Capítulo XII: Antes de los veinte - Morat.

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Antes de los veinte
dicen que se vale
tener delirios de delincuente.

Robar corazones,
pero también saber lo que se siente.
Y, ¡ay, qué mal se siente!

Nuestros amigos iban a llegar en cualquier momento y yo estaba histérica. Los traía el padre de Jesús en su coche, así que era cuestión de tiempo. Estaba esperándoles en un banco frente al campo de fútbol de la aldea, al inicio de ella, para que pudieran bajarse y así el padre de Jesús no entrara en las calles para después no saber salir. Pablo se había quedado en casa durmiendo.

Yo casi no había pegado ojo en toda la noche. Habíamos dormido en mi cama, no era la primera vez que dormíamos juntos, pero sí juntos sentimentalmente y no solo física. Había querido mandarles mensajes a Sandra, pero no le llegaban ninguno.

Pasé quince minutos mirando a un amigo de mi padre pastorear a las ovejas hasta que llegaron mis amigos. Se bajaron más emocionados que yo, y no les parecía importar que las ovejas le hubieran cortado el paso, a todas menos a Ana. La cual traía cara de malos amigos.

Encabecé la marcha junto a Jesús y a Rubén, mientras las dos chicas iban unos pasos por detrás de nosotros, mirando cada cosa alrededor, como si no hubieran visto un pueblo en su vida.

−      ¿Qué le pasa a Ana? −le pregunté a Jesús bajando la voz.

−      Que Pablo no le ha contestado los trece mensajes que le ha dejado. −me contó.

Me sorprendí bastante. No sabía que Ana hablaba tanto con Pablo.

−      Vaya. −me limité a decir.

María le hacía fotos a todo lo que veía mientras que Ana no dejaba de mirar su móvil intentando localizar una rayita de cobertura, la verdad era chistoso porque el único sitio que había era en la copa de un árbol. No le quise decir porque sería capaz de subirse y caerse.

−      Es esta. −les abrí la cancela y esperé a que pasaran todos al porche para abrir la puerta. −Adelante. −entré yo primera. −Esa es mi habitación, podéis dormir María y Ana en esta, y vosotros dos en la del fondo. −les señalé las habitaciones por el pasillo.

Todos aceptaron sin rechistar y dejaron sus cosas en las habitaciones programadas. Fui a la cocina buscando a Pablo, que se encontraba desayunando en calzoncillos solamente. Casi me dio un infarto cuando lo vi así y tan tranquilo, sabiendo que nuestros amigos iban a llegar. Cerré la puerta de inmediato, ganándome una mirada de confusión de su parte.

−      ¿Qué haces, loca? −preguntó con una taza de café en la mano.

−      ¿Qué haces tú? −le señalé. −Estás en pelotas. −le informé.

−      En pelotas estaba hace dos minutos. −me aclaró. −Es que hace mucha calor. −me explicó. −Me aso, tía. −se sentó en una silla sin más.

−      ¿Y qué vas a decir cuándo te vean así? −pregunté sentándome en frente suya.

−      Improviso.

No le dio tiempo a pensarse algo, pero yo lo tenía previsto desde el día que decidimos que íbamos a venir solos antes. Todo lo tenía estudiado de antemano. El primero en entrar a la cocina fue Jesús, quien frunció el ceño al ver a Pablo, pero le saludó sin más, extrañado de que estuviera en ropa interior. Se sentó a mi lado y cogió una magdalena que había sacado Pablo para desayunar.

Los demás sí que parecieron sorprenderse más que el primero, tomaron asiento con nosotros y cogieron algo de comer, pero no iban a dejar pasar la oportunidad de preguntar qué hacía Pablo aquí ya y en calzoncillos. Por supuesto, y esto no fue tan sorprendente, fue Ana, al lado de Pablo, quien se encargó de hacer la pregunta.

0. Ataque de ansiedad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora