Sentimientos encontrados

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Me dolió rechazar aquellos labios carnosos y cálidos, pero asumí que debía de hacerlo. Si bien no podía negar que yo también había percibido la química que existía indudablemente entre Leo y yo, sería incapaz de mantener nada con él habiéndome acostado con su padre. Soy consciente de que le hice daño, lo noté al instante de apartarme en sus ojos, que perdieron el intenso brillo que irradiaban cuando nos encontramos.

Permanecí quieta y callada, esquivando su mirada, rota y triste. Maldije entonces haber desobedecido las advertencias de Lía, que ya me aconsejó en su día no volver a quedar con el joven. Sabía que en estos momentos las palabras no ayudarían, así que decidí irme sin más de aquel lugar, dejando a un desolado Leo a mi paso.

El cielo se mostraba nostálgico, solidarizándose con mi situación. Las nubes grises se intercalaban con anaranjados tonos que anunciaban el atardecer. Una pequeña lágrima resbaló por mi mejilla. ¿Por qué no habría conocido a aquel chico antes que a su padre? ¿Por qué las circunstancias se ponían en mi contra y ahora me veía obligada a hacerle daño? Me sorprendí a mí misma poniendo rumbo al apartamento de Pablo, al que llegué poco antes del anochecer. Necesitaba hablar con él seria y urgentemente.

Entré en su portal y opté por coger las escaleras, temerosa de encontrarme a alguno de sus vecinos en el ascensor. Una vez en su planta, llamé a su puerta y me abrió en cuestión de segundos, recibiéndome con un beso que esquivé al momento.

***

-No puedo seguir con esto.

-¿Con qué?- preguntó él, la sorpresa visible en su rostro.

-Con lo nuestro.

-¿Por qué?- interrogó confuso el hombre.

-No finjas más, joder. Sé que tienes mujer. Y un hijo además, el cual me lo ha contado todo y me ha besado esta misma tarde. No puedo más con esto, necesito alejarme de ti.

-¿Qué?¿Leo ha hecho qué?

-Contármelo todo.

-Si, ya sé que terminaría haciendo eso. Me refiero a lo que has dicho justo después.

-Pues tal vez te debería sorprender menos eso último y centrarte en lo primero, ¿no ves que intenta reconstruir desesperadamente una familia que te has encargado de romper? Asume que estás casado o divórciate joder, ¿o no te valió ya con acostarte con una compañera de clase de tu hijo?- gritó Mía, explotando en rabia y rencor acumulado.

La tensión era palpable en las escena. La chica respiraba agitadamente, su cara roja en su totalidad. Pablo permanecía firme, con el gesto rígido; su expresión había cambiado por completo en cuanto Mía hizo referencia a Irene.

-Esa chica era una zorra- sentenció firme destilando en sus palabras el odio que reflejaba su mirada.

-¿Qué sabrás tú de ella?- gritó la joven enfurecida, defendiendo a su amiga.

-Me estuvo chantajeando durante meses con contárselo todo a mi mujer. Esa niñata me costó una cantidad indecente de dinero.

-La querías ver muerta...-susurró Mía con los ojos a punto de estallar en lágrimas- Tú la hiciste desaparecer...

-No, joder, no. Reconozco que la odiaba por todo lo que me hizo, pero yo jamás sería capaz de hacer algo así. Tampoco te voy a negar que la noticia de su desaparición supuso un alivio para mí. Estará bien, creéme. Irene no era feliz aquí, ahora mismo estará en alguna isla paradisíaca lapidando todo el dinero que me sacó.

-Era una de mis mejores amigas- dijo Mía en un tono de voz casi inaudible.

La chica ya no pudo contener más sus emociones y dejó que dos lágrimas resbalasen por sus mejillas. En seguida cogió un pañuelo de su bolso y las secó con rapidez, pues odiaba que otros la viesen llorar. Pablo la rodeó con sus brazos en un intento de conciliación, pero la joven los rechazó al instante, fríamente orgullosa. A pesar del arisco gesto, el hombre la miraba con ternura, el afecto reflejado en sus ojos tristes.

-De verdad no quería que las cosas entre nosotros acabasen así- afirmó Pablo- Eres las primera chica por la que sentía algo.

-No tengo tiempo para oír mentiras estúpidas- le reprochó Mía mientras desaparecía por las puerta del apartamento.

El hombre la contempló alejándose, de nuevo por las escaleras, sintiendo en el pecho el dolor de que no creyesen una de las pocas verdades que había pronunciado en su vida.

Leo ascendía por los peldaños que conducían al primer piso cuando se tropezó con una apurada Mía. Sus miradas se observaron entre sí: la de él avergonzada por lo sucedido esa tarde; la de ella, por lo acontecido en las últimas semanas. Ambos permanecieron inmóviles, a menos de dos centímetros de distancia el uno del otro. Los latidos acelerados de Leo se podían escuchar en el sepulcral silencio del rellano. Mía reflexionó confusa. Era evidente que ella también sentía algo por aquel chico. Y, haciendo caso omiso a las consideraciones éticas o morales, besó al joven tal y como él lo había hecho unas horas antes, a diferencia de que esta vez ninguno de los dos quiso apartarse. Sus labios parecían hechos para encajarse, haciendo estallar las chispas entre los dos.

Una lágrima caía por las mejilla de Pablo, que contemplaba la escena desde las escaleras del piso superior. Bajar en busca de Mía no había sido buena idea, pues parecía ser que su hijo la había encontrado antes. Su corazón se encogía solo de pensar en olvidar a aquella chica que lo había enamorado con su dulzura, pero sabía que era hora de pagar las consecuencias. Por su parte, la joven no querría volver a verle, y él lo entendía como algo lógico después de que Leo le hubiese revelado su historial. De la otra banda, era hora de dejar de amargarle la vida a su hijo tras todos estos años haciéndole sufrir como daño colateral de su alocada vida. Porque, aunque pareciese mentira, Pablo jamás se perdonaría haber caído en la tentación de acostarse con Irene después de que Leo le hubiese contado en confidencia sus sentimientos por ella.

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⏰ Última actualización: Jul 10, 2015 ⏰

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El sentido de no tener sentidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora