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Otra vez aquel cuerpo lánguido y demasiado claro, yacía sobre la manta a su lado. Había comenzado a conocer el ritmo de aquel ronquido silencioso y eso era mucho más de lo que estaba dispuesta a aceptar. Pablo había sido un buen amigo, era aceptable en la cama, pero su estadía por las noches comenzaba a preocupar a Zoe, quien en verdad no buscaba nada más de aquella relación. 
-Buenos días, mi amor.- la saludó el aludido sin abrir sus ojos, cuando se supo observado. 
-No soy tu amor y ¿Se puede saber por qué te quedaste a dormir de nuevo? - le preguntó Zoe con un dejo de fastidio tirando de la manta azul para cubrirse. 
Pablo abrió los ojos sin terminar de comprenderla. Según recordaba habían tenido sexo, dos veces, en la noche anterior y ella parecía haberlo disfrutado. Llevaban pocos meses en este nuevo escalón, pero habían sido amigos por mucho más tiempo. Recordaba con alegría aquella noche en la que luego de varias copas, ella lo había besado, llevaba tanto tiempo deseando que pasara que no pensó en nada más y se arrojó a sus brazos como una presa hambrienta. Ella le había dicho que sólo sería sexo, pero él no quiso creerle. . 
-Te aclaro que aunque no te guste, sos mi amor. Y creo que es un buen momento para dejar las salidas de madrugada y pensar en compartir algo más que la cama. ¿No te parece?- le preguntó mientras se sentaba apoyando su espalda en el respaldo de la cama. 
Zoe alzó ambas cejas y se llevó sus manos a la cara. Mientras negaba con su cabeza un largo suspiro se escapó de sus labios. 
-Ay, Pablo, Pablo…- le dijo cuando finalmente se descubrió el rostro. 
-Yo fui muy clara desde el principio. Esto no es más que… esto.- le dijo señalando las sábanas arrugadas debajo de los dos. 
-Yo no estoy buscando ningún tipo de compromiso, en este momento estoy enfocada en mi carrera, justamente ayer me avisaron que conseguí un trabajo para el que había aplicado y pensé que anoche podía ser una suerte de despedida para nosotros.- le dijo mirándolo a los ojos, para descubrir el momento exacto en el que la decepción, ese sentimiento que tanto odiaba, los alcanzaban. 
-Pero… ¿Despedida? No te entiendo Zoe, fuiste vos la que me besaste aquella vez, que yo sepa ayer la pasamos muy bien, nos conocemos desde siempre, nos llevamos bien… ¿Cómo podes ser tan fría?- sus palabras comenzaron a ganar volumen y había comenzado a sacudir sus brazos con agitación. 
-Pablo, ya te lo dije mil veces. No es momento de una relación, no creo que nunca lo sea para mí.- respondió ella poniéndose de pie y comenzando a recoger su ropa.
-Pero yo creía que eso lo decias como un mecanismo de defensa, ¿qué mujer no quiere una relación?- el enfado comenzaba a hacerlo decir cosas que en verdad no quería decir. 
Zoe dejó de juntar su ropa y se paró frente a él con sus brazos en la cintura. 
-¿Qué mujer no quiere una relación?- repitió incrédula.
-Yo y seguramente muchas más. No hagas un drama de esto, no perdamos nuestra amistad. Yo siempre fui clara con vos. Ahora por favor te voy a pedir que te vayas, tengo que ir a trabajar y presentar mi renuncia. - le dijo volviendo a tomar una prenda del suelo y caminando hasta el baño aún desnuda. 
Pablo la imitó, se vistió lo más rápido que pudo y le abrió la puerta del sanitario sin ningún reparo. 
-Este escudo de mujer todopoderosa un día se te va a caer. El día que te enamores te vas a acordar de esto. Se feliz con tu soledad, Zoe.- le arrojó con una mezcla de furia y dolor en su mirada. 
Zoe lo vio alejarse y cuando oyó el sonido de la puerta cerrarse con fuerza liberó todo el aire de sus pulmones. Estaba sentada sobre el inodoro, con una remera entre sus manos cubriendo su cuerpo desnudo. Por un momento tuvo miedo, sabía que Pablo no era un joven violento, no temía que le hiciera algo físico, tuvo miedo de que sus palabras fueran ciertas. Llevaba tiempo convenciendose de que no necesitaba a nadie en su vida, de que podía con todo sola, de que era feliz. Sin embargo, algunas noches, algunas mañanas, e incluso algunas tardes, deseaba enamorarse. Deseaba descubrir que se sentía al amar a alguien, deseaba ser capaz de hacerlo. 
Una lágrima rebelde cayó por su mejilla y la dejó correr hasta verla chocar contra el piso. ¿Acaso había algo mal en ella que no le permitía amar? 
La alarma de su teléfono la devolvió a la realidad. Se levantó para apagarla y decidió comenzar su mañana como cada día.  Sólo que esa no era una mañana como cualquiera. Era la mañana en que dejaba su vida en Buenos Aires atrás, la mañana en que se despediría de todos los que conocía para emprender una nueva aventura, la mañana en la que una pequeña llama de esperanza se encendía en su interior, como si el hecho de viajar a trabajar a otra provincia, al medio de la selva, pudiera ser la respuesta al vacío que sentía. 
Se miró al espejo por última vez. Su cabello largo prolijamente alisado se acomodaba al contorno de su rostro, sus ojos marrones sonrieron antes que sus labios. Subió un poco el escote de su remera para cubrir sus exuberantes pechos y giró para apreciar el calce de aquel jean oscuro. Era una mujer de contextura pequeña pero no renegaba de su cuerpo, siempre había sido sociable y conversadora, como si aquella actitud pudiera ocultar sus verdaderas inseguridades. 
No había contado con una madre que le dijera que era hermosa, sólo la conocía a través de fotografías y su padre había hecho lo que podía. No le había faltado amor, pero en el campo femenino se sentía en desventaja, solía jugar a la pelota con sus vecinos y era la primera en escalar árboles en la plaza, nada de maquillajes ni muñecas, por eso había desarrollado aquella personalidad tan temeraria. No le huía a los desafíos y se las arreglaba sola siempre que podía. 
Volvió a mirarse al espejo y apretando los labios volvió a desear. A lo mejor esta vez, en un nuevo escenario, aquel insistente deseo lograba volverse realidad. 

Un sendero hacia tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora