Capítulo 41: Demasiado culpable

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Egan y Katya duraron unos minutos abrazados, pero cuando ella se levantó del suelo y se sacudió la ropa, Egan la miraba con un rostro preocupado.

– Entiendo que vamos a ir lento –expuso Egan–, pero no quiero que duermas aquí. Estoy quedándome en un hotel a tres calles: podría pedir una habitación para ti allí. Estarías más comoda, podría ayudarte más con el embarazo desde allá. Entenderás que no es común o, al menos, normal que un hombre adulto pase tanto tiempo en un monasterio que además es orfanato.

Katya le sonrió a Egan, le encantaba que él la tratara tan dulcemente. Como si ella fuese una tacita de vidrio que él debía proteger.

– Estoy bien aquí –repuso Katya–: tengo mi propia habitación y estoy en el lugar donde crecí. A veces me espanta la cantidad de cuadros de Jesús que te miran por los pasillos, pero creo que estaré bien.

Egan asintió. Katya estaba segura que él no estaba de acuerdo, que le molestaba en cierto nivel que ella no aceptara su oferta, pero Katya ya se había acostumbrado a los niños y a las monjas del lugar, sentía ese espacio como su hogar. Era cierto, estaría más cómoda en un hotel, especialmente si tenía una habitación para ella sola. Pero no quería ser malagradecida con las hermanas que la recibieron cuando ella no tenía nada más.

– Vamos, entonces –propuso Egan–. Quiero ver el rostro de Ivan cuando nos vea juntos.

Katya rio, girando sus ojos. – Solo si prometes no golpearle.

Egan gruñó. – Era lo primero que iba a hacer, gracias por arruinar mis planes.

Sí, seguía siendo el mismo Egan sarcástico de siempre. Pero había algo diferente en él, y en esta ocasión, ese "algo" diferente era bueno. Era como si Egan hubiese tenido que tocar fondo para resurgir mejorado y más fuerte.

Y Egan mismo lo sentía así. Era como renacer, como volver a vivir después de haber estado tanto tiempo muerto. Y él amaba saber que su ángel había sido Katya, su esposa, su vida, su reina.

Ambos salieron al pasillo, donde Boris aguardaba recostado en la pared. Cuando vio a Egan salir, se tensó en un instante. Cuando Egan le hizo una especie de señas, Boris se relajó y miró con simpatía a Katya.

– Tú y tu lenguaje de señas con tus guardias –exclamó Katya, Egan la miró confundido–. He visto que lo hacías hasta con Argus.

– Algún día te explicaré qué significa cada uno para que sepas hacerlo también.

Katya y Egan comenzaron a caminar por el pasillo, encontrándose finalmente con Boris.

– Doctora Kozlov, me alegra verla de nuevo. –Él le sonreía con sinceridad, y Katya se sintió conmovida de que él la recordara.

– A mí también, Boris.

Él lució nervioso. – Nunca le agradecí lo que hizo por mí en la clínica. Usted salió lastimada por mi impertinencia, y aún así se mostró compasiva al solicitar que atendieran mis heridas.

Katya estuvo a punto de decirle que no era necesario ningún agradecimiento, sentía un nudo en su garganta. Ella amaba cuando veía a sus pacientes recuperarse tan bien como él, pero Egan habló antes de que Katya pudiese decir nada.

– Sí, excesivamente compasiva, en mi opinión –Katya le dio una mala mirada a Egan, y éste se tensó al captarla–. Pero así es ella, ayudando siempre al que lo necesita. Vamos, Katya, los demás deben estar esperándonos para cenar.

Sí, ya era hora de cena y Katya estaba literalmente muriéndose de hambre.

Los tres llegaron hasta la zona del comedor, donde muchos niños comían juntos. Había algo de ruido, pero una alegría intrinsica zumbaba en el interior de la sala. El árbol de navidad gigante que Sylvana compró estaba exhibido en el centro del comedor, decorado con esferas de colores, luces, guirnaldas, estrellas y campanas. Fue todo un milagro que las monjas dejaran decorar el lugar con guirnaldas y luces, pues ellas anteriormente solo colocaban alguna decoración referente al nacimiento del niño Jesús.

EL INFIERNO DE LA MAFIA © || [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora