Capítulo XXXVII: Lo que me dé la gana - Dani Martín.

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Mírame a la cara, que lo soy,
la vida me lo enseñó.
Voy a hacer lo que me dé la gana.

No había salido de mi casa desde esa noche. Mi padre había vuelto del pueblo porque la ciudad ya había pasado casi toda la histeria colectiva de Navidad que tanto odiaba, aunque todavía quedaba el día de Reyes, pero ese día lo salía pasar en la ciudad, cerca de mí.

Los gritos cantando el cumpleaños feliz sonaban por todo el edificio a las nueve de la mañana. Sandra lo hacía todos los años, aunque este había innovado un poco y había cogido un altavoz. No solo le bastaba con despertar a todo nuestro bloque de pisos, sino que ahora quería tener despiertos y de mal humor a toda la calle.

−      ¡Feliz cumpleaños! −gritó a toda voz cuando terminó la canción.

La mandaron a callar desde una ventana.

−      Sh... −dijo ella con el ceño fruncido. −No todos los días se cumplen dieciocho años. −volvió a gritar. − ¡Y tengo el plan perfecto! −sonrió de oreja a oreja.

Verla tan contenta después de que yo hubiera pasado seis días tirada en la cama, casi sin salir de ella, había hecho que mi cerebro se desconectara por unos momentos y volviera a querer su vida y no la mía. Cómo había sido capaz de olvidar a un tío en menos de dos semanas, cómo se veía tan guapa a las nueve de la mañana.

Entró en mi casa cuando yo estaba poniéndome las botas, lista para salir a buscarla, pero se había adelantado. Sus padres tenían una llave de mi casa para emergencias por si pasaba algo, pero esa vez la había cogido porque no se aguantaba a verme tras la ventana, quería hacerlo en persona. Como si las nueve primeras horas del seis de enero ya me hubieran cambiado lo suficiente por tener dieciocho años.

−      Te noto con ganas del día. −me dijo irónica, apoyándome en mi armario. −Solo se cumplen dieciocho años una vez, vecinita. −bromeó.

−      Ya lo sé. −rodé los ojos.

No le daba tanta importancia a los dieciocho años como todos los demás de mis amigos, ni siquiera le daba tanta importancia a mi cumpleaños. Para mí solo era un día más, de hecho, me hacía más ilusión los regalos de Reyes que mi cumpleaños como tal.

−      Te tengo preparada una sorpresa.

La mirada que acompañó a esa frase no me transmitió mucha confianza. Ninguna para ser cierta, pero me dejé llevar por ella. No había tenido contacto con nadie en casi una semana, así que había llegado la hora de salir de la pequeña burbuja en la que me había encerrado por unos días.

Me llevó a desayunar a mi bar. Era tradición que pasáramos el desayuno con mi primo, mi tío y mi padre en el bar, con tortitas y zumos de naranjas a los que Sandra les ponía medio azucarero. Luego solíamos pasar el día entero en mi casa o en la suya viendo películas, comiendo palomitas y poniéndonos miles de mascarillas en la cara.

Pero cuando esa mañana la vi tan arreglada supe que no íbamos a tener un cumpleaños como el de los otros años. Sandra miraba el reloj de su móvil impaciente, como si llegáramos tarde a algún sitio, y por más que le preguntaba que si pasaba algo, ella no me decía nada.

−      ¿Qué hacemos aquí? −le pregunté cuando llegamos al centro de la ciudad.

−      ¿Has oído alguna vez lo de "año nuevo, vida nueva"? −me preguntó sonriente, llevándome a una esquina de la calle.

−      Sí. −dije no muy convencida.

−      Pues yo soy más de "año nuevo, pelo nuevo". −sonrió y entró a un salón de peluquería.

0. Ataque de ansiedad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora