Capítulo XVIII: Vas a volverme loca - Natalia.

18 0 0
                                    

Me ignoras, no miras tú.
¿A qué viene esa actitud?
Sé que la razón voy a perder.

Sabía que alguna de mis amigas iba a comentarme algo sobre la discusión y sabía exactamente cuáles eran sus intenciones con las preguntas que seguramente me harían. Ana, lejos de preocuparse por mí, intentaría preguntar por quedar bien y se iría directa a preguntarle a Pablo. María me pondría cara de madre y me diría que se nos fue de las manos a los dos. Y Luna... Luna me diría la verdad sin ningún tipo de tapujos.

En el autobús de las seis había mucha gente. No solo iba por mi pueblo, sino que iba por varios, así solía llenarse por completo. Sobre todo los fines de semana, como era el caso. No dudé ni un segundo en sentarme al lado de Pablo, en las primeras filas de asiento, pero justo cuando iba a hacerlo, puso su bolsa en el asiento libre.

Me senté al lado de Luna, un poco más atrás que él, que quitó la bolsa cuando pasó Víctor para que pudiera sentarse con él. Supe que me iba a sacar el tema, y yo casi preferí que me preguntara por cualquier otra cosa antes que por la bronca de esa mañana.

−      No tengo ganas de hablar del tema. −le dije.

−      Pues hay que hablar las cosas. −me contestó, con el ceño fruncido. −No es normal como se ha puesto antes. −me susurró para que nadie más nos escuchara.

−      Tía, yo tampoco me he portado bien. −la miré. −Le he gritado como una loca.

−      Y él a ti también. −me recordó. −Y te ha mirado el móvil, más de una vez. −me dijo, como si no lo supiera.

−      No es nada. −le quité importancia.

Vi el ceño fruncido de Luna y como se incorporaba en el asiento para mirarme mejor, no estábamos cara a cara, pero casi, todo lo que nos dejaba los asientos del autobús. Luna se enfadaba siempre con una razón de peso, no como yo que me solía enfadar por el más mínimo detalle, por eso no me tomé muy a pecho la pequeña discusión con Pablo, porque esa yo no era nada comparada con lo que podía llegar a ser cuando sí lo estaba de verdad.

Aunque, pensándolo mejor, sí que estaba enfadada de verdad con Pablo, pero no me puso como me ponía cuando me enfadaba con otra persona o cuando me enfadaba porque sí, conmigo misma. Sentía que tenía que controlarme con él, porque si yo me ponía a cien, él se pondría a mil. Y no quería verlo enfadado, no quería conocer esa parte de él, porque en cierta parte me daba miedo hacerlo.

−      Todos los amigos discuten alguna vez. −le dije, sacando los auriculares de mi bolso. −Tú y yo a veces también lo hacemos. −le recordé.

−      Es que tú y yo sí somos amigas. −me susurró, acercándose a mí. −Pero parece que vosotros dos no lo sois. −me dijo para sentarse bien en el asiento.

No le contesté y ella no me dijo nada más. No supe cómo interpretar lo que me había dicho la rubia. No éramos amigos. En ese momento, sí lo éramos, pero creí que mi amiga se refería a que se notaba que había algo más entre nosotros que una simple amistad. Luego entendí que no teníamos siquiera ni eso, ni una simple amistad. Porque lo nuestro ni era simple, ni era amistad.

Me puse los auriculares cuando Luna se puso los suyos y se quedó mirando por la ventana. No volvió a abrir la boca hasta que nos bajamos del autobús en la estación. Todavía teníamos que coger otro autobús para ir a nuestro barrio. María y Víctor se fueron andando, María porque le gustaba andar y no vivía tan lejos como nosotros, y Víctor porque vivía al lado, literalmente a un par de minutos.

Ana dijo que los acompañaba, pero al ver que nadie más lo hacía cambió de opinión para venir con nosotros. Como vivíamos en la misma zona, nos subimos todos al mismo, bastante incómoda la situación, teniendo en cuenta que la discusión que habíamos tenido Pablo y yo ya era conocida por todos.

0. Ataque de ansiedad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora