→ En donde Halerys es todo lo que queda la casa Strong y Aemond detesta estar encantado con ella.
❞Los vientos de guerra se acercan❞ aquello fue lo último que Halerys oyó de su abuelo en la última conversación que mantuvieron. Y tuvo razón.
El...
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AEMOND TARGARYEN NO SE PRESENTO A DORMIR EN SU RECÁMARA LA NOCHE DE LA CENA, ni la siguiente, y aunque Halerys estaba aliviada de no tener que lidiar con sus sentimientos e ideas pecaminosas con respecto a un enemigo, también extremadamente consternada por los motivos que habían llevado a esa ausencia. Los movimientos de guerra habían comenzado: huestes que marchaban, entrenamientos más duros, y Vhagar surcando los cielos cada tanto. Los ojos de Halerys no dejaron de ver la oscuridad de la noche desde aquella ventana preguntándose cuando vería más de esas bestias. Cuando vería aquel fuego implacable sobre su hogar.
Suspiro pesadamente. Esperaba que nunca.
Dejo de mirar la lluvia en el exterior y cubrió su cuerpo con una ligera capa oscura para escabullirse de la torre. No le costaba mucho saber los escondites y recovecos que podia usar en la fortaleza para no ser vista cuando había nacido y crecido alli. El silencio era extenuante dentro la construcción y aquella aura que rondaba siempre se sentía. Las malas lenguas solía decir que Harrenhal estaba maldito porque sus señores no duraban mucho en el poder al morir de causas misteriosas o trágicas y sus casas se extinguían. Halerys trago saliva al pensar en eso mientras caminaba: no era mentira en parte, incluso su padre y querido hermano habían muerto alli pero a la vez, la casa Strong no se había extinguido, y mientras ella viviera, no dejaría que lo hiciera. Cuando salió al exterior, la gran figura de Vhagar descansando en el suelo cercano a la torre parecia querer cubrir la luna. Lanzo un bufido molesto y se pego a la pared de piedra para moverse con cuidado entre el barro y la lluvia caminando en dirección a las criptas luego de atravesar campo abierto.
Los unicos sonidos provenian del centro de Harrenhal entre las torres, en donde, se habia montado un campamento de guerra al mando del Hacedor de Reyes; Criston Cole y el joven Targaryen. Seguramente, en aquel momento no estaban más que en una de las carpas con toldos Targaryen colgando a sus lados mientras discutian sobre estrategias de combate que Halerys sabria despues de la mano de varios de los guardias que le eran leales y no dudaban en susurrar la información que tenían.
Sus manos tocaron la pesada piedra y busco en la oscuridad una antorcha, que recién pudo encender cuando se acercó al único fuego que siempre se mantenía encendido en las criptas como respeto a los muertos. Una vez que atravesó las rejas, comenzó a andar los pesados y oscuros pasillos de esas extensas bóvedas. Pensó en el cosquilleo que le recorría las manos, aquella clase de energía que solo había liberado completamente la noche en la que su padre y hermano murieron pero que ahora le atosigaba a todas horas, e inclusive en sueños. Podía sentir susurros en el aire, como la voz de alguien llamándole en la intensidad de la noche. Se sentía maldita y se sentía acorralada de frente a una verdad que no quería: era una bruja. O lo que los hombres consideraban una. Una mujer maldita, una mujer siniestra y oscura, una come-almas. Sus dioses quizás ya no estaban con ella. Quizás no lo habían estado nunca dada su naturaleza.
Sus pasos se detuvieron frente a estatuas de rostro conocidos. Siempre le había resultado duro pero reconfortante ver las facciones de su hermano Harwin talladas en piedra. Sonrió levemente y acercó su mano temblorosa a ese rostro frío y sin vida, esas estatuas eran solo recuerdos que no hacían justicia verdadera a como habían sido en vida las personas a las que representaban. Dejo una caricia allí antes de alejarse y llevarse consigo un rastro de polvo en los dedos. Balanceo la mirada entre el rostro de su hermano y el de su padre y les otorgó una ligera reverencia. ──Guiadme en la guerra que se aproxima...── imploro, su pedido murió en la soledad de la bóveda. Cerro los ojos y trago saliva con fuerza, dejando salir un sollozo repentino que ahogo cuando tuvo la oportunidad. ──No sé que hacer. ── reconocí en un susurro dolorido. Genuinamente se encontraba en una encrucijada. Halerys sabía cómo liderar una casa, lo había tenido que hacer a fuerzas pero en esos momentos... ella jamás había enfrentado una guerra, jamás había tenido esa idea de que un dragón podría volar sobre su hogar e incinerar a todos lo que conocía hasta la muerte. ¿Cómo podría protegerlos a todos ellos? ¿Cómo podría proteger a su gente?
No paso mucho tiempo hasta que sus pasos la llevaron inconscientemente fuera de la bóveda. Se deshizo de la la antorcha antes de salir al exterior y cuando comenzó a caminar por campo abierto en dirección a la arboleda, no sé preocupo en lo más mínimo por el barro en sus pies descalzos o la lluvia empapando su cuerpo. Hacia frío, si. Pero no el suficiente como para hacerla sentir algo.
Susurros incomprensibles se movían con el viento de la noche para solo acariciar sus oidos y Halerys se detuvo cuando llego a un punto específico debajo de un viejo roble. Sus rodillas entraron en contacto con el suelo cuando se arrodilló sobre este y sus manos comenzaron a escarbar la tierra. Sintió la suciedad abriéndose paso debajo de sus uñas y las mangas de su vestido mojándose por el barro que se formaba, aún así, siguió.
Una ligera mueca en su rostro cuando llego a una caja enterrada, la cual, comenzó a sacar con esfuerzo. Era larga, y estaba manchada de barro, sin embargo, en su interior la manta que enrollaba el elemento que se refugiaba allí, estaba impoluta. Dudo unos segundos y finalmente sus manos embarradas comenzaron a desdoblar esa vieja tela. El brillo del filo de aquella espada le deslumbró ligeramente cuando relucio bajo la luz de la luna.
Halerys suspiro. La espada de su hermano Harwin yacía allí. Podría haber hecho muchas cosas con ella: guardarla en las bóvedas, tomarla y usarla antes, obsequiarla o incluso habérsela enviado a la Princesa Rhaenyra cómo símbolo de familiaridad para que algún día, Jacaerys la blandiera. Pero no lo hizo. La guardo allí, y esa noche, sintió que estaba lista para portarla. Con honor o no, eso era otra cosa. La tomo entre sus manos, el filo embarrandose ligeramente.
¡Mira sus ojos! Esa niña es la única Strong que tiene esos violetas. Las maldiciones son ciertas, Lyonel. ¡Tú niña esta maldita! Cerro los ojos al recordar aquellas cosas que debía oír cuando era pequeña por ser la única de los hermanos Strong con esa...cualidad. Ellos tenían razón pese a que su padre lo había negado fervientemente. Estaba maldita.
Pero ya no iba a seguir corriendo de eso. No iba seguir escondiéndose a si misma de su naturaleza con la intención de que al despertar, esto hubiera cambiado. Suspiro y abrió sus ojos mirando con firmeza a la luna en lo alto del cielo. El reflejo de aquel espectro circularmente completo en el cielo dando en aquellos orbes violetas que brillaron con determinación. Las palmas de sus manos se apretaron sobre la espalda. La que estaba sobre el filo sangró. ──Hazme una mujer poderosa... ── pidió. Los susurros del viento se detuvieron. Su ceño se afianzó en una expresión de fuerza. ──lo suficientemente poderosa como para matar a un dragón.
La luna pareció escuchar su pedido, y luego de unos minutos, como si fuera algo para probar su valía, dos dragones ajenos surcaron aquel cielo de medianoche. Oyó el rugido de Vhagar en la lejanía al olfatear intrusos. El caos se abrió paso en Harrenhal una vez más.
Aquella batalla había comenzado. Los negros habían venido por Harrenhal.