Las paredes blancas, un ventanal cubierto con una cortina gris y un olor a incienso de vainilla y productos de limpieza. Había calidez, no había dolor, tenía sueño. Mucho sueño. Egan volvió a cerrar sus ojos, sumiéndose en la negrura del sueño una vez más. Escuchaba una dulce voz, tarareando una suave melodía que no conocía. Sentía algunas delicadas caricias recorrerle los brazos, un aire frío soplarle el rostro. Sentía las gotas bajar desde su cabello hasta su mandíbula y cuello, la humedad en su frente que pegaba su cabello a su rostro.
Estaba durmiendo, eso lo sabía Egan. Y cuando la pesadilla perenne de sus recuerdos se materializó frente a él, quiso llorar, quiso gritar, quiso patalear como un niño al que se le es arrebatado el tesoro más grande que su frágil cuerpo puede poseer: su madre.
Usualmente él era un hombre frío, calmado, pero cuando aquella pesadilla lo atormentaba noche tras noche, él sentía que volvía a ser el niño que vio a su madre morir frente a sus ojos, cuyo padre murió un instante después tras la noticia. El niño que no había tenido más opción que crecer antes de tiempo, bajo el cuidado militarizado de su tío y toda una mafia sobre sus hombros, esperando por él.
Egan esperó de pie en la sala de su casa, contando los segundos que faltaban para sentir el aire que le rozaba la mejilla y le removía el cabello. Esperó el impacto, esperó la sangre, esperó el dolor en su corazón.
Pero nada llegó.
Egan subió su mirada y frente a él no estaba su madre, no había ningún pastel, no había sangre en la alfombra.
Estaba Katya. Con el mismo vestido de flores que su madre, con su cabello rubio oscuro y ondulado, suelto y ondeando con una brisa que refrescaba todo el ser de Egan. Ella estaba allí, mirándolo tan intensamente que Egan sintió ganas de poder hablar y asegurarse que todo estaba bien. Pero Egan no podía hablar, su garganta estaba completamente cerrada.
Desenfrenado, llevó su mano hasta su cuello, y Katya notó su pánico. Se acercó muy lentamente hasta él, dejando una mano en su brazo, deslizándolo lentamente hasta sus manos. Ella terminó tomando una de las manos de Egan y dejando la otra sobre su mejilla, sintiendo la aspereza de su propia barba sobre la suave palma de Katya, él sintió la calidez en ella.
– Egan, todo va a estar bien.
Pero ninguna buena acción queda impune.
La puerta se abrió y el corazón de Egan se paralizó al darse cuenta que ahí venía el impacto de la bala, que ella lo recibiría, que él no podría soportar verla a ella morir también.
El constante bip del monitor despertó de golpe a Egan. El aire en sus pulmones falló un segundo al ver el cuerpo desparramado de Katya sobre su camilla, con sus manos estiradas a escasos centímetros de las de Egan. Él contó hasta diez y su respiración mejoró tan solo un poco, pero fue capaz de aclarar su mente y darse cuenta que Katya estaba durmiendo y no herida.Egan dejó caer su peso nuevamente sobre su almohada, Katya estaba tan dormida que no notó los movimientos de él. Su cabello rubio le caía por su rostro, y Egan, en un reflejo que no planificó en lo absoluto, estiró su mano y le apartó el flequillo de hilos dorados de sus hermosas pecas. Su rostro estaba completamente pacífico, sus ojos cerrados, sus pestañas rozándole las mejillas y sus labios entreabiertos. Egan bajó su mano por la piel de porcelana del rostro de Katya, notando su nariz y mejillas frías. Ella se removió por el contacto cálido de Egan. Él, asustado de que ella se despertara, apartó su mano de rostro y esperó, pero Katya no se despertó.
Egan se levantó un poco y tomó una de las mantas que lo cubrían a él, la estiró y la dejó sobre el cuerpo de Katya. De inmediato, un suspiro de satisfacción salió de sus labios, casi como un ronquido con un pequeño gemido.
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EL INFIERNO DE LA MAFIA © || [+21]
Romance**HISTORIA 2** La vida de Katya era completamente normal hasta aquella noche. De 22 años y proveniente de una cálida familia adoptiva, Katya está recién graduada de la universidad de medicina. Ha estado buscando empleo en el hospital local de su ciu...