Capítulo 33

613 62 12
                                    

     Treinta y tres..

Bueno.... perdonen por la demora, tal vez algunos se hayan ido, pero aquí volví yo, a veces la crudeza de la realidad nos sobrepasa..

                                                                                                    ****


Me despierto envuelta en algo cálido y grande. Suspiro y entierro la cara en la almohada, pero de pronto siento como el agarre en mi cuerpo se aprieta ligeramente y mis ojos se abren cuando siento un grueso brazo apresando mi cintura y un grueso bulto en mi trasero.

Ese no es....

No. Definitivamente no.

Trato de desenredarme, pero lo único que puedo lograr es que el agarre se intensifique el doble.

—Detente, Leal —La voz ronca de Alessandro habla detrás de mí —. Estoy intentando dormir.

No hice caso y me moví una y otra vez, tratando de liberarme de él, pero solo conseguí que me apresara con más codicia.

—Deja de moverte y vuelve a dormir—gruñe en mi oído.

—¡Déjame ir! —me quejo.

—No. Duerme y calla. —demanda.

En un movimiento rápido volteo y veo que tiene los ojos cerrados, su pecho subiendo y bajando a un ritmo lento. Se ve tan bien así, pero me gustan tanto sus ojos grises qué no puedo soportar verlos cerrados.

—¿Alessandro? —digo en un impulso tonto con ganas de molestarlo y me dejé ver una vez más sus ojos, solo una vez más. Pero de respuesta está solo el silencio.

Él está dormido, genial.

    ****

Abro los ojos otra vez cuando el sol ya está puesto en lo alto del cielo, iluminando el día. En algún momento de la mañana se fue y me dejó.

Lo más seguro es que haya decidido volver a su mansión llevándose a Rex.
Hago mi estiramiento matutino y me levanto de un salto de mi cama. Que se joda Alessandro Bianchi. No necesito de nadie, es más, lo detesto.

Abro mi armario, mis ojos parpadean con fuerza alarmada recorriendo con desenfreno la zona. No hay ninguna prenda a la vista. No hay absolutamente nada, ni siquiera un par de bragas.

Si quemo todo mi guardarropa, lo mataré. Mi estómago oportunamente se retuerce ante la falta de alimento y eso me hace dirigirme a la cocina.

Mi ropa puede esperar, mis ganas de comer no. Absolutamente no.

Mi respiración se acelera a lo que estoy viendo. No puedo evitar sentirme sorprendida, sinceramente creí que ni pisaba una cocina para ser honesta, pero allí estaba él.

Mi marido en un traje a medida
,apetitoso y comestible preparándose el desayuno. Está sirviendo café en una taza y en el mostrador a su lado hay una cesta de bollería con lindos croissants perfectamente dorados.

Ahogo un pequeño sollozo de emoción. Amo los croissants.

—¿Qué pasa? —pregunta burlón.

—¿Dónde está mi ropa? —me cruzó de brazos.

—No tengo ni la más mínima idea esposa—se jacta completamente petulante y jovial mientras toma un sorbo de café.

Agarra un croissant en su mano, y yo como una tonta, pienso que me lo ofrecerá cuando estira su mano en mi dirección. Camino hacia él, estoy a centímetros del rico croissant, pero él encoge sus brazos y se lo lleva a la boca con una sonrisa maliciosa.

PERVERSAS INTENCIONES +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora