: Pan y Vino

1.7K 214 7
                                    











HALERYS TOMO UNA LARGA RESPIRACIÓN BUSCANDO TODA LA VALENTIA, que sabia, habitaba en su cuerpo. Entrelazo sus manos delante de su abdomen mientras sentía cómo las hebras de su cabello acariciaban las partes de su piel que el vestido no cubría. Le habían trenzado la parte de arriba de su pelo en un tocado delicado, apenas le pusieron joyería sobre su cuerpo y todo lo que podia notar era el aroma a aceites y mora que desprendía su piel debido al baño. Clavo la mirada violeta en las puertas delante de ella oyendo los murmullos de los presentes del otro lado, había estado en un evento multitudinario cuando tomo su lugar como Señora de Harrenhal, y aunque no había muchas personas diferentes, el evento en si lo era. 

Estaba por contraer nupcias con el enemigo. En aquel mundo, en aquellas años y siendo una mujer, casarse era como renunciar a su autonomía. Halerys sonrió levemente antes de que el vocero comenzara a presentarle. Al menos sabia a ciencia cierta que no iba a ser una esposa idónea. 

Cuando las puertas se abrieron, la joven pudo apreciar como el gran salón de Harrenhal se hallaba abarrotado de largas mesas, rostros conocidos y otros no tantos. Pese a que había un ambiente de tensión, la dicha propia de una festividad no estaba ausente; algunos hombres bebían, algunas mujeres jugaban con sus tocados de cabello, y Halerys solo podia contener todas las emociones dentro de si para caminar aquel largo pasillo hasta llegar frente a la mesa principal, delante de la cual, un príncipe Targaryen le esperaba. Se detuvo a su lado a regañadientes cuando llego y este lanzo una pequeña mirada a los presentes antes de elevar ligeramente la comisura de su labio. Ambos observaron al maestre que se poso delante de ellos. 

Los ojos violetas de Halerys se movieron hacia Aemond: era la primera vez que le veía luego de lo que había pasado con su dragón y no estaba segura de como se hallaba el terreno que estaba pisando. Había evaluado seriamente sus opciones mientras las doncellas le preparaban y realmente no tenía mucho, porque incluso estando rodeada de aliados, sus manos estaban atadas entre si.  ──Lo siento... ── expreso en voz baja mientras el maestre se preocupaba por acomodar las cosas para la estúpida boda al estilo de la fe de los siete. El príncipe le miro de costado.  ──Por tu dragón. 

Cuando Aemond rio, y estiro la mano para tenderle una flor azul, Halerys frunció el ceño por la confusión que le atravesaba. Cuando tuvo la flor entre sus dedos la reconoció como una rosa de invierno, que solían entregarse durante los torneos a la doncella que se coronaba como reina del Amor y la Belleza. Sabía por lenguas sueltas que a ese príncipe en particular le importaban una mierda los torneos, así que debía darle un significado más privado a ese gesto. Quizás una contienda entre ambos. ──No fueron más que rasguños para Vaghar.  ── expresó antes de encogerse ligeramente de hombros, tan sutil que habría pasado imperceptible si no lo tuviera cerca.  ──Puedes hacerlo mejor la próxima vez. 

Aquello cayo como un balde agua fría sobre su cabeza. De alguna manera, el tono en él que lo había dicho aseguraba que era consciente de lo que ella iba a hacer antes de que lo hiciera. Como si fuera más listo, más letal y más competente que ella en varios aspectos. Halerys se sintió colérica. ──¿Disculpa? 

Aemond se acerco a ella levemente  ──¿Quieres saber que me dijo mi madre cuando me envió hacia Harrenhal? 

La joven Strong mordió su lengua unos segundos.  ──Ilumíname con su sabiduría. 

 ──Vas a casarte con una arpía guerrera así que debes estar siempre dos pasos adelante.  ── cito las supuestas palabras de la reina Alicent Hightower ──Creo que sirvió.  ── con una mueca volvió a su lugar. 

Pese a que quiso decir mucho, Halerys optó por el silencio que fue bien apreciado debido a que el maestre comenzó con la ceremonia. La fe los Siete auspiciaba aquella unión y se podía notar en la cantidad de cosas que portaban su simbología. La de cabello oscuro jamás había sido una ferviente creyente de los dioses, ni de los poderes divinos pero rogaba en aquellos momentos que si existía una presencia omnipotente, le ayudara. Claramente, no obtuvo respuesta alguna y se quedó sola con el sabor amargo en la parte posterior de su garganta. Evito hacer una mueca cuando las espinas de la rosa se le clavaron en los dedos al apretarla con fuerza, y la sangre comenzó a descender lentamente por sus manos.

No sé movió cuando Aemond tuvo que colocarle aquel estúpido manto sobre los hombros en un gesto de "protección" y ceremonia. Todo un espectáculo de pan y vino. El maestre, que parloteaba sin parar por un instante, torció la boca en una sonrisa antes de levantar levemente los brazos sabiendo que su discurso llegaba a un fin. ──...ahora y para siempre, les declaró marido y mujer. ── la sala se llenó de aplausos.

Halerys, recogió todos los pedazos de ira que había estado conteniendo dentro suyo y se volteo en dirección a quien era, en aquel instante, su esposo. Estiró sus manos y el príncipe Targaryen le sostuvo antes de acercarse peligrosamente. Cuando la joven Strong apretó su agarre, Aemond torció sus facciones en una mueca; las espinas le estaban lastimando. La sangre entonces, corría espesa en ambos sentidos.

El príncipe Targaryen fue consciente del brillo que recorrió la mirada violeta de la mujer y elevó una ceja ligeramente antes de pasear su ojo por sus facciones. ──¿Qué harás? ── indagó en voz baja, recriminandose a si mismo por pasear su atención en los labios de la contraria más de lo debido. Sabía que ella quería hacer algo, lo notaba en su postura y en la forma en la que mordía la parte interior de su labio inferior. La única verdad que podía admitir esa noche era que estaba cruelmente atraído hacia la belleza y presencia de la mujer. Quizás, desde el primer momento en el que la vio en las afueras de la Fortaleza con sus hombres detrás plantandole cara como si no fuera a ir contra el jinete del dragón más grande de Poniente. Parecía que los Strong además de fuertes eran estúpidos.

Entonces, ¿porque quería hundirse en esa estupidez tan desesperadamente? Era obvio que la mujer frente a sus ojos era un peligro y podía representar la caída de su casa, de su honor y de él mismo. Pero también, era obvio que había algo increíblemente irresistible en la idea de ser desafiado con tanta firmeza. Algo en aquella rebeldía e insistencia que le quería hacer acercarse para corroborar si pasar las yemas de los dedos sobre la piel de ella se iba a sentir tan bien como lo había imaginado fugazmente. ¿La cercanía momentáneamente aplicaría esa necesidad de tocarla, o al contrario, la haría crecer a borbotones?

Cuando Halerys soltó una de sus manos para llevar un dedo ensangrentado al labio inferior del contrario, Aemond perdió todo rastro de razón al ser consciente de lo quería hacer. Un gesto claro de una costumbre Valyria en una unión representativa de la casa del dragón. Era una forma de insultarlo a él, a su madre y a la fé de los Siete. Hacer eso con la fé podía traerle grandes problemas. La mano que aún le sostenía, tironeo de ella, y sus dedos abandonaron los contrarios para subir hasta su rostro.

Cuando Aemond sostuvo a Halerys por los costados de la cara, la sala pareció volverse en un silencio grotesco donde solo ellos dos se mantenían firmes. Pero ninguno se sentía completamente bien. Halerys dejo por fin de masacrar la piel del interior de su mejilla y Aemond bajo la mirada hacia sus labios solo para que ella expresión de burla volviera a aparecer como una máscara ante sus verdaderas emociones. El joven sintió un tirón en el abdomen, como una sensación de pura adrenalina y sus dedos se afianzaron ligeramente más fuerte a la piel de la mujer en un claro signo de contenerse a si mismo.

Dioses, quería besarla.

Cuando él se movió un poco, Halerys cerro los ojos por inercia y unos segundos después los volvió a abrir. Aemond sonreía como si hubiera ganado esa contienda silenciosa. Lo había hecho en algún punto.  ──¿Esperabas algo más? ── pregunto antes de apelar a su fuerza interna y separarse de aquel contacto. Antes de separarse de ella.

Un viento frío se movió hacia el cuerpo de la mujer cuando el príncipe se separó de ella y la hizo sentir más ridiculizada de lo que ya estaba. Lo había tenido todo: el control de su casa, el respeto de sus hombres. Poder.

¿Y en aquel momento que le quedaba?

Solo un enemigo que dormiría en su cama.














MIDNIGHT OF DRAGONS | AEMOND TARGARYENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora