ᴄʜᴀᴘᴛᴇʀ 15

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Daemon siempre se había planteado el hecho de que nunca perdonaría a un traidor.

Cuando Rhaenys llegó a Rocadragón con el aviso de la ya predicha muerte de Viserys, una de las primeras cosas que hizo fue amenazar a los guardias que cuidaban el castillo de los Targaryen.

Sus palabras fueron claras y concisas.

Cualquiera que osara traicionar a su esposa; la legitima reina de los siete reinos, seria acuchillado hasta la muerte para que despues, Caraxes, lo asara con su potente fuego y el mismo lo consumiera sin decoro frente a las personas que fueran necesarias para que estas tomaran como advertencia el acto.

Pero nunca llegó a sopesar que su hija seria la traicionera.

Y ahora, que la veía cargando a el pequeño Viserys entre sus brazos caminando hacia la entrada del castillo de Rocadragón mientras ambos reían tratando de olvidar el mal rato que acababan de pasar, sintió todo el peso de la guerra caer sobre sus hombros.

Había perdido a su hermano el cual siempre le había apoyado a pesar de su rebeldía, muchas veces infundada, había perdido a su bebé sin antes haberle conocido, despues a su niño fuerte, que no llevaba su sangre corriendo por las venas pero que siempre había sido uno más en su familia, le había criado y protegido sin importar el color de su cabello, y ahora había estado a punto de perder a tres más de sus pequeños dragones.

Daemony; casi siendo alcanzada por el extracto de ejercito verde que la perseguía sin descanso por haberse convertido en la Matarreyes.

Viserys; a nada de ser atravesado por alguna flecha incendiada de la triárquica.

Jacaerys; por poco ahogado para que próximamente su cuerpo se perdiera en la profundidad del mar.

Pensar en esas posibilidades, le erizaban la piel, así que él...

Él no iba a permitirlo.

Él no podía permitirlo. No tenía la fuerza para ver como su familia era derribada en efecto domino, no ahora cuando había descubierto que todo lo que siempre había querido se encontraba en el calor de su hogar.

Su mujer, Rhaenyra Targaryen; era la auténtica reina, la cual fue criada para el puesto, amaestrada para lo que conllevaba, siendo prohibida de una vida normal y juvenil para que su cuerpo descansara sobre el trono de hierro.

De eso modo tenía que ser, no había cabida a otra opción. Daemon acababa de abrir los ojos por completo, se quitó de una vez la venda de bondad que el vivir tantos años con Nyra le otorgó, y quiso actuar de manera brusca e irracional como en sus años tempranos, hasta que recordó.

El príncipe canalla era fuerte y voraz, pero era un humano que podía caer sin más con una espada atravesando su caja torácica.

Pensar en el hecho de morir y dejar desalumbrada a su familia le aterraba, mucho más de lo que él podía admitir, así que cada noche miraba las estrellas y le rogaba a cualquier entidad cercana que le otorgara un día más de vida para proteger a los que amaba, a pesar de su poca creencia en estas.

Lo único que hacía a los Targaryen cercanos a los dioses eran sus dragones.

El rugido grueso y pesado logró que Daemon volteara la mirada.

Sus ojos contemplaron con orgullo los cuatro dragones de tamaño razonable que ahora pertenecían a su primogénita descansando en la orilla de mar.

Daemony no tenía un dragón como él o como cualquier otro con su apellido, ella tenía varios de ellos.

Daemony Targaryen estaba mucho más cercana a los dioses que cualquier otro.

Y ahí fue cuando comprendió quien sería la que lo sustituiría si algún día caía en batalla, y ciertamente, pudo descansar un fragmento de segundo.

╰ 𝑽𝒊𝒏𝒅𝒊𝒄𝒂𝒕𝒆𝒅 :。 ~ 𝘈𝘦𝘮𝘰𝘯𝘥 𝘛𝘢𝘳𝘨𝘢𝘳𝘺𝘦𝘯 - 𝘏𝘖𝘋  [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora