El incidente

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17 de junio, un año atrás

Irene, ataviada con un sobrio vestido granate, miraba seria al juez que la escrutaba con desconfianza. Estaba rabiosa. Tras dar la cara por Elisa, su ahora ex amiga la había cargado a ella con toda la culpa. ¿Cómo había sido capaz? Pagaría por ello, sin duda.

-No, señoría, le juro que yo no tuve nada que ver en esa intoxicación- declaró la joven, consciente de que siempre juraba en vano.

***

-El caso queda visto para sentencia- anunció el juez.

Irene le observó durante unos instantes. Era demasiado mayor, no podría usar sus habituales maneras de proceder. Por un momento, la chica se vio a sí misma en el tan temido centro de menores de la ciudad. No, no podía terminar allí, eso jamás. Tendría que echar mano de sus ahorros para asegurarse una sentencia favorable.

Sus padres, totalmente decepcionados con ella, la esperaban a la salida de la sala. Sus respectivas miradas fulminaban a Irene.

-Tú ni me mires, no eres el indicado para hablar de buenos actos- le reprochó a su padre- Y a ti te juro que soy inocente, mamá.

-Ya no sé en quién creer- sollozó la madre de la chica.

-Me voy a dar una vuelta- les comunicó Irene.

-De eso nada, estás castigadísima- gritó Felipe.

-No hasta que salga la sentencia- le respondió la joven mientras se alejaba de aquel lugar.

Efectivamente, y desde el divorcio de sus padres especialmente, Irene estaba muy consentida.

Mientras caminaba por los pasillos en dirección a la salida, un chico la paró. La capucha de su sudadera y el abrigo que vestía por encima apenas dejaban a la vista sus ojos, grandes y grises.

-Búscame en la salida en 15 minutos.

-¿Emilio?- preguntó Irene extrañada, antes de seguir caminando ante las indicaciones del hombre.

¿Qué querría?

***

-Yo puedo ayudarte.

-¿En qué?- respondió Irene confusa.

-Sé que eres culpable, y que necesitas no serlo.

-¿Y qué puedes hacer tú por mí?- preguntó ella conociendo la respuesta.

-Tengo mis métodos, te aseguro que nunca fallan.

-¿A cambio de cuánto?

-Nada, simplemente no quiero que pases una adolescencia como la mía.

Irene le observó enarcando una ceja. Sabía que Emilio nunca actuaba de balde.

-Simplemente digamos que me debes un favor- le susurró al oído el chico.

-De acuerdo- aceptó la joven.

-¿Qué tal si mañana te pasas por el hotel en el que estoy alojado y...hablamos de tu caso?- preguntó el hombre con malicia.

-Allí estaré.

Una vez más, el costarriqueño se encontraba en la ciudad natal de Irene por juicios pendientes. ¿Cuándo aprendería?

El sentido de no tener sentidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora