Capítulo 4

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C U A T R O

Leal 

Caminando hacia los dos hombres, me pregunte qué hacía allí, avanzando directo hacia mi desgracia. Aria se detuvo por una fracción de segundo y senti un ligero alivio, pero casi de inmediato volvió a tirar de mí con entusiasmo, como si tuviera una misión.

Ojos grises me miraba con una sonrisa de medio lado, hipnotizandome , era demasiado perfecto para ser real. El otro, el tipo musculoso  ruso, observaba entre Aria y yo como si nos estuviera evaluando. Y allí estaba yo, con la dignidad por los suelos, arrastrada sin piedad.


 —¡Qué gusto verlos por aquí! Un placer, soy Ariana, y ella es Maríe —dijo Aria, utilizando ese tono de voz especialmente diseñado para impresionar.

 Evitando rodar los ojos, interpreté su introducción: Aria no los conocía, simplemente nos había traído hasta ellos porque le parecieron atractivos. Estaba segura de que prefería al grandulón; parecía su tipo, y de seguro esperaba que yo quedara con el de los ojos grises.

 Esta mujer iba a matarme de un susto un día de estos. Respira, respira, Leal. Solo está tratando de que te diviertas, me grabé a mí misma, sintiendo la tensión en mi mandíbula mientras intentaba mantener la calma. Opté por mi tono más frío y despreocupado. 

—Si nos disculpamos, tenemos cosas que hacer. Ha sido un placer —dije, sujetando a Aria del brazo e intentando alejarme. Aria parecía dispuesta a replicar, pero le lanze una mirada fulminante que la dejó en silencio. Bajó la cabeza como un cachorrito regañado. 

—¿Es que acaso ya no te acuerdas de mí, princesita? —dijo el musculoso con una sonrisa burlona. Mis pensamientos se dispararon. ¿En serio este hombre me recordaba? ¿Cuántas veces habrá hecho lo mismo y aún así tiene la desfachatez de recordarme? Increíble. 

—Oh, ¿debería? No lo recuerdo, pero mucho gusto —finji despreocupación. Encogi los hombros. A su lado, el hombre de los ojos grises se tensó ante el comentario, aunque no entendí por qué y, honestamente, no me importaba. Parecía que él prefería fingir que no nos conocíamos, lo cual me venía de maravilla. 

No sé cuánto tiempo pasó o si me perdí en esos ojos oscuros, pero de repente Aria soltó mi brazo y se aclaró la garganta. —Bueno, tengo que retirar. Un placer, chicos. María, te veo en la mesa —dijo, y desapareció tan rápido que ni tuve tiempo de reaccionar. El musculoso también se excusó con una vaga mención de "una llamada importante de los inversionistas" y se esfumó.

 Aria realmente me había dejado sola con el desconocido de ojos grises. ¿Qué estaba tramando? Esto era raro, incluso para ella. Regresé a la mesa ignorando al hombre y llamé al camarero para pedir mi postre. Él, un joven alto de tez morena y cabello rizado, con un piercing en la oreja, me hablo  de una manera encantadora, aunque un poco coqueta. ¿Veintisiete? talvez?

Probablemente era más joven que yo. Cuando le pedí el postre, él me guiñó un ojo.

 —Si quiere, le puedo dar las tres leches aquí mismo,sin necesidad de ir a la cocina —dijo en tono sugerente. Reí suavemente, pero justo en ese momento alguien se sentó a mi lado.

 "¿Aria ya terminó? ¿O el musculoso perdió su encanto?" Pensé, antes de darme cuenta de que el aroma masculino y embriagador era inconfundible. 

—Quiero lo mismo que ella, pero con leche de vaca, no con ninguna otra —gruñó ojos grises. 

El camarero avanzó y desapareció rápidamente. Uno menos que aguantar. Suspiré, tratando de reunir paciencia. 

— ¿Qué haces aquí? —le pregunte, alzando una ceja—. No creo haberte invitado a mi mesa. ¿Perdí la memoria? 

—Cálmate, solo vine a hacerte compañía —dijo en tono relajado, con una sonrisa socarrona—. Creo que hoy hemos sido abandonados, así que pensé en venir a saludar a mi amiguita la mapache. 

—¿Quién te crees? —respondí, levantándome para irme, incapaz de soportar su arrogancia. Me paralicé al sentir su mano cálida sujetando mi muñeca, impidiendo que me levantara. Su tacto me descolocó, aunque solo por un segundo. —Lo siento, no debería hablarte así, Leal. Solo estaba bromeando —dijo en  tono bajo y ronco, mientras me jalaba suavemente de vuelta al asiento. Me sorprendí que supiera mi nombre. No le di demasiadas vueltas; Seguramente me había visto en alguna revista o periódico. 

¿Y cuál es tu nombre? —pregunté, ocultando mi confusión. 

—Alessandro. Y antes de que preguntes, supe tu nombre porque te vi en el periódico, inaugurando una nueva sucursal de tu organización. Quien iba a decir que el "mapache" era un alma bondadosa 

— ¿Sigues con lo de "mapache"? ¿No podrías dejarme  en paz? 

—Nunca podría olvidarme de alguien como tú, Leal. Ignoré su comentario, tratando de mantenerme serena. Justo en ese momento llegó otro camarero, un joven de unos veinte años que, nervioso, tropezó al acercarse a la mesa y dejó caer los postres sobre nosotros. Definitivamente, una forma espectacular de terminar la noche.



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PERVERSAS INTENCIONES +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora