Amnesia

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19 de junio, año actual

Una fina lluvia empapaba las sombras de la ciudad, que se sumía en la completa oscuridad nocturna. La luna nueva no brillaba hoy en la negrura del cielo, cuyas nubes eclipsaban el tintineo de las estrellas.

Los pasos de Fer se hacían eco en el silencio de la madrugada. El joven, apresurado, se dirigía al piso que compartía con Rodrigo en uno de los barrios menos deseados de la ciudad. Y es que, a pesar de ser las manos izquierda y derecha de Emilio, las ganancias de ambos chicos eran mucho menores que las de su jefe, motivo por el cual Fer siempre había acusado al costarriqueño de enriquecerse a costa de su trabajo. Tal vez por eso Rodrigo y no él era el ojito derecho del narcotraficante.

El número del edificio de Fer lucía semiborrado sobre un portón de madera destartalada. El joven lo abrió y este crujió con un crepitante chillido. Los ácaros flotaban en el espeso ambiente del portal, ascendiendo a la vez que lo hacía el chico. La suciedad de la escalera fue su única compañía hasta la cuarta planta, donde residía con su amigo.

Según abrió la puerta de su piso, aspiró un intenso olor a marihuana. Las carcajadas sonoras de un eufórico Rodrigo resonaban desde el salón de la casa. Fer se aproximó al umbral de la habitación, que permanecía iluminada únicamente por la chispa del cigarro que su compañero de piso sostenía en su mano izquierda. De él emanaba un humo azulado que invadía toda la estancia. Rodrigo miraba nostálgicamente a la ventana a la vez que le daba una calada, estallando de nuevo en risas según lo hacía.

-Me pregunto dónde estará ahora mismo- comentó Rodrigo al percatarse de que su compañero lo estaba observando.

Fer tardó unos segundos en comprender que estaba hablando de Irene. Dubitó unos instantes más si responder a aquello, pero la incomodidad del silencio se hizo demasiado sonora.

-No lo sé, nadie lo sabe...- contestó titubeando, tratando de pensar una frase más coherente que no llegó a salir de su labios.

-Emilio piensa que está muerta- sentenció Rodrigo, recuperando por un momento la seriedad y la frialdad que aquella droga le había hecho perder. Acto seguido, irrumpió de nuevo en risas.

Fer lo observó con una mirada lasciva. Paradójicamente, él había decidido dejar las drogas a su entrada a la banda y, aunque no sin alguna pequeña recaída, había logrado en la medida de lo posible mantener estable su promesa.

-Tal vez sea mejor así- contestó el joven escuetamente- No habría sido capaz de encajar la verdad y eso solo nos habría traído más problemas a todos- añadió con firmeza.

-Qué triste final, ¿verdad?- ironizó Rodrigo entre más carcajadas.

-En serio, tienes que dejar esa mierda.

-Es la única medicina que me alivia el dolor de vivir. Pero no pongas esa cara, alégrate: por una vez en tu vida, vas un paso por delante de Emilio.

-Debiste consultarme antes de hacer lo que hiciste. No entiendo por qué te deshiciste de ella así...

-No quería más años en la cárcel. No soy un asesino. Aquello fue un accidente, pero Irene podría afirmar lo contrario si quisiese destruirme. No me convenía. No nos convenía.

-¿Y Marta? Ella también lo sabe.

-Ella no dirá nada siempre y cuando no nos relacione con su desaparición. Es de las nuestras, se rige por nuestro código moral.

-Pues si yo fuese ella ahora mismo tendría todas las flechas apuntadas hacia nosotros. ¿Sigue sin preocuparte?

-Tranquilo, estoy seguro de que se acabará olvidando del asunto- sentenció el joven estallando en más risas.

***
El ajetreo de vasos y platos escenificaba la música en la conciencia de Miriam. Se encontraba sentada en la misma cafetería en la cual se había citado anteriormente con Marta, con una pequeña diferencia, esta vez Rodrigo había acudido a hablar con ella antes del encuentro con la joven rubia.

Marta se encontraba ahora en el baño, y Miriam debía decidir qué hacer antes de su regreso. Los segundos se desvanecían en el reloj y la chica seguía confusa, debatiéndose entre su integridad moral y su sentido común, que le advertía en susurros las terribles consecuencias que acarreaba deberle favores a Rodrigo.

En su mente resonaban las palabras del joven, que aseguraban con firmeza que no sucedería nada grave, que no la podrían relacionar con aquello, que era un trabajo muy sencillo... Pero la chica estaba sembrada de dudas. Si tan simple era aquella tarea, ¿por qué no la realizaba él mismo? Contempló de nuevo el pequeño bote de cristal que Rodrigo le había entregado aquella mañana. Sopesó lo que estaba a punto de hacer durante un largo instante y, finalmente, abrió el frasco y vertió todo su contenido en el café que Marta había dejado sobre la mesa.

Minutos después, la chica volvió del servicio y se sentó de nuevo a su lado, dándole un sorbo a la adulterada bebida. Miriam esperó impaciente una mueca de desagrado o algún tipo de indicio que le permitiese deducir que la joven había percibido el nuevo componente de su capuccino, pero ese momento no llegó. Suspiró aliviada para sus adentros, al parecer Rodrigo no había mentido sobre la insipidez del compuesto.

-Y bien, ¿para qué me has citado una segunda vez?- comenzó Marta.

-Verás... Hubo algo que no te conté...

-Prosigue- ordenó Marta con una mirada seria.

-Las cosas no ocurrieron exactamente cómo te las relaté. Irene jamás tuvo la intención de olvidarse de Javier y nunca vino a visitarme al centro, fui yo quien me escapé para convencerla de que no aguantaba ni un minuto más allí dentro. Sorprendentemente, la chica reaccionó bien a mis palabras y retiró la denuncia contra mí, incluso creí que me había hecho caso y había borrado a Javier de su vida. Como supongo que ya sabrás, yo volví con él algún tiempo después. Lo que no sabía es que ella también. Los pillé una vez más un día que Javier y yo discutimos. No sé si fue solo aquella vez o si se seguían viendo a mis espaldas, ni quise saberlo. Perdoné a Javier con el último trozo de dignidad que me quedaba. Tal vez pienses que soy estúpida, pero yo le quiero, estoy enamorada de él. Y me da que Irene también lo estaba.

Miriam suspiró aliviada. Necesitaba desesperadamente aliviar sus males de conciencia, y contar esa parte de la verdad había sido la única forma que había encontrado.

Marta pestañeó un par de veces, tratando de asimilar toda la información que aquella chica le acababa de confesar. ¿Qué la habría empujado a revelar aquello? ¿Sería esa por fin la verdad? No le extrañaba que lo hubiese ocultado, pues no decía mucho a su favor e incluso podría inculparla en la desaparición de Irene. Tal vez hubiese decido callarlo porque, aún siendo inocente, sabía que decir aquello no le convenía. De todas formas, haber contado eso demostraba que tenía conciencia, que no sería capaz de haberle hecho nada a Irene. Marta acabó de un sorbo su capuccino.

-Lo siento, de verdad que lo siento- sollozó Miriam con lágrimas en los ojos mientras salía del local.

***
-¿Alguna vez has oído hablar de las mareas rojas?

-Claro, cuando las hay no se puede comer marisco.

-¿Y por qué?

-Está intoxicado, podrías morir.

-Ese sería el peor de los casos. Otras toxinas tan solo causan amnesia- explicó Rodrigo con una sonrisa maliciosa mientras le entregaba un pequeño frasco de cristal a la joven.

El sentido de no tener sentidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora