Capítulo 31: Como tú

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Y sí, era él. El enemigo mortal de Egan, el hombre que había matado a su madre, aquel hombre que lo tenía envenado de rencor. Y estaba allí, justo frente a Katya con una sonrisa amigable y un aire de confianza que la hacía estremecerse.

Katya se preguntó si sería momento de emplear el arma que Egan le habría dado, aquella que estaba fría contra su piel. Pero recordó que Egan dijo que nadie entraba armado, así que no sería justo que Katya le disparara a un hombre desarmado. Ni siquiera porque éste estuviese acusado de homicidio.

– ¿Está bien? –Artem había notado que a Katya le recorrió un escalofrío–. Está haciendo algo de frío afuera, puede que una ventilación esté dañada y...

–  Estoy bien –le interrumpió Katya, pero tuvo que llamar al cantinero y pedirle un vaso del licor más fuerte que tuviese. Necesitaba con urgencia calmarse un poco. La mirada preocupada de Artem sobre ella la hizo respirarse–. De verdad, estoy bien. Es solo que tengo muchas preocupaciones en la cabeza y necesito olvidarlas ahora mismo. ¡Cantinero! –Volvió a llamar cuando éste no se apresuraba.

Artem frunció su ceño.

– Oh, lo entiendo. ¿Estudias? –Siguió Artem con la conversación, como si nada evidentemente malo estuviese ocurriendo–. Imagino que debes estar estresada por época de exámenes y proyectos.

– Ya me gradué –le respondió Katya, siguiéndole el juego. Quizás, solo quizás, aquella era su oportunidad de obtener información sobre la muerte de la madre de Egan. Si él había sido quién la ordenó matar, no tendría problemas en contarle a Katya porque él no sabía que ella estaba emparentada con Egan. Además, había sido hace muchísimo tiempo. Pensar aquello le hizo preguntarse a Katya como alguien que presuntamente había matado a la madre de Egan, ¿podría presentarse como si nada en la fiesta de su hijo? Aquello no tenía sentido–. De hecho, lo hice el año pasado. Fui la más joven de mi corte.

Artem lució verdaderamente asombrado, mientras pedía otro Martini cuando el chico que atendía el bar le llevaba su bebida a Katya. Ella tomó su vaso y lo apresuró por su garganta. Artem la miraba de reojo, pero no mencionaba nada sobre la bebida.

– ¡Vaya, me impresionas! –Dijo Artem–. ¿De qué te graduaste?

– Medicina interna –respondió Katya con una sonrisa, le dolía tener que sonreírle al asesino de la madre de su esposo–. Quisiera especializarme después, pero por los momentos estoy feliz con mi título.

– Yo creería que sí. Tienes cara de pediatra, ¿te gustan los niños?
–Aquella pregunta tomó desprevenida a Katya–. Lo siento. Es que tengo una nieta, ella ha vivido toda su vida enferma y por primera vez me di cuenta de algo: hay cosas que ni el dinero puede conseguirte, como un buen tratamiento. Doctores de todo el mundo la visitaban; su madre viaja siempre con ella para intentar buscarle alguna cura a su condición. Pero cada vez que estamos más cerca de saber cómo deternersu enfermedad, simplemente deja de funcionar y ella enferma otra vez. Los doctores dicen que puede ser esclerosis múltiple. Pero ella es muy pequeña aún.

Katya sintió su pecho arrugarse. – Y no tiene cura –Artem asintió, como si supiese ese hecho pero le costaba procesarlo o aceptarlo–. Tiene tratamiento para acelerar la recuperación de los periodos feos, pero no tiene cura.

Artem se mordió el labio, mientras perdía su mirada hacia el frente, hacia ningún lugar en específico.

– Lo sé –dijo después de un largo rato–. Mi yerna siempre está viajando a muchos países, buscando doctores y cualquier especialista que la pueda ayudar. Sus otros dos hijos los deja conmigo: Aidan y Aaron. Los pobres se están dando cuenta que cada vez están menos tiempo con su madre. Y, bueno, como si fuese peor: los esfuerzos no están valiendo la pena. Con el tiempo, ningún otro doctor ha querido atender su caso. No quieren comprometerse, tratar esta enfermedad en una niña pequeña es muy arriesgada y prácticamente un sacrilegio a sus títulos o al nombre de la clínica.

EL INFIERNO DE LA MAFIA © || [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora