25 de abril, año actual
La luna llena iluminaba el cielo de la noche oscura, acompañada por todo un ejército de estrellas brillantes. Una luz púrpura teñía los cielos, mientras que pequeñas pinceladas de azul daban matices de color a las nubes, que se movían lentamente por el firmamento. Las calles permanecían silenciosas, amenadas por el cantar de un par de coros de grillos que competían por ver quién entonaba mejor su melodía.
Las cuatro de la madrugada sonaban cuando Irene abrió los ojos, agitada por una pesadilla. Al no encontrar a Fer en la cama de su habitación, se levantó asustada. Se dirigió a su bolsa y sacó de ella una bata, no podía salir así desde luego.
A toda prisa, anudó el lazo de satín negro y se adentró en el pasillo, que recorrió a oscuras hasta la cocina, pues se sabía de memoria el plano del piso del joven. Fer tampoco se encontraba allí. Tras beber un poco de agua, regresó al corredor, donde pudo escuchar unos ligeros murmullos. Caminó hasta el umbral de la habitación de la cual procedían y, después de dudar unos instantes, se decidió a entrar. Con el pulso tembloroso, abrió la puerta despacio, emitiendo un horrible crujido que hizo estremecerse a sus tímpanos. Una macabra imagen apareció ante ella, dejándola totalmente perpleja y paralizada, cada uno de sus músculos inmóviles. El vaso que sostenía en sus manos cayó precipitadamente al suelo, rompiéndose en mil pedazos.
Rodrigo y Fer la observaban, con una mezcla entre preocupación y miedo. A sus pies yacía el cuerpo sin vida de lo que semejaba haber sido una persona sin suerte, completamente cubierta por lo que parecían moratones causados por golpes. Lo que más horrorizaba a Irene era la navaja que aquel individuo tenía clavada en su pecho. Varios ríos de sangre brotaban de la profunda herida, que era muy seguramente la causa de su muerte. Las manos de Rodrigo le delataban como el ejecutor del acto, pues estaban salpicadas de sangre.
Los ojos de la chica se posaron en los de Fer, preguntándole desesperadamente con la mirada que había pasado, qué había hecho aquel hombre para acabar así. ¿Tendría algo que ver con la banda o con sus respectivas vidas personales? Irene apostaba más bien por la primera opción y, sin embargo, se vio a sí misma sorprendida por conocer los extremos hasta los que su "profesión" llevaba a aquellos dos muchachos.
-¿Es...Está...?- tartamudeó la joven llevándose las manos a la boca y rompiendo en llanto, sin poder acabar la pregunta de la que, obviamente, ya conocía la respuesta.
Un silencio se hizo dueño de la sala. El viento soplaba y se filtraba por una ventana mal cerrada, haciéndose su silbido con el control de la escena. Rodrigo miró malévolamente a Fer, que negó con la cabeza. Aquel gesto le puso la piel de gallina a Irene, pues sabía de sobra lo que el joven había querido decir. Acto seguido, ambos empezaron a cuchichear mientras las lágrimas brotaban de los ojos de Irene, totalmente en shock ante lo que presenciaban sus ojos. Los minutos fueron tensos, con la chica intentando escuchar en vano lo que los dos jóvenes musitaban.
-Olvida lo que has visto- ordenó Rodrigo cuando por fin cesaron los murmullos al oído.
Acto seguido, el joven recogió su navaja ensangrentada del pecho de la víctima y se marchó de la habitación con rapidez, haciendo a Irene a un lado. La joven giró la cabeza, observando cómo se dirigía al baño y desaparecía de su vista con un sonoro portazo. El sonido del grifo del lavabo comenzó su melodía.
Fer corrió a rodear a Irene con sus brazos, metiendo sus manos bajo la bata, que recorrieron su cuerpo para salir tras un breve instante, pues el chico se percató de que la joven seguía inmóvil, sin mostrar reacción alguna. Preocupado, la miró a los ojos para encontrarlos perdidos en algún punto de la habitación, díficil definir en cuál.
-Volvamos a la cama, cielo- le susurró mientras le besaba el cuello.
Sin más, la chica se dejó conducir por el joven de vuelta a su habitación, donde la desnudó y la acostó de nuevo, pues ella seguía sin reaccionar y sin moverse por sí misma. Los pasos de Rodrigo y el sonido de una puerta informaron de su marcha.
Los pensamientos de Irene circulaban a toda velocidad por su mente, de un lado a otro y sin sentido, chocándose entre ellos y estallando en un infinito dolor de cabeza.
Antes de visitar de nuevo el piso de Fer, la chica ya había reflexionado sobre los peligros que entrañaba volver a liarse con el joven, per su mayor temor había sido que Emilio se enterase de aquello, lejos de encontrarse con la escena de un asesinato. Intentando olvidar lo presenciado, empezó a dar vueltas a otro tema. ¿Por qué tenía miedo de que sus actos llegasen a oídos de Emilo? El costarriqueño y ella no mantenían ningún tipo de relación más allá de los encuentros ocasionales, sin embargo, Irene tenía auténtico pavor a su reacción. Tal vez fuese porque, de manera muy sospechosa, sus últimos líos habían salido mal parados o se habían alejado de ella en cuanto el hombre recibía la información a través de medios desconocidos. ¿Cómo lograría averiguarlo todo?
Incapaz de darse una respuesta, volvió al asunto que la ocupaba ahora, del cual desconocía las consecuencias que le iba a acarrear. Fer, que si que estaba enterado de ellas, abrazó a Irene y la apretó fuerte contra él. Las palabras de Rodrigo se repetían una y otra vez en su mente: "No es de fiar, tenemos que librarnos de ella".
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El sentido de no tener sentido
Teen Fiction"Nadie nos conoce realmente, cada persona tiene una imagen de nosotros y no somos sino la suma de todas ellas" Irene Peñalver era un puzle del cual cada persona tenía una pieza, pero la chica había guardado las más importantes para sí, de forma que...