Capítulo 29: perder la razón

1.3K 137 5
                                    





AEMOND SE SENTIA ABRUMADO DE EMOCIONES AUNQUE INTENTABA NO DEMOSTRARLO DEMASIADO, mordió su labio cuando Halerys se quito el camisón ante él e intento pensar en cosas banales como el entrenamiento cuando sus pieles desnudas entraron en contacto. Paseo sus manos por su piel buscando aferrarse a algún lugar que le devolviera algo de razón, pero buscar eso en el cuerpo de ella era incorrecto. Mucho. Lo único que lograba acercándose a ella era perder más la razón. 

Sintió los besos de Halerys perderse en su cuello y lanzo un gemido tosco. 

Ella sentada sobre el, el calor de la habitación, las respiraciones agitadas. Dioses. Ella, ella y ella. Quería fundirse en su piel, hacerla retorcer y darle la mayor cantidad de placer posible. Quería ser el único que le hiciera sentir de aquella forma. De repente el pensamiento de egoísta de ser el único en su vida, en su hogar y en su cuerpo le ataco con violencia. Se permitió apretar los dientes en el labio inferior de la mujer ante la sensación de querer explotar por la ansiedad de tenerla.

Los largos dedos de Halerys recorrieron sus brazos hacia arriba y terminaron por descansar a los costados de su rostro. Cuando Aemond sintió que la mujer le quería sacar el parche de cuero negro que cubría su ojo, se removió hacía atrás. No le avergonzaba la falta de este, de hecho, se había acostumbrado a eso hacia mucho pero no le agradaba la idea de mostrar el zafiro azul frente a las doncellas; solía asustarlas o disgustarlas y en aquel momento no estaría encantado con hacer sentir a Halerys de ninguna de esas dos formas.

Los ojos violetas oscuro de la mujer Strong le miraron con firmeza, el silencio les envolvió ligeramente cuando ella separo su boca de la suya. —Esta bien. — murmuró intentando dejar en claro que no le molestaba.

Aemond esbozo una mueca con la comisura de su labio. —No es una pintura digna de ver— susurro bajo su aliento.

—He visto peores, Targaryen.

El color azul relució bajo los ojos de la mujer. Halerys no sabía cómo sentirse al respecto de compartir algo tan íntimo. Lejos del placer y la union que podía representar el sexo entre ambos, que él desnudara ante ella una parte que podría causarle o haberle causado alguna clase de conflicto le resultaba una idea tentadora y aterradora en partes iguales. Aemond le daba dando inconscientemente una clase de poder que la mujer de cabellos oscuros no sabía cómo controlar del todo... aún.

El príncipe cerro sus párpados ante la sensación que las yemas de Halerys le provocaron al recorrer su rostro. La sintió por su barbilla, por sus labios, por sus mejillas y finalmente, acariciaron la base de sus ojos para deslizarse por sus párpados apretados.

Aemond lanzo un gemido tosco cuando Halerys movió sus caderas hacía adelante. Planeaba desabrochar su vestido cuando las manos de ella le detuvieran. —No necesitas hacer eso. — dijo suavemente. En realidad, la mujer Strong estaba intentando evitar la verdadera intimidad de mostrarse desnuda frente a él. Completamente expuesta, completamente vulnerable. No sería sensato, en realidad nada de lo que estaba dejando que sucediera era sensato. O quizás solo estaba buscando una excusa para no sentirse tan culpable al desearlo tanto. Halerys jamás había reparado en algo tan estúpido como la supuesta deshonra que representaba el placer carnal para la mujer, y Aemond definitivamente no sería el primer hombre de su vida, pero había algo que lo hacía el más importante: era prohibido.

"Lord Stark la tomara de cualquier forma" se recordo a si misma las palabras que Lord Mormont había dicho sobre la unión que Cregan Stark quería llevar a cabo con ella. Aquello era un trato hecho por sus padres bajo la mirada de los dioses, y no importaba nada más. Nada que ella hiciera. Nada que él hiciera. Seguramente el joven Stark también tenía alguna doncella prohibida. ¿No?

El príncipe Targaryen no protesto cuando Halerys se dejo puesto su vestido y le ayudo a desabrochar sus pantalones, estaba demasiado entusiasmado en ella como para discutir un simple gesto de vergüenza. Una larga mirada que se rompió cuando Halerys se movió y finalmente se sintió llena de él.

Aemond apretó las manos en la cintura de la mujer Strong mientras su cuerpo se tensaba y sus caderas se movían acompañando los movimientos que ella llevaba a cabo. —Por los siete infiernos, Halerys. — se quejo bajo su aliento. Cerro los ojos intentando no perder la cordura ni el control. Quería que aquel momento y esas sensaciones no se disolvieran rápidamente en el tiempo. No quería a Halerys lejos.

Halerys mordió su labio inferior buscando retener los gemidos que prometían con escaparse. Sentia a Aemond por todos lados. Su interior repleto de él, sus besos en su cuello, sus manos apretando, su respiración caliente contra su piel.

La habitación de la torre se volvió un refugio repleto de jadeos, apretones e insultos mal murmurados por algún tiempo durante las horas del búho. Nadie molesto. Nadie durmió. No hubo bandos o discusiones de por medio. Aemond no pensó en la prohibición de su madre sobre probar a la mujer que estaba sobre él y Halerys busco un escape de todas las preocupaciones que le atosigaban. Incluso allí, en un momento de placer, la mujer busco hacerle daño clavando sus uñas en la piel blanquecina del principe recibiendo como respuesta solo mejillas sonrosadas, jadeos irregulares y besos en el cuello.

Cuando la pasión comenzó a disolverse y los cuerpos se separaron de nuevo, Halerys fue la primera en rendirse ante su propio cansancio ignorando el frío que le recorrió al no sentir al príncipe tan cerca. Aemond la observo dormir en silencio apoyando su cabeza en su propia mano para tener una mejor vista de su esposa a su lado. Uno de los largos dedos del Targaryen contorneo la figura de la mujer sin tocarla; había algo mágico en Halerys, algo magnético y casi enfermizo que le hacía pensar en ella.

Halerys era la única joya que la familia Strong podría tener en años, lejos de tener similitudes con Harwin Strong o con el cojo de Larys, lejos de cualquier maldición que pudiera cargar Harrenhal, ella parecía casi... irreal. Sus ojos violetas casi de Targaryen podrían hacerla pasar por un dragón nacido lejos del nido, un alma de guerrera, un temple de soldado, una princesa hecha para gobernar.

Una mujer hecha para un príncipe. Para Aemond Targaryen. Para él.

Un pensamiento egoísta pero real se le arremolino en la cabeza a Aemond: ella era suya. De nadie más. Ni del insulso de Cregan Stark ni de ningún señor que pudiera ponerle los ojos encima. Y si la querían, tendrían que arrebatarsela de entre las manos. Si Cregan Stark quería a su esposa, Aemond no duraría en quemar la tierra de los ríos o el mismo norte completo para asegurarse de que eso no se diera a lugar.

Su union con Halerys era una elección de los dioses; la pura verdad era que su abuelo Otto o su madre podrían haberlo casado por alianza con cualquiera de las hijas Baratheon pero declinaron esa idea y aceptaron la de Larys Strong de desposar a un Targaryen con una Strong pese a la deshonra que recaía sobre la casa por los bastardos que Rhaenyra había engendrado.

Aemond sonrió al pensar en la expresión que habría puesto Jacaerys ante la noticia de Halerys como su esposa.

De repente, perder algunos hilos de cordura por la belleza de Halerys no le pareció una idea descabellada, se habían librado guerras por menos que una mujer hermosa y la fortaleza terrestre más grande de Poniente, por mucho menos.









MIDNIGHT OF DRAGONS | AEMOND TARGARYENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora