Capítulo 44: Una rareza

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Elián estaba en la terraza, en el segundo piso del club donde El Nido siempre se reunía. No había nadie más en ella que Egan y el mismo Elián, además de todos su guardias por supuesto. Pero Elián se sentía tan feliz, tan contento de haber cumplido su cometido, que por primera vez en su vida sintió ganas de orar, hacer una plegaria en agradecimiento.

Él no era muy diestro en eso, pero hizo su mejor esfuerzo juntando sus dos manos y elevando su mirada al cielo poco estrellado de ese atardecer. Miró las nubes, miró el sol y Elián respiró profundamente el aire fresco de esa casi noche.

– Oh, Eros –dijo Elián–. Oh, mi hermanito. Finalmente he vengado tu nombre. He hecho pagar a Artem todo lo que nos hizo, todo lo que sufrimos a causa de él y de tu esposa. Ella debe estar revolcándose en el infierno junto a su hija con Artem –Elián rio, triunfante–. Pero lo que no sabes, hermano mayor, es que tu hijo ahora trabaja para mí. Es irónico, ¿cierto? Cuando estábamos vivo, yo debía hacer cualquier cosa que me pidieras: alejarme de la chica que me gustaba solo porque querías hacerla tu esposa, hacer todas las misiones suicidas que tú no querías, darte todo el crédito por los avances de la familia Caruso.

Elián perdió su mirada un instante en el horizonte, en el pequeño rayo verde de sol un instante antes de ocultarse.

– Eres un estúpido, cabrón, Eros. Tu hijo ahora trabaja duro para mí: hace las misiones que no quiero hacer y se rige por lo que yo le digo. No importa quién lleva el nombre de la familia siciliana: tu hijo es el Don, pero él es solo una marioneta que yo controlo a mi conveniencia –Elián rió, irónicamente. Si alguien lo estuviese oyendo, creería que está loco por hablar solo–. Esto debo celebrarlo con un par de botellas. ¿Me acompañarás en la primera ronda, hermanito? Sé que te gustaba beber.

Y Elián dio media vuelta para ingresar de nuevo al club, sin percatarse que Egan acababa de cerrar una puerta tras él. Egan había oído todo.

🩸

De vuelta al nido, Egan estaba de pie frente a la foto de su padre. El club, como le había pertenecido anteriormente a Eros, tenía un pequeño altar para él donde los que iban podían dejar velas y tabacos. Esa noche no abrirían, así que él mismo se sirvió un trago de un whisky y bebió solo mientras Elián caminaba por la pista del club con una sonrisa.

Egan miraba la fotografía de su padre, descubriendo que él no se parecía a su padre: se parecía a su tío, con su conducta desquiciada y despiadada.

Egan no estaba nada feliz, solo miraba con desprecio a su tío. ¿De verdad estaba celebrando y bailando donde se supone que la esposa de Egan había "muerto" hacía tan solo unas horas? Aquello era desproporcionalmente cruel, sobre todo porque estaban hablando de una mujer que tenía una niña en su vientre. Mujer que, según Elián, había muerto muy violentamente.

Elián vio el rostro amargado de Egan, así que se acercó a él y dejó su brazo sobre los hombros de él, perdiendo su mirada en la fotografía de Eros escasamente iluminada por una vela a poco consumir.

– Deberías estar feliz –mencionó Elián–, la muerte de tu padre ha sido vengada. ¿No es cierto, hermanito? –Le dijo Elián la fotografía–. Matamos a la hija del maldito que te mató a ti.
Egan frunció su boca.

– Condenaste a muerte a la hija de un hombre que mandó a matar a mi madre –aclaró Egan, puntualizando la verdadera historia–, no a mi padre. Fue mi madre la que recibió la bala, y mi padre sufrió un infarto después.

Elián perdió su mirada en el fuego. – Lo sé, yo también estaba allí cuando eso sucedió. –Con tremenda amargura y un cambio de humor muy drástico, Elián bebió de golpe su propia bebida y luego tiró su vaso contra el suelo.

EL INFIERNO DE LA MAFIA © || [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora