Capítulo XXII: Vivir así es morir de amor - El canto del loco.

16 0 0
                                    

Siempre me traiciona la razón,
y me domina el corazón.
No sé luchar contra el amor.

− ¿Por qué no podemos tener un viernes normal? −le pregunté a Jesús.

− Porque estamos en la edad de que este tipo de viernes sean los normales. −me contestó con las cejas levantadas.

Jesús quería hacer algo nuevo, pero en esta ciudad nada lo era. Vivíamos en una ciudad pequeña, que tenía lo justo y necesario para poder entretenernos, pero cuando llevabas más de diecisiete años viviendo aquí todas las opciones eran las mismas, por eso siempre acabábamos haciendo lo mismo. Y a nadie le molestaba, porque no había nada más que hacer. Era eso o no hacer nada.

Últimamente se estaba hablando de algo nuevo que iba a sorprender a todos, pero nadie sabía nada, era secreto. No sé cómo Jesús se había enterado de que esa actividad nueva, para nada segura, eran las carreras de coches. Ilegales, por supuesto, porque la mayoría de personas no tenían ni la edad suficiente para conducir.

Yo no he sido nunca de salirme de mi zona de confort, me gustaba como se veía en el mundo desde dentro de mi burbuja, cuando todo se desmoronaba fuera, dentro no lo hacía. Yo me sentía segura, aunque nadie más lo estuviera. Era por eso que solía seguir las normas desde hace un tiempo, aunque no me gustaba esa parte de mí que lo hacía, siempre me empeñaba en decir que no las seguía, que las rompía. Pero yo sabía la realidad, que yo me dejaba guiar por las normas.

− Es que me parece peligroso. −le susurré. − ¿No había otro momento para decírmelo que en mitad de Inglés? −le pregunté, haciendo oídos sordos a las quejas del profesor.

− Es que si no te ibas a rajar. −me contestó susurrando. −Venga, tía. ¿Desde cuándo te ha importado que algo fuera peligroso?

Sabía exactamente lo que tenía que decir para que yo aceptara a ir a esa aventura. Aunque no quisiera.

− Si vamos todos. −miró a Pablo, que nos daba la espalda. −Incluso este. −le señaló.

− Iré solo para poneros el modo responsable. −me crucé de brazos.

− Lo sabía. −sonrió él.

Mis amigos solían tener una coña conmigo. Que era la madre del grupo, aunque en realidad hiciera yo más locuras que ellos. Cuando yo faltaba se les iba de las manos todo lo que hacían, como que se les olvidaba lo que estaba bien y lo que estaba mal. Y yo aportaba ese punto de calma y de responsabilidad. Por eso, en cierta parte, había aceptado a ir a esas carreras raras.

− ¿A qué hora es? −le pregunté suspirando.

− A las ocho en mi portal. −me citó. −A las ocho en punto, Julia. −me miró serio. −Porque hay que estar a las ocho y cuarenta y cinco allí, ¿vale? No llegues tarde.

− No, papá. −bromeé.

A penas habían dado las seis de la tarde cuando ya estaba vestida y lista para irme, estaba tan nerviosa que no podía ni siquiera imaginarme todos los escenarios posibles cuando estuviéramos allí. Ni siquiera sabía donde era ni cómo íbamos a llegar, tampoco pensé mucho en eso, porque creía que Jesús ya tenía todo previsto.

Mi padre solía dormir la siesta un pequeño rato y luego salía a abrir el bar, lo teníamos en frente de casa, así que no era de extrañar que se levantara cinco minutos antes de que fuera la hora de abrir. No me sorprendió cuando sonó el timbre a los dos minutos de que se fuera, porque pensé que se le había olvidado algo.

− ¿Qué...? −fui a preguntar cuando abrí la puerta.

− Me he encontrado a tu padre. −sonrió.

0. Ataque de ansiedad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora