Capítulo 1: Planes fallidos

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Egan tenía apenas seis años cuando descubrió la sangre.

Quizás alguna vez vio a alguien cortarse ligeramente con un cuchillo mientras picaba vegetales o alguna herida o raspón en su rodilla que se hizo a sí mismo mientras jugaba. Pero nunca, nada comparado con aquel día que él cumplió seis años.

Pese a que su familia no era mucho de celebrar, su madre horneó ese día un pastel. El padre de Egan estaba como de costumbre encerrado en su oficina, hablando por teléfono y contando enormes fajas de billetes. La madre de Egan estaba ese día acompañándolo, igual que el tío Elián, pero era costumbre verlo rondar la casa, con un vaso de licor y un cigarrillo.

En la seguridad de la enorme y confinada sala de su casa, Egan saltó en el sofá y gritó de emoción al ver como su madre entraba con el pastel de seis velas. Ella comenzó a cantar una hermosa melodía que repetía una y otra vez "feliz cumpleaños", y Egan sintió que la emoción le hacía cosquillas en el estómago.

La madre de Egan se arrodilló en el suelo al tiempo que él saltaba del sofá y se quedaba de pie, preparado para soplar las velas. Su madre terminó de cantar y el tío de Egan aplaudió a la espera de que él soplara las velas. Un par de amas de llaves de la mansión también se habían detenido a mirar el espectáculo. Era extraño ver en la mansión Caruso algo tan colorido y divertido como una celebración infantil de cumpleaños. No importaba si fuese improvisada o no.

Egan sintió la felicidad instalarse en su pecho: era tibia y le provocaba lágrimas al mismo tiempo que él no podía borrar la sonrisa de su rostro. Miró también la belleza en el rostro de su madre: sus ojos miel, la ubicación de cada peca, su cabello rubio. Todo en ella era más que perfecto.

Tomando aire en sus pulmones, Egan se preparó para soplar las velas de su pastel. Pero la rápida ráfaga que apagó las velas no provino de Egan, sino de tres balas que salieron de la recámara de un CZ 75.  En la puerta de su casa, entrando sin que nadie más lo notara, se proyectaba la sombra del tipo armado y cuyo rostro estaba cubierto con un pasamontaña. La madre de Egan fue la única en caer, la sangre bañó toda la alfombra y salpicó por el cuerpo de Egan. El disparo había sido certero y limpio hacia la cabeza; los sesos y el líquido viscoso que estaba en lugar del hermoso rostro de su madre era lo único que Egan podía mirar.

Antes de que hubiese otro accidente, el tío de Egan lo tomó en brazos y lo sacó con enorme rapidez de la escena, mientas que dejaba a los guardias de su padre encargarse del enmascarado. Pero incluso con todo los años que transcurrieron después de eso, Egan siguió viendo el rostro destrozado de su madre cada vez que cerraba los ojos.

Despertó otra mañana más, bañado en un sudor frío, con un grito silencioso atorado en su garganta. Cuando recordó que todo era un simple sueño, tomó aire y se levantó lo más rápido que pudo.

Por eso odiaba dormir, ¿hasta cuándo tendría que recordarse no hacerlo por más de noventa minutos seguidos? En su defensa, ese día estaba cumpliendo 17 años de fallecida su madre. Aquello le provocaba una sensación de malestar en todo el cuerpo. Sin embargo se sacudió las emociones de encima y buscó algo de ropa que ponerse. La debilidad estaba solo permitida dentro de la puerta de su habitación. Fuera de ella, donde todo el mundo lo observaba, él no tenía derecho a sentir absolutamente nada.

Cuando Egan se puso su traje verde oscuro y salió de su habitación, su caporegime estaba esperándolo en su puerta.

– Dime que es lo que quieres ahora, Argus –escupió con desdén–. Te he dado dinero para armas nuevas, les di un fin de semana a tus hombres para que fuesen a ver a sus prostitutas baratas y te dejé robarte todas las joyas de Chase antes de matarlo. Dime, por favor –rogó Egan con fingida súplica mientras bajaba las escaleras en forma de caracol hasta el primer piso–, qué quieres ahora. Tienes tres segundos o te corto la lengua yo mismo.

EL INFIERNO DE LA MAFIA © || [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora