HALERYS SE QUEJO CUANDO AEMOND LE OBLIGO A SENTARSE EN LA SILLA, las heridas que los golpes intercambiados le habían provocado le generaban escozor, aun así estaba demasiado perdida en aquel sentimiento de ira que seguía estancado en su pecho como detenerse a pensar en aquello. Demasiado abstraída en los pensamientos que tenía sobre el conocido cosquilleo en sus dedos. Lo único que sabía con certeza era que los entrenamientos que había atravesado a lo largo de su juventud le habían provocado cosas de más gravedad que los efectos de un puñetazo lanzado por un imbécil con nudillos de molusco. Fue consciente de que un maestre se acerco con algunas cosas para curarle pero se mostro reacia ante eso...
──Mi princesa...── el hombre esbozo. Esa maldita palabra.
Halerys se acerco violentamente a el anciano inclinándose en la silla en la que estaba. ──¡No soy ninguna princesa, soy señora de Harrenhal! ──expreso antes de tironear de las cosas fuera de las manos del contrario y elevarse de su lugar. ──¡Fuera! ¡Ahora! ── ordeno. ──¡Puedo hacer esto sola! ¡Afuera!
El anciano no dudo en reverenciarse frente a ambos presentes y abandonar la sala de lectura que Aemond Targaryen ocupaba en aquella galería como si el mismo diablo se encontrara alli dentro, pero su motivo era claro y obvio: no pensaba tentar más a la ira de la mujer. No era como si cuerpo entrado en años pudiera soportar un par de golpes de alguien que rendía honor al apellido Strong. Halerys poso sus ojos violetas sobre el príncipe que se mantenía de pie a unos metros de ella con las manos entrelazadas detrás de la espalda y una expresión inalterable en sus facciones. ──También podría acatar esa petición...──murmuro entre dientes.
Aemond esbozo una mueca con diversión. ──¿Y porque piensas que puedes echarme de mi propia sala?
Halerys dejo el manojo de vendas y hierbas sobre el escritorio con fuerza para mirarle de manera iracunda. Aquel estúpido príncipe estaba colmando cada uno de los nervios de su cuerpo. ──¡Porque nada dentro de Harrenhal o las tierra de los ríos te pertenece! ──ella exclamo.
── Tú si me perteneces.
La de ojos violetas balanceo su cabeza algunos milímetros antes de reír sin gracia. Ella no le pertenecía a nadie. Ni siquiera a el aunque una estúpida tradición dijera lo contrario. ¿Aceptar a aquel imbécil como su esposo? ¡Jamás! Sintió el sabor de la sangre en su labio. ──Es una pena que no permaneciera en sus aposentos anoche, tenia muchas ganas de cortarle la garganta apenas cerrase los ojos, mi príncipe.
No fue consciente de cuando Aemond se le acerco a una velocidad vertiginosa, pero su rápido andar no le dio tiempo de elevar ningún tipo de defensa. Aquello la hizo sentir en desventaja; demasiado. Como si el de la casa Targaryen pudiera dominarla cuando se le antojase. ──Mi lady Strong, ──el de cabello blanco expreso en un tono tan bajo que se sintió intimo de alguna forma extraña, ──sea sincera consigo misma; de lo único que tenia ganas anoche era de follarme.
Halerys clavo las uñas en las palmas de su mano al apretar sus puños con fuerza en un intento de hallar calma cuando sus piernas se movieron ligeramente. Allí estaba de nuevo, aquel deseo ardiente que le había carcomido la razón. Pero en aquel momento no podia culpar al vino por eso. En aquel momento no podia culpar a nadie más que a Aemond Targaryen por ser tan...excitante cuando se lo proponía. Y él parecía proponérselo todo el tiempo. La joven no pudo hacer más que moverse un paso hacia atrás buscando el espacio personal que se le fue arrebatado y elevar el mentón con arrogancia. ──Me gustaría que le informe al perro de su madre que la próxima vez que vuelva a meterse en mi camino, ── su tono se oscureció de repente, como una sentencia dictada sobre roca y sellada con fuego. ──va a lamentarlo con el poco honor que carga bajo esa capa blanca.
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MIDNIGHT OF DRAGONS | AEMOND TARGARYEN
Fanfic→ En donde Halerys es todo lo que queda la casa Strong y Aemond detesta estar encantado con ella. ❞Los vientos de guerra se acercan❞ aquello fue lo último que Halerys oyó de su abuelo en la última conversación que mantuvieron. Y tuvo razón. El...