Recuerdos

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17 de junio, año actual

Emilio, sentado en el sofá del salón de su ático, contemplaba la calle a través del gran ventanal de la habitación. Sosteniendo una taza de café humeante en sus manos, reflexionó sobre cómo su vida había cambiado radicalmente en las últimas décadas.

Durante su infancia, su residencia consistía en una pensión de mala muerte en la que su madre y él podían alojarse a cambio de favores al dueño que la mujer nunca le confesó, pero que él ya se imaginaba aún teniendo siete años. Al cumplir los nueve, decidieron dejar Costa Rica para venirse a España, en busca de una vida mejor. Conseguir el dinero para los billetes de avión fue duro, pero el esfuerzo y las horas de trabajo malpagados dieron su fruto.

Una vez en el país, su madre enfermó terriblemente y nada se pudo hacer por ella. Emilio la enterró teniendo once años, reprimiendo sus lágrimas con dolor y fortaleza. Tras pasar por varias familias de acogida, sus constantes delitos le llevaron al centro de menores durante tres años. A su salida, con diecisiete recién cumplidos, empezó a trabajar para una red de narcotráfico, en la que prosperó con los años.

Dos lustros y medio más tarde, había conseguido esquivar todas las penas de cárcel, gracias a sus contactos y sobornos, y la miseria quedaba muy lejana al presente. Pero, sin duda alguna, jamás olvidaría todo por lo que pasó.

Recordó entonces lo nervioso que se puso al oír que Irene debía comparecer ante el juez por un caso de intoxicación. Le aterrorizaba la idea de que la adolescencia de la chica transcurriese como la suya propia, por lo que movió ciertos hilos para que la absolviesen aún siendo culpable.

Desde la primera vez que se vieron, supo que ella era especial y, aunque empezó siendo un castigo a Fer, su relación terminó por convertirse en mucho más. Era una de esas cosas que no hace falta acordar ni poner por escrito, ambos sabían que existía y eso era suficiente. Ninguno sabría describirla o explicar qué era aquello exactamente, pero se entendían entre ellos y conocían las cláusulas de ese contrato nunca formulado. Emilio se esforzaba en cuidar de Irene, la apoyaba siempre que lo necesitaba y apartaba cualquier amenaza de ella, fuese real o producto de su cada vez más paranoica mente.

Con el tiempo, el hombre llegó a obsesionarse demasiado, hasta el punto de alejar de la joven a cualquier chico con el que empezase a mantener algún tipo de relación seria. Sin embargo, se arrepentía de haberla controlado de aquella manera.

Antes de su desaparición, ambos mantuvieron una discusión, pues Emilio había logrado enterarse por fin de la recaída de Irene en los brazos de Fer, lo cual lo había enfurecido terriblemente. Ahora lamentaba haberle gritado, haberse enfadado con ella y no haberle podido susurrar nunca lo mucho que la quería. Porque, aunque se empeñase en negarlo por simple orgullo, la quería.

Interrumpiendo sus pensamientos, su móvil sonó, pero rechazó la llamada en cuanto vio el número de Rodrigo en la pantalla. Aún no podía creerse que hubiese sido capaz de aquello. Irene no era precisamente buena, pero no se merecía en ningún caso aquel final.

El sentido de no tener sentidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora