Capítulo 27: La linea entre el odio y el deseo

1.1K 131 1
                                    




ERA MUY TARDE EN LA NOCHE CUANDO HALERYS RECORRIO SU CAMINO HACIA SU HABITACIÓN, apenas había terminado de acomodar a toda la población civil pero Harrenhal seguía bajo conmoción y el clima de guerra recorría cada rincón como una promesa austera de muerte sobre los hombros de cada hombre, mujer y niño de la región. Cuando se abrió paso en la habitación noto a las doncellas, y al maestre que parecían tomar cuidado de un príncipe Targaryen. Halerys noto que Aemond descansaba profundamente sobre la cama con el brazo vendado. El aroma de la leche de amapola se movía por el ambiente. Pensó en como estaba él, en que la había pasado durante combate pero enseguida esos pensamientos fueron reemplazados por ira, molestia y cansancio. 

──Mi señora... ── murmuro el Maestre Gillean mientras hacia una pequeña reverencia. Halerys camino hasta uno de los escritorios dejando su espada enfundada alli. 

──Váyanse, estoy cansada. ── pidió en un murmuro leve. Apoyo sus manos en el escritorio y tomo una respiración. Sentía el sudor pegándole la sangre y el barro al cuerpo. 

──Disculpe pero tenemos que cuidar de la salud del príncipe Aemond... 

Halerys giro levemente su cabeza hacia el viejo hombre. ──Maestre, puedo cuidar a mi esposo. ── la de cabello oscuro dijo con molestia en su tono de voz. Estaba harta de que le dijeran que podia o no hacer en su hogar. 

──No dudo que pueda, mi señora. ── el hombre pareció prepararse para discutirle aquello. ──Pero no hay guardias asignados esta noche y Sir Criston nos ha pedido... 

En una ataque de ira, Halerys se giro hacia el hombre sosteniéndolo fuertemente por las cadenas que siempre llevaba colgadas de su cuello, sintio el metal frio contra su piel caliente. ──Escúcheme una cosa, Maestre ──escupió sus palabras con veneno. ──Me importa un carajo lo que le haya dicho el hacedor de reyes de Criston Cole, yo soy señora de este puto lugar así que le ordeno que saque su trasero de mi habitación y que nos deje a mi y a mi esposo descansar luego de batalla. Recuerde a quién sirve y donde esta su lealtad. ── termino por decir y luego de unos segundos elevo una ceja. ──¿Necesitare su lengua en la punta de mi espada para que entienda? 

El hombre elevo las cejas con sorpresa y negó, minutos después, se había retirado de la habitación con las doncellas siguiéndole en silencio. Halerys volvió a reposar sus manos sobre el escritorio mientras tomaba largas respiraciones intentando calmarse. Había sido una noche larga y repleta de terror, sentía cada parte de su cuerpo recriminarle y retorcerse con dolor por la tensión. Estuvo largos minutos en el mismo lugar, con la mirada perdida entre sus manos ensangrentadas y el fuego chispeante de la chimenea. Luego de los sonidos que hacían los dragones volando en el cielo y la lluvia de fuego, el silencio tan mortal de una noche en la que ni siquiera los búhos querían asomarse le hacia retumbar la cabeza con pesar. 

Sostuvo su espada de un momento a otro y el sonido que hacia el acero cuando lo sacaba de su estuche irrumpió el aire. Se giro hacia la cama en la que yacía el Targaryen. Sus pasos fueron lentos y la espada se balanceo sobre la falda de su vestido roído por la batalla. Se detuvo a un lado de la cama observándole dormir; lucia pacifico aun con el aspecto intimidante que le daba ese estúpido parche sobre su ojo faltante, el cabello largo atrapado grácilmente detrás de sus hombros y la piel blanca de su pecho reluciendo debido a que le habían quitado la camisa para vendarle el brazo. La herida no parecia mucho, no en comparación con perder un ojo de niño- La sangre de la mujer Strong hirvió en su sangre al observarle dormir tan tranquilo producto de la leche de amapola. También hirvió por como se sintió al mirarlo. Estaba mal, todo con el y ella estaba mal. 

Que se jodan los Targaryen, pensó con ira. Que se jodan cada uno de ellos y sus estúpidos dragones de tres cabezas.  

Aquellos demonios de cabello claro no le habían traído más que desgracias a su familia. Primero la casi destrucción de su hogar por Aegon el Conquistador, luego la muerte de su padre y hermano, y ahora eso. Aemond Targaryen yaciendo en su cama. Los dragones atacando a su pueblo de noche. La lluvia de fuego. Que se jodan todos y cada uno, volvió a pensar presa de su propia emoción. 

El filo de la espada brillo cuando la elevo por sobre el cuerpo del Targaryen. Un solo golpe y estaría terminado, un solo golpe y le daría la muerte más indigna pero satisfactoria de los Siete Reinos, un solo golpe y se escribirían baladas sobre como una Strong asesino a un príncipe sin remordimiento alguno. Sobre como la noche se cernió sobre la luna para bañar sus mechones plateados en sangre. 

Un solo golpe y su gente sufriría las consecuencias pero... ¿no las estaban sufriendo ya? Jadeo. Apretó su mano a la empuñadura sabiendo como terminaría esa guerra interior. La espada tembló. Halerys tembló. Sintió una lagrima derramarse por su mejilla. Ella era una mujer honorable, su padre le había enseñado a serlo. Ella luchaba y no asesinaba de esa forma, no como si fuera una vil rata. Apretó los dientes tan fuerte que escucho el sonido que hicieron y respiro pesadamente. Miro a los ojos cerrados del hombre. ──Cuando mueras será mirando mis ojos, Targaryen. ── prometió antes de alejarse y bajar la espada con fuerza para dejarla caer en el suelo de piedra. Se acerco a la chimenea y se sentó frente a ella dejando que el fuego le reconfortara un poco. Elevo sus piernas y las abrazo apoyando el mentón en sus rodillas. 

Cerro sus ojos violetas e intento pensar, aclarar su mente. El aroma a las medicinas, y el saber que Aemond descansaba a metros suyos no se lo estaba haciendo fácil. Sabia que había una línea muy fina entre el odio y el deseo que sentía por el, y sabia también, que no debia dejar que aquel estúpido deseo carnal le nublara la vista de quien era él realmente. 

Él era el enemigo. Alguien que había asesinado a su propia sangre sin remordimiento alguno. Un verde. Alguien despreciable. Alguien que apoyaba a un usurpador. Alguien que apoyaba a su hermano. Alguien que luchaba con destreza. Alguien que dormía pacíficamente. Alguien que hablaba en un tono calmo y atrayente. Alguien que le había besado con pasión. Alguien a quien quería besar de nuevo. Quería asesinarlo, si, pero también quería hundirse con el hasta saciar cada fibra de su cuerpo. Quería trazar patrones en aquella piel blanca y brillosa con las yemas de sus dedos. 

Aemond era la contradicción hecha persona. Era enemigo, amante, cazador, presa. Era todo lo que aborrecía, y todo lo que deseaba a la vez. Y se sentía horrible por eso. 

Abrió sus ojos con el violeta reluciendo por el fuego. ──Se inteligente, Halerys. Se inteligente. ── susurro para si misma. Tenia que volver a pensar con la cabeza fría. Podia convertir esas emociones en armas, solo tenia que hallar la manera. 






MIDNIGHT OF DRAGONS | AEMOND TARGARYENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora