Capítulo XV: Mama no - Pablo López.

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¡Díselo! Mama no.
Que no me conocen, no.

−      ¿Qué hacéis aquí? −pregunté cuando llegamos a mi casa.

Luna y Víctor se encontraban sentados en el porche de mi casa. No sabía cuánto tiempo llevaban esperando aquí sentados, pero parecían bastante aburridos. Luna suspiró cansada y rodó los ojos ante mi pregunta, mientras Víctor se levantaba animadamente a saludar a cada uno de nuestros amigos, siendo Pablo el primero, claro.

−      Nos mandaste un mensaje con la ubicación para que viniéramos, ¿recuerdas? −me dijo Luna levantándose y acercándose a nosotros.

Luna saludó con la mano a todos, que le saludaron de la misma forma que ella. Entramos todos y nos fuimos duchando hasta que estar todos listos, esta noche íbamos a acostarnos temprano para mañana madrugar e ir a montar a caballos, cosa que todos querían hacer porque nunca lo habían hecho, pero teníamos el problema de cómo íbamos a dormir ahora que Luna y Víctor habían llegado.

Tenía un colchón más de sobra, pero era individual el cual podíamos tirar en el suelo del salón y que uno de ellos durmiera ahí. Luna dijo que podíamos dormir ella y yo juntas en mi cama, como hacíamos cuando me quedaba en su casa de la playa, y que Víctor durmiera en el colchón, ya que Pablo se había quedado en el sofá.

Aunque tanta comedura de cabeza fue para nada, porque después de cenar todos en el salón, Víctor abrió su maleta sonriéndonos y sacó unas botellas de alcohol, las cuales agitó al oír las exclamaciones de Jesús y de María.

−      ¿Cómo has traído eso? −le pregunté con el ceño fruncido.

−      Pablo me habló y me dijo que trajera algo. −dejó las botellas en la mesa y volvió a su sitio, en el suelo como todos.

Pablo sonrió y fue aclamado por María y por Jesús que abrían las botellas casi sin dejarles tiempo a los demás de hablar ni de reclamar. Ana rodó los ojos cuando María se tomó el primer trago directamente de la botella, igual que hizo Rubén cuando Jesús la imitó casi al segundo.

−      ¿Por qué mejor no esperáis a que traiga vasos? −me levanté del suelo, pero la mano de María me volvió a sentar.

−      No hace falta. −dejó la botella en la mesa.

Jesús le dio la razón. Y yo no sé en qué momento estábamos pasándonos la botella de unos a otros, casi borrachos por completo a la hora y media de empezar. Todos menos Luna, que se dedicaba a observarnos con gestos y caras raras cada vez que hablaba alguno e intentaba vocalizar alguna que otra palabra mejor que la anterior.

−      Hoy sí que hubiera sido un buen día para las confesiones. −dijo Jesús dejando la botella en manos de Ana, que estaba a su lado. −Porque seguro que Julia se animaba a contar algo. −se rió mirándome.

−      Ni borracha os cuento mis secretos. −le solté cogiendo la botella de Ana.

−      Ahora sí que tienes secretos, eh. −dijo María dándome un toque en el hombro. −Oye, Luna. −se incorporó en el suelo para mirarla. −Tú eres su mejor amiga, seguro que sabes algo de ella.

Todas las miradas fueron directa a mi amiga, nombrada por María mi mejor amiga, aunque no lo era, para ellos sí que lo era. Luna no iba a decirles nada de mí por el simple hecho de que no sabía nada, me tomaba mucho cuidado con no contarle nada a nadie que supiera que no duraría en desvelar algo, y Luna era una de esas personas de las que desconfiaba porque sí, no había un por qué exacto.

−      No sé nada. −dijo la rubia.

−      Eso es porque todavía no has bebido. −le dijo la del pelo rizado, que me quitó la botella de las manos y se la dio a ella. −Bebe. −le ordenó.

0. Ataque de ansiedad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora