Capítulo 3: Plan de escape

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Eso no quiere decir que Katya no intentó escapar.

– Abre la puerta.

Y a ante la orden de Egan, la puerta se abrió y lo primero que Katya vio fue el desolado pasillo ser interrumpido por un hombre muy grande y robusto, que parecía recién salido de la cárcel. Los ojos de él vieron primero a Katya, sin una mezcla de simpatía, y después a Egan, a quien el gran hombre le dedicó un respetuoso saludo con la cabeza.

– Me alegra que esté despierto, señor Caruso. –Pronunció.

– Yo también, Boris –respondió Egan–. Deja que la doctora Kozlov reciba el paquete.

Sin por favor ni gracias; aquello en verdad le molestaba a Katya. Pero ella simplemente miró una última vez al tal Boris asustada, para después recibir al larguirucho y delgado repartidor que esperaba pacientemente detrás de él.

Era muy joven para estar trabajando, pero Katya se forzó a sonreírle amigablemente.

Katya mantuvo su sonrisa mientras recogía la bolsa y se inclinaba para firmar la factura. Miraba de reojo a Boris que la miraba con atención y no necesitaba mirar a Egan para saber que él estaba justo detrás de ella con una pistola en la mano.

– Aquí tiene, doctora –le dijo con mucha amabilidad el repartidor, entregándole una bolsa de farmacia llena de cajas pequeñas–. ¿Cómo está su paciente?

Tragó en grueso. – Estable. Pero, ya sabes, estar forzadamente aquí, en esa condición, no es nada agradable para nadie. Especialmente para mí, en lo personal.

Katya se sentía tensa, a punto de desmayarse. Así que cuando el repartidor, algo confundido y extrañado, fue instado por Boris a salir, Katya supo que ahí se había ido su oportunidad de libertad. Las lágrimas se precipitaron hasta sus ojos y una muy pequeña y traicionera logró escapar.

Cuando la puerta se cerró en la nariz de Katya y ella tuvo que respirar para controlar el creciente pánico que sentía, Egan carraspeó.

– Admito que eso fue estúpido de mi parte –Katya tuvo miedo de girarse y enfrentarlo–, de verdad. Fui un completo idiota al creer que una simple palabra tuya diciéndome que estarías conmigo era suficiente. Ya veo que no.

Katya se secó con mucho disimulo la lágrima que había rodado por su mejilla y se controló para no temblar por la impotencia.

– No niego lo de estúpido.

Y entonces Egan rió. Ella creía que él era de los de ser fríos y no tener sentimientos, pero al parecer se había equivocado; él sí tenía algo para sentir: burla. Katya se giró y lo enfrentó. Seguía recostado en la camilla, el arma yaciendo plácida y cómodamente a un lado de su mano. El rostro de Egan no expresaba mucho, pero su voz destilaba un enojo y una desesperación que Katya no comprendía su origen.

– Ya veo que debo ser más precavido contigo –Egan comenzó a bajar las piernas de la camilla y se tomó con fuerza del hombro cuando los puntos tiraron con dolor–. ¿No piensas ayudarme? Para eso estás aquí. –Le recordó.

Katya giró sus ojos, pero al recordar la pistola se encaminó hacia Egan y, rodeándolo de la cintura, lo ayudó a ponerse de pie. Él gruñó, pero a pasos pequeños se dirigió con ayuda de Katya hacia su reloj y ropa que estaban cerca de la camilla. Desde la perspectiva tan cercana que Katya lo sostenía, podía sentir la calidez que irradiaba todo su cuerpo, así como de los músculos duros y definidos de su espalda. Él era una cabeza entera más alto que ella, con probablemente unos veinte kilos más. ¿Cómo en el mundo él creyó que sería buena idea contratarla (obligarla) a ella para ser su enfermera?

Aquello no lograba entrar por completo en la cabeza de Katya. Ella seguía creyendo que al final del día podría irse a casa, pero él estaba decidido.

EL INFIERNO DE LA MAFIA © || [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora