Capítulo 9: Los bufones vestidos como reyes.

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HALERYS SE SACUDIÓ DEL AGARRE DEL HOMBRE, más no se soltó de el. Aemond bramo una molestia al aire antes de seguir tironeando de su brazo para hacerla caminar. Se habían alejado del pueblo en medio de una pelea en la que ella tenía las de perder, y las casas se hacían más escasas a cada paso que daban. La lluvia no daba tregua y la noche estaba cerrada. Ni siquiera la luna parecía querer volver a asomar sus narices por detrás de las nubes.  ──¿No recuerdas donde dejaste atado a tu corsel alado?

El príncipe detuvo su andar por el callejón que atravesaban y la empujó contra la pared, sin dejar escapatoria alguna. Su ojo sano brillando con una molestia palpable, tanto, que Halerys podría cortar la tensión si respiraba demasiado fuerte. ──No entiendo porque tienes que complicar esto a tal extremo── se quejo. La joven Strong le observo como si tuviera tres ojos. ──¿Crees que tengo tiempo de perseguirte como si fueras una niñita malcriada? ── indagó él. ──¡Estamos en guerra!

──¿Y quién comenzó con esta guerra, mí príncipe? ── contra-ataco ella con molestia acercándose. Ambos intercambiaron miradas con firmeza. Ambos eran guerreros y no estaban dispuestos a perder ninguna clase de batalla.

──Deberias estarme agradeciendo por salvarte...

Halerys sonrió de lado ──¿Que no quieres que tu esposa llegue pura al altar?── inquirio con la burla y el desden goteando de sus labios. Aemond le detesto de la misma forma en la que se sintió atraído. No muchas doncellas le mantenían la mirada de aquella forma, ni le enfrentaban cuando las malas lenguas decían que su aspecto que las espantaba incluso antes de que pudiera demostrar lo contrario.

──Hm. ── murmuró él sin abrir la boca. Halerys no supo que significado darle a ese sonido. ¿Si? ¿No? ¿Simplemente un ruido de molestia?

La joven fue consciente de la mirada que él le lanzó, así que contuvo un poco su ira y relajo sus hombros. Luchar contra él de esa manera no iba a llevarle a nada. Debía ser lista y adelantarse a los sucesos. Su hermano le había enseñado a luchar con la espada, pero era consciente de que no dejaba ser una fémina. Y las mujeres tenían muchas armas para luchar. La lluvia les empapaba y el frío comenzaba a amenazar con hacerles castañear los dientes. Tener los pies enterrados en el barro tampoco resultaba demasiado placentero. ──Deja de oponerte a tu hermano y acepta que es tu nuevo Lord.

──¿Tú aceptas que tu hermano sea tu nuevo rey?

Un brillo en su ojo y una expresión contraída de su rostro. No. No lo hacía.

─Soy leal a mí familia y a mí hermano. Deberías intentar lo mismo.

──Mi hermano es un bufón, mí príncipe. ── murmuró ella. Sus grandes ojos violetas observando con quietud cualquier expresión que él pudiera esbozar. ──El suyo también ──agrego ──Y no me gustan los bufones vestidos de reyes.

Aemond guardo silencio unos segundos antes de bufar. ──Vamonos.

Halerys se resistió y él joven le miro de nuevo. ──Este es el único consejo útil que recibirás de mí...── expreso la mujer ──mátame.

──¿Qué?

──Harrenhal jamás será de los Verdes. No conmigo viva, y lo sabes.

──Tampoco lo será contigo muerta ──su agarre sobre su brazo se intensificó y terminaron pecho contra pecho. Halerys paso la lengua por su labio inferior cuando sintió la empuñadura de la espada contraria cerca de las yemas de sus dedos. ──Tus estúpidos hombres son muy leales. Me preguntó porqué.

Halerys sonrió de lado. Una mueca que le hacía ver más atractiva de lo que era naturalmente. ──No seré una buena esposa── dictaminó. Se acercó más con cautela. Observo la manzana de Adán del hombre bajar cuando trago saliva, aún así, su porte permaneció inalterable.

El peliblanco movió las comisuras de sus labios hacia arriba ──¿Planeas hacer estos berrinches seguido y pasear por la cama de alguien más?

La joven Strong rompió el espacio vital que quedaba entre ellos, y cuando le miro a los ojos, Aemond afianzó el agarre. De un momento a otro, toda la ira que había estado conteniendo desde que monto a Vaghar para buscarle se había transformado en una pasión bastante corrosiva. Esa clase de necesidad que parecía nacer desde las yemas de sus dedos para llegar a su estómago y provocarle una sensación fuerte allí que prometía no irse hasta ser saciada. Halerys sabía que podía decir muchas cosas sobre el príncipe Targaryen, pero afirmar no tenía esa clase de actitud que hacía que las mujeres mojaran las bragas no era una, porque, mientras estaba allí rozandole los labios no podía dejar de pensar en otra que él fundiéndose con ella y eso la hacia sentir enferma de muchas formas.

Él era el enemigo. Y tenía que derrotarle a como diera lugar.

Recupero el foco de sus pensamientos y sus dedos tocaron la empuñadura de una espada que necesitaba. Una risa salió de sus labios y retumbó contra los labios semi abiertos del hombre frente a ella. El agua de la lluvia se escurría entre los pocos espacios que quedaban entre sus cuerpos enfrentados. ──Buen sexo sería la mejor cualidad que podría ofrecerte como esposa ── reconoció y sabía que era verdad: se suponía que casarse era entregarse a alguien más, no solo en cuerpo si no en espíritu. Ella jamás sería una mujer devota, sumisa o entregada a la causa de su "esposo". Halerys tenía sus ideales, y esos no incluían al Príncipe Targaryen bajo ningún aspecto.   Su aliento chocando contra la piel del contrario de una forma en la que casi le hizo perder la razón. Una tensión que creció de una forma tan rápida que les provocó aquellas respiraciones agitadas.

La mujer fue la que terminó separándolos bruscamente cuando le golpeó con la rodilla la entrepierna, y blandio aquella espada que no le pertenecía con la que volvió a la contienda. Escucho como Aemond gritaba su nombre mientras se perdía entre los arboles de aquel bosque buscando alguna ruta rápida o un milagro que le salvase. Fue consciente del ruido que hacía la corriente del agua del río antes de que un gruñido le hiciera temblar los huesos: ese maldito dragon estaba cerca. El filo del arma relucio debajo de la poca luz de noche que se colaba por entre los arboles por sobre los cuales, vio pasar a la criatura.

Su respiración se aceleró nuevamente ante esa adrenalina que ser perseguido le provocaba a cualquiera. En especial cuando el quedar rostizado era parte del menú.

Poco se reflejaba la luna cuando llego a una de las desembocadura del río. Se apresuró a envolver la espada entre trapos para afirmarse a ella y meter los pies en el agua helada. Las corrientes eran muy fuertes y tenía más posibilidad de impactar contras las rocas de más adelante que de atravesar el canal a salvo. Pero era eso, o el dragón que acaba de aterrizar metros detrás. Y Harwin le había enseñado a nadar. Bastante bien, aunque sabía interiormente que no podría contra la fuerza del agua. Nadie podia. ──¡Halerys, detente! ── escucho el grito de Aemond.

──¡Espero que tu dragón sepa nadar!

Verlo correr hacia el río con la inmensidad de Vaghar detrás de sus espaldas fue lo que Halerys contuvo en sus retinas antes de perderse en la corriente del agua, que la sacudió con brutalidad cómo si fuera una simple muñeca de trapo sin saber con certeza que clase de movimiento había sido ese.

¿Llegaría a algun lugar en una sola pieza?  ¿O era un suicidio asegurado?





MIDNIGHT OF DRAGONS | AEMOND TARGARYENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora