3 de agosto, dos años atrás
Irene se encontraba tumbada en su cama, con los cascos puestos y la música a todo volumen. El sonido de la lluvia cayendo furiosa sobre los tejados pasaba desapercibida para los oídos de la joven, que se conformaba con verla a través del ventanal de la habitación. Sus ojos estaban rojos e hinchados; sus mejillas, pegajosas, todavía con restos de las lágrimas que no se habían evaporado del todo.
Aquella tarde la había pasado sola en su casa. La depresión se había apoderado de ella, pues, en otras condiciones, la chica jamás habría desperdiciado tal oportunidad para invitar a alguien a su cuarto. Pero aquel día las circunstancias eran otras. Tras superar dos años y medio de bullying y la separación de sus padres, hoy Irene lloraba por amor, lo único por lo que juró nunca malgastar una lágrima. ¿Sería posible que Javier siguiese clavado en su mente y en su corazón? La joven se decía a sí misma que debía dejar de verle, que tenía que parar de recaer en sus brazos y que, sobre todo, era hora de valorarse a sí misma un poco más. Pero sus palabras caían cuando un mensaje del joven llegaba a su teléfono.
Y, pensando en ello, ni ella misma sabía a lo que se aferraba, pues el joven había demostrado estar utilizándola claramente. Por otro lado, los sentimientos de culpa tendrían que corroerla por dentro y no debería ser capaz de mirar a la novia del chico a la cara, pero su conciencia descansaba en un profundo sueño desde hacía ya mucho tiempo. ¿Cuánto? Quién sabe... Ni siquiera ella sabría decir cuándo comenzó ese torbellino a arrasar su vida, solo era consciente de que se había transformado en un devastador huracán.
Tal vez siguiese sucumbiendo al hechizo de su ex novio porque, a pesar de todo, cuando estaban juntos él la trataba con mucho cariño y le daba los mimos que el resto olvidaban proporcionar a la joven. Dejando a un lado las circunstancias que lo convertían en un auténtico manipulador, Javier siempre había cuidado de Irene y seguía haciéndolo, pues, en el fondo, no quería que nada malo le ocurriese.
El móvil de la joven sonó y ella decidió ignorarlo, pero, al no cesar los pitidos, convirtiéndose en molestos, decidió atender a sus reclamos. Era él. No podía ser. ¿Por qué tenía que ser siempre tan inoportuno?
-Estoy en tu portal, ¿me abres?- leyó Irene en su whatsapp.
-No creo que ahora sea buen momento...
-Déjame subir, tonta- tecleó el joven acompañando su mensaje con un guiño.
-Bueno, está bien...
¿Por qué hacía esto de nuevo?¿Qué estaba haciendo con su vida?¿Cuándo dejaría de flotar a la deriva? Ataviada con unos pantalones cortos de algodón y una camiseta básica rosa, la chica se dirigió a la puerta para recibir a Javier, que, sin saber cómo, siempre lograba abrir el portal y subir a su piso por el ascensor.
-Te echaba de menos- le susurró al oído.
-¿Qué quieres?- preguntó Irene intentando mostrarse distante.
-Vamos a tu habitación mejor.
-No.
La palabra pronunciada sorprendió a ambos jóvenes. Él no podía creerse que lo estuviese rechazando y ella estaba sorprendida de haber sido capaz.
-¿Por qué?- inquirió Javier.
-Porque tienes novia. Porque lo nuestro ya acabó y porque es hora de que salgas de mi vida. Porque no voy a dejar que sigas usándome así y porque tengo que empezar a valorarme- respondió la joven, levantando el tono a medida que crecía la confianza en sí misma.
¿Lo había hecho?¿Había logrado acabar con aquella historia interminable?¿Había sido capaz de reemplazar con punto final los puntos suspensivos?
***
-Tienes que irte, mi madre debe estar a punto de llegar- le susurró Irene a Javier.
El joven salió de la cama y comenzó a vestirse, buscando su ropa entre las sábanas y el pasillo. Y es que, desde luego, no hay peor error que no aprender de los errores.
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El sentido de no tener sentido
Teen Fiction"Nadie nos conoce realmente, cada persona tiene una imagen de nosotros y no somos sino la suma de todas ellas" Irene Peñalver era un puzle del cual cada persona tenía una pieza, pero la chica había guardado las más importantes para sí, de forma que...