Capítulo 39: Motivos para irse

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Antes de iniciar, quiero leer sus apuestas. ¿El bebé de Katya será niña o niño? Los leo 👀

– ¡Doctora Katya, doctora Katya! –Una pequeña vocecita gritó–. Doctora Katya, ábrame por favor.

Katya no pudo evitar reír. Se levantó de su escritorio pidiéndole disculpa a su joven paciente. Katya se dirigió hacia la puerta de su consultorio y la abrió. Del otro lado, una pequeña niña de quizás unos seis años le esperaba con las manos abiertas en ofrenda. En ellas había una pequeña galleta con forma de árbol de navidad. La nena miraba a Katya con sus enormes ojos azules, las trencitas le rebotan mientras ella brincaba de la emoción.

– Hola, Kira. –La saludó Katya, mientras sostenía la puerta abierta para que la niña entrara.

– Doctora, aquí le manda la hermana Tasya –dijo Kira, dejando la galleta en las manos de Katya. Ella lo aceptó con una sonrisa, mientras veía como Kira miraba todo el consultorio a su alrededor, incluyendo al niño acostado en la camilla–. Hola, Jasha.

El pequeño varón giró sus ojos mientras fijaba su mirada en el techo. – ¿Qué haces aquí, Kira?

Ambos niños comenzaron a juguetear entre sí, mientras Katya guardaba la galleta en su bolso. Cuando tuvo que perseguir a Kira para poder sacarla de la sala y ella pudiese terminar de atender al varón, la pequeña niña se sujetó del cuello de Katya muy fuertemente.

– No me saque, doctora –le rogó–. A mí me gusta estar aquí con usted.

Katya rió, soltando con suavidad a Kira en la puerta de la entrada. Jasha llegó un momento después al lado de Kira. Ambos eran inseparables y Katya no los culpaba: las amistades que se hace en los orfanatos son más fuertes que las que se hacen en una escuela normal.

– Tengo que continuar con mis pacientes, Kira. Y tú, Jasha, regresa a la camilla, jovencito –Jasha se regresó a la sala con un puchero, los ojos de Kira también se inundaron rápidamente con lágrimas–. No seas dramática, Kira, podrás jugar con Jasha en unos minutos.

Kira asintió de mala gana. – Bien. Hasta el almuerzo, doctora –Kira se inclinó en el suelo y dejó su mano suavemente sobre el prominente bulto en el estómago de Katya–. Hasta más tarde, bebito.

Y se fue, mientras Katya se quedaba paralizada en la puerta de su consultorio. Acarició inconscientemente su estómago. Su bebé estaba cumpliendo cinco meses finalmente y dentro de unos días ella podría saber el género. Ya había programado una cita con una obstetra, lo cual era algo raro.

Desde que se había enterado que estaba embarazada, ella misma había cuidado y controlado el crecimiento de su bebé. Nadie la había atendido antes. Lo hacía más que todo como una medida de seguridad, pues si iba a consulta la doctora haría preguntas sobre el padre del bebé y ese era un tema que Katya no podía decirle a nadie.

Principalmente porque pondría en mucho riesgo al bebé, si se llegan a enterar que es el heredero de una mafia magnánima y despiadada. Mafia que fácilmente la interpol podría estar buscando y él sería el principal método para llegar al verdadero dueño. Katya jamás dejaría que se llevaran a su hijo o hija. Nadie le pondría jamás una mano encima.

Eso, y que además era un tema el cual Katya nunca más querría tocar.

Egan.

Tan solo pensar en su nombre le hacía un nudo en la garganta y su pecho dolía. Lo extrañaba tanto, pero sabía que el haberlo dejado atrás era solamente para poder avanzar, poder continuar con su vida sin más problemas ni peligros.

Ella había matado gente cuando estuvo con él, lo cual solamente le demostraba que él era una mala influencia para su vida. Y ella no quería esa mala influencia sobre su hijo también.

EL INFIERNO DE LA MAFIA © || [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora