20 de junio, dos años atrás
La casa de Irene se encontraba vacía, sin más presencia que la de la propia joven. Las luces estaban apagadas, exceptuando la del cuarto de baño. El silencio era absoluto, solo perturbado periódicamente por una tos seca que, intermitentemente, semejaba ser fuerte o débil. Sin embargo, se podía apreciar un llanto casi inaudible si se usaba la máxima concentranción.
Los ojos de Irene lloraban, mezclándose las lágrimas con su vómito y su sangre. Todavía no era capaz de creerse el punto al que había llegado. La primera vez que el fluido rojo apareció diluido entre sus jugos gástricos le restó importancia, pero paulatinamente aquello se hizo habitual y comenzó a preocuparla. Cada vez que recurría a aquella horrible práctica se decía a sí misma que aquella sería la última vez, sabiendo desde ese mismo instante que estaba mintiendo una vez más.
Al principio, los vómitos de Irene eran muy ocasionales, teniendo lugar mayoritariamente en días puntuales de fin de semana en los cuales abusaba de los dulces o la comida rápida; pero poco a poco pegarse atracones de bollería incluso sin hambre para vomitarla posteriormente se convirtió en un horrible y habitual proceso de su día a día. Contradictoriamente, la joven era consciente de su enfermedad, pero se veía incapaz de arreglarla por sí misma, y mucho menos de compartir aquello con otros. Hacía apenas un mes desde que hacía aquello a diario y, cada vez que terminaba, observaba su cara roja y cubierta de lágrimas en el espejo, deseosa de llamar a alguien y contarle lo que le acontecía, gritarle la impotencia que sentía al verse a sí misma cayendo irremediablemente en el pozo de la bulimia.
Había sobrepasado los límites establecidos y había perdido el control sobre su voluntad, ya no podía impedir que sus dedos o mismo un bolígrafo se adentrasen en su garganta en busca de eliminar las calorías consumidas anteriormente. A veces deseaba no tener conciencia sobre aquello, vivir en la ignorancia, desconocer si esa terrible práctica era perjudicial para su salud o no. Ojalá nunca lo hubiese hecho por primera vez, ojalá hubiese podido cortar su enfermedad a tiempo, ojalá fuese capaz de contarle su mal a los demás, ojalá su vida no fuese la que era en esos momentos.
La presión hundía los dedos en su garganta cada vez más, aunque nunca llegó a ver aquello como un alivio a los problemas, sino como una purga por algo realmente horrendo que debía haber hecho en otra vida para que en esta el destino le diese la espalda de tal forma. Una carga más que soportar sobre su espalda, como lo eran el acoso por parte de sus compañeras o su reciente ruptura con Javier.
Por suerte, o tal vez por desgracia, su amiga Marta la estaba ayudando a salir de todo aquello, aunque sus métodos no fuesen los más recomendados. En las últimas semanas, Irene se había sumido en el mundo de la noche y había hecho contactos y amigos que la ayudaban a saltarse las barreras de su corta edad. Adrián no lo aprobaba, pero no pudo hacer más que asumir que ahora su amiga recorrería otros caminos.
Durante esos meses, antes de volver a su ciudad en el verano de ese mismo año, Irene procuró olvidarse de todo, y resultó con cierto éxito. El acoso de sus compañeras acabó tras haberlas puesto en evidencia en un par de situaciones, Adrián se sintió orgulloso de ella. Aunque ese problema dejó paso a otros más graves. Sus idas y venidas con Javier se hicieron más pronunciadas para terminar en un odio mutuo tras la quinta reconciliación. La sexta no llegaría hasta muchos meses después, sabiendo ambos que no era del todo efectiva. Mientras tanto, los dos jóvenes jugaban una guerra sin normas. Todo valía. La bulimia de la chica avanzaba, por entonces nadie sabía de su enfermedad. Los malos hábitos se hicieron frecuentes y la inocencia de Irene se vio sustituida por una mezquindad incontrolada. Pocos sabrían reconocerla por sus actos tras aquel cambio. Aprendió que nunca nadie volvería a pisarla, que jamás persona alguna volvería a jugar con ella. Ahora era a ella a quien le correspondía ese papel, nació así la pequeña manipuladora en la que se convirtió.
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El sentido de no tener sentido
Teen Fiction"Nadie nos conoce realmente, cada persona tiene una imagen de nosotros y no somos sino la suma de todas ellas" Irene Peñalver era un puzle del cual cada persona tenía una pieza, pero la chica había guardado las más importantes para sí, de forma que...