Capítulo 31

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Treinta y uno

Alessandro...

—Nos vamos—ordené.

Se queda quieta, allí parada qué me dan ganas de darle unas nalgadas para hacerla recuperar la compostura.

—Muévete, joder ¡No tengo todo el puto día!

«Odio a mi esposa»

—¿Estás acaso llorando en silencio? ¿Pensaste que el de ayer era Morgan y ahora te has llevado un duro golpe a la realidad? —dije burlesco.

—Cállate Bianchi no seas un idiota.

Me encojo de hombros.

—No es la primera vez que me lo dicen.

—Con respecto a lo de anoche...

Es momento de suspirar, seguro me hará el tonto discurso ese, qué para mi desgracia me sé a la perfección.

Me rogará para que la folle otra vez, que quizás podamos iniciar una relación, una cita, siempre patéticas, siempre predecibles estas mujeres.

«Ya estás casado con ella, idiota... »

—Esta será la última vez que hablaremos del tema Leal —la interrumpo —Lo de anoche... Fue básicamente un error. ¿Estamos claros? Sí, la pase bien, pero no quiero..

—Alessandro —sonríe y detengo mi discurso para rechazarla, no parece afectada en lo más mínimo y la odio por ello—Por favor olvidemos qué sucedió, está claro que ambos somos inmunes el uno al otro.

«¿Cómo se atreve a mentirme?»

«Ella se muere por mí»

—Bien.

«¿Ya les dije lo mucho que la detesto?»

—Bien.—repitió mis palabras.

—Por cierto lo olvidaba —Saco de mi bolsillo el anillo, el jodido anillo azul y se lo lanzo en el aire esperando que mi mujer sea lo suficientemente rápida y no lo pierda de vista. Cuando veo que ha sido capturado por sus espantosas manos, me quedo parado esperando su reacción.

Sus bonitos ojos centellan en una mezcla de curiosidad e incertidumbre, pero no dice nada, absolutamente nada.

—Tenga la amabilidad de cuidarlo esta vez.— Me acerco hacia ella y retiro con calma el anillo de su mano, tomo su mano izquierda y lo deslizó sobre su dedo anular. Ese es su lugar, no perdido en la nieve.—No me haga repetirlo, cuide su anillo.

—Debería ponerle un rastreador —murmura sacando su mano de mi contacto como si le quemara —¿Nos vamos? No tengo todo el día.

¥

—¿Leíste lo que te pedí?

—Alessandro, leí cada maldita letra de ese documento y me declaró fiel admirador de esa mujer.

—El único que la puede admirar soy yo —miro mi teléfono en el constante punto rojo que se mueve en la pantalla —Ahora, quiero que lo digas en voz alta.

—¿No puedes leerlo por ti mismo?

—No tengo el tiempo suficiente para ocuparme de los delirios de mi mujer, solo es curiosidad, ¿Leer todas esas hojas por alguien tan insignificante? No, gracias.

—¿Curiosidad? —sonríe como si hubiese contado un chiste, el muy bastardo.

—¿Hablarás o tendré que contratar a alguien que lo haga?

PERVERSAS INTENCIONES +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora