Capítulo I - Las vegas, Aitana

68 1 3
                                    

Sin saber nada,
todo el mundo hablaba.
A mí no me importa confesar
que me estoy enamorando.

Jesús me había invitado a su cumpleaños. Hacía tanto calor que fuimos a la casa que tenía su familia en la playa. Siempre habíamos sido buenos amigos, también se debía a porque su madre y mi madre eran bastante cercanas, así que nosotros casi nos criamos juntos. Jesús invitó a Rubén, no me sorprendió porque era su mejor amigo, pero me sorprendió que invitara a Pablo, yo pensaba que no se llevaban demasiado, por lo visto me confundí.

Cumplía diecisiete años y sus padres nos habían dejado la casa sola, lo cual significa peligro, porque ninguno de los cuatros íbamos a cumplir la norma de "nada de piscina" que su madre había impuesto. De hecho, el primero en saltársela fue el responsable de Jesús, al cual se le olvidó a la segunda copa.

− Si me llegan a decir que Jesús iba a saltarse las normas de su madre me hubiera reído. −rió Rubén, yendo hacia el borde la piscina con una copa en su mano.

Yo me reí, tampoco había visto a Jesús romper las reglas y menos las de su madre, pero supongo que siempre hay una primera vez para todo. Incluso para dejar de ser responsable un día.

Rubén dejó la copa cerca de la piscina y saltó dentro, mojándonos a Pablo y a mí, que estábamos sentados en el borde de esta. Pablo y yo no teníamos mucha confianza, solo nos hablábamos en el instituto y poco más, pero cuando tuvimos que sacar a Rubén y a Jesús del agua nos hicimos más cercanos.

− Déjale ahí mismo. −dijo Pablo, soltando a Jesús en un lado del sofá. −Así se quedan juntos. −miró a Rubén.

Solté a Rubén en el otro lado del sofá y este sonrió embobado, mirándome.

− Qué guapa. −susurró cerrando los ojos.

Solté una carcajada y miré a Pablo, quien sonrió y asintió la cabeza, como si estuviera de acuerdo. Dio un paso hacia mí y me rozó la espalda al pasarme por detrás para ir a la habitación.

− ¿Dormimos juntos? −me preguntó antes de abrir la puerta.

− ¿Por qué? −pregunté burlona. − ¿Te ha dado miedo el monstruo de debajo de la cama? −me reí.

− Sí. −se rió nervioso.

No habíamos hablado mucho tiempo en clase, una vez nos sentamos juntos por obligación, pero nada más. Tampoco es que tuviéramos muchas cosas en común, creo, pero desde esa noche nos hicimos un poco más amigos. No sé si fue por el alcohol o porque la noche me transmitía demasiada confianza, quizás me abrí con él porque él lo hizo conmigo.

No tenía ni idea de su vida, ni él de la mía, pero desde aquel día en casa de Jesús, oyendo como él roncaba desde la otra punta de la casa, sentí que algo había cambiado en mí, en nosotros.

La cama de Jesús era grande, pues él era muy alto, y cabíamos los dos a la perfección, aunque estábamos cada uno a un lado de la cama, sentí la tensión de querer inclinarme un poco para que nuestros brazos se tocaran, para notar si él estaba tan nervioso como yo. Nunca había estado de esa forma con un chico, creo que eso fue lo que le hizo especial.

− No pensaba que se iban a poner hasta el culo. −susurró Pablo mirándome.

− Es que no sueles salir mucho con ellos, ¿no? −pregunté de la misma forma.

− No. −negó con la cabeza. − ¿Tú sí?

− Sí. −asentí y miré al techo. −Son mis amigos, empezamos a salir hace poco, la verdad. Sobre todo, bebemos en casa de Rubén cuando sus padres se van con su hermano de competición. −expliqué rápidamente.

0. Ataque de ansiedad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora