En comisaría

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13 de junio, año actual

César forcejeó intentando zafarse del policía que le estaba esposando. Esto debía tratarse de un error, él no había hecho nada como para que lo arrestasen.

-Soltadme, cabrones- gritó con rabia.

-Para comisaría, niñato- respondió el policía que conducía el coche patrulla donde le habían metido acto seguido de su protesta.

-¡Tengo derechos!

-Lo que tú digas...

-Decidme al menos por qué estoy aquí.

-Tú sabrás.

El trayecto fue angosto y desesperante para el joven que, con diecisiete años, se encontraba ante su primer arresto. Confuso y extrañado, repasó sus últimos movimientos en las pasadas semanas. No había hecho nada malo, dejando atrás saltarse los semáforos rojos en los pasos de cebra. ¿Qué querrían de él?

***

Tras un interrogatorio sin sentido alguno, César se percató de que no tenían nada contra él y exigió su puesta en libertad, por lo que no tuvieron más remedio que dejarle ir. En las puertas de la comisaría, esperaba el bus que lo llevaría de vuelta a casa. Su abuela, con la que vivía desde la trágica muerte de sus padres, debía estar preocupada.

Después de comprobar que el vehículo tardaría aún quince minutos en pasar, entró al hall del edificio para resguardarse del frío. Su sorpresa fue máxima cuando, allí dentro apoyada en una columna, divisó a la chica que lo había cautivado hace tres noches en la discoteca. Era su oportunidad de oro para hablarle, antes de que desapareciese de nuevo.

-Ey, ¿te acuerdas de mí?- la llamó.

-Pues...creo recordar que coincidimos hace un par de noches- respondió la joven confusa.

-¿Qué haces tú aquí, si tienes cara de chica buena?-improvisó César, que, en realidad, no veía rasgos de bondad en el rostro de la joven.

-Es una larga historia...Yo podría preguntarte lo mismo.

-¿Y si te invito a cenar y me lo cuentas?- sugirió el chico, atrevido.

La joven dudó un instante, totalmente descolocada. Aquel guapo desconocido la estaba invitando a cenar, cómo negarse; aunque no sabía absolutamente nada de él, y se hallaba en comisaría en estos momentos, lo cual no era buena señal.

-Vale, pero hoy no puedo- contestó con una leve sonrisa.

-¿Qué tal el jueves?

-Perfecto, ¿a las diez?

-Dame tu número entonces. Por cierto, ¿cómo te llamas?

-Lía.

-César, encantado.

***

Emilio, recién salido de los juzgados, introdujo un par de monedas en una cabina telefónica, pues sospechaba que la policía pudiese estar controlando su móvil.

-¿Absuelto otra vez?- preguntó la voz que respondió la llamada.

-Por falta de pruebas- sonrió Emilio- He inculpado a un gilipollas con el que tenía cuentas pendientes. Volveré a la ciudad esta misma tarde.

-¿Y las niñatas esas?¿Qué querían?

-Saber qué fue de Irene. Ojalá lo supiese...

-Pensé que estabas enterado...

-¿De qué?- inquirió Emilio con voz tensa.

-Verás...

El sentido de no tener sentidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora