Olvido

56 10 6
                                    

13 de junio, año actual

Lorena, encerrada en su habitación con los cascos puestos, decidió levantarse de la cama para comer algo. Llevaba dos semanas allí dentro, con el pijama puesto acurrucada en su cama, sin parar de llorar desconsoladamente. Su madre había tratado ya de todas las maneras posibles que saliese a la calle, o al menos que almorzase, pero todo intento había sido en vano. La desaparición de la que había sido su mejor amiga desde su primer año de vida le había afecfado terriblemente, más de lo que nadie hubiese podido imaginar.

La chica cogió un puñado de pañuelos más y se secó de nuevo sus lágrimas, que se habíam extendido dejando una mancha sobre sus sábanas. Ya limpiaría eso más tarde. Había decidido que no quería seguir preocupando a su familia, por lo que debía salir de aquel vacío y resurgir al mundo real, retomar su vida, en la que ya no estaba Irene.

Frente al espejo de su baño, se recogió su pelo moreno ligeramente rizado en una coleta alta y se lavó la cara. Sus grandes ojos café estaban rojos por el llanto, eso no podía corregirlo de ninguna manera. Intentó sonreírse a sí misma, decirse que todo saldría bien, pero la bonita sonrisa que solía lucir se vio reemplazada por una totalmente falsa que ahora la miraba desde el espejo, preguntándose donde quedó aquella chica alegre y risueña que, a pesar de odiar madrugar, afrontaba las mañanas con energía.

Después de cambiarse de ropa, bajó las escaleras de su piso, caminó hasta la cocina y se sentó en una de las sillas donde sus padres estaban desayunando.

-Buenos días familia- dijo en un tono extraño.

Helena y Manuel se miraron entre sí, totalmente desconcertados. Lo último que se esperaban aquella mañana de junio era que su hija reapareciese y saliese por fin de su cuarto. Ante la mirada atónita de sus progenitores, Lorena decidió hablar de nuevo:

-He decidido reincorporarme a mi vida normal, acabaré los exámenes de junio y seguiré con mi vida- les comunicó mientras untaba mantequilla en una tostada que robó a su padre.

-Cuan...cuánto me alegro, cielo- tartamudeó Helena sin saber que decir.

Sin más, la chica se bebió de un trago el café de su madre y terminó la tostada en dos mordiscos, observando la extraña reacción de sus padres.

-Me voy a duchar, tengo que coger el bus del instituto en media hora- anunció mientras subía de nuevo al piso de arriba.

***

Los pasillos del instituto se silenciaban a medida que veían a Lorena pasar, totalmente sorprendidos por su regreso. La chica se acercó a un corro conformado por tres chicas y dos chicas y, sin más, los saludó como si nada sucediese.

-¡Lore!- gritaron al unísono las tres jóvenes, a las que les faltó tiempo oara abrazar a su amiga.

-Por fin de vuelta, enana- le dijo Alberto, uno de los chicos.

-Ya era hora de regresar, supongo- pronunció ella con una dulce sonrisa.

El timbre sonó y cada uno se dirigió a sus respectivas aulas, aunque algunos se encontraban en las mismas.

***

Los alumnos salieron a trompicones de la clase al sonar la campana que indicaba la hora de comer. Todos menos Lorena, que se quedó recogiendo sus libros, lentamente, reincorporarse tras dos semanas sin pisar el centro estaba resultando un tanto difícil, aunque no demasiado, pues ella siempre había sido una chica inteligente. Álvaro, el profesor de matemáticas, cerró la puerta, quedándose a solas con ella en el aula.

-Te he echado de menos...- le susurró al oído cuando se encontró detrás de ella, dándole un beso que ella esquivó al instante.

-No es momento, joder- respondió Lorena arisca.

-¿Qué te pasa?- preguntó extrañado, pues la joven nunca rechazaba sus besos.

-No he faltado dos semanas por nada.

-Pensé que estabas enferma...

-Pues estabas muy mal informado.

-Cuéntame qué sucedió entonces. ¿Vamos a comer juntos?

-Procura que no nos vean salir muy pegados, creo que hay gente que sospecha.

-Te preocupas más del tema que yo- rió Álvaro.

-Pues deberías estar más atento- respondió la joven antes de abandonar su clase.

Álvaro la observó salir, embelesado por su figura. Tenía que reconocer que aquella chica le empezaba a gustar mucho más de lo que pensó en un principio.

El sentido de no tener sentidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora