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El aeropuerto de Puerto Iguazú era tan pequeño como Zoe lo había imaginado, pero el paisaje que había llegado a ver desde el avión la había eclipsado. Tanta vegetación, agua y ese color tan característico de la tierra rojiza le confirmaron que estaba en el lugar correcto. 
Con apenas su gran mochila sobre el hombro, se recogió el cabello en una cola de caballo alta y se arremangó la camisa a cuadros abierta que llevaba. Cuando las puertas automáticas se abrieron el calor la alcanzó sin previo aviso y sintió el momento exacto en el que su pelo comenzaba a sufrir el precio de la humedad. Menos mal que lo había recogido, pensó, mientras pasaba una de sus manos por su frente para descubrir que en pocos segundos se había vuelto brillosa a causa de aquel clima, algo hostil. 
-¡Doctora! ¡Doctora!- escuchó Zoe desde algún lejano. Varios hombres de camisas blancas y mujeres con etiquetas en sus solapas sostenían carteles con apellidos, en su mayoría extranjeros. 
Intentó encontrar el suyo sin éxito y comenzó a creer que se había equivocado de día. 
-¡Doctora! ¿Doctora Benson? - dijo la voz de un pequeño, de piel morena y bermudas gastadas. 
-Si, soy yo. - le respondió ella inclinándose para estar a su altura. 
-¡Mamá, ya llegó!- gritó el niño mirando hacia atrás. 
Zoe algo sorprendida vio a la madre del niño acercarse, era una mujer de unos cuarenta años, llevaba pantalones anchos con varios bolsillos en color verde militar y una remera clara. Lucía una gran sonrisa y al llegar hasta ella le ofreció su mano en señal de saludo. 
-Bienvenida Doctora Benson, soy Lucía, encargada de las visitas al refugio y este pequeño es mi hijo Pedro, espero que haya tenido un buen vuelo.- le dijo la mujer mientras estrechaba su mano.
-Encantada Lucía, por favor llamame Zoe, Benson suena a mi padre.- le respondió Zoe imitando la sonrisa de la mujer y dándole un beso en la mejilla para demostrarle que prefería un trato más informal. 
-Encantada… Zoe. - volvió a decirle la mujer, mi marido se quedó ayudando con un nuevo ingreso, por eso tuvimos que venir nosotros. ¿Quiere que le lleve el equipaje?.- le preguntó Lucía, mientras comenzaba a caminar hacia el estacionamiento del aeropuerto. 
-No, gracias. Yo puedo y por favor no me trates de usted, apenas tengo 26 años.- le pidió Zoe con un gesto divertido que hizo reír tanto a Lucía como a Pedro, quien no tardó en acercarse a la joven recién llegada. 
-¿Te gustan los insectos Zoe?- le preguntó el pequeño una vez que tomaron asiento en la camioneta algo vieja de Lucía. 
-No tengo problemas con ellos, pero me especializo en animales algo más grandes.- le respondió la joven, mientras comenzaban a atravesar la ruta construida en el medio de la alta vegetación selvática. 
-¡Qué suerte! ¡Vas a poder curar a Tito entonces! Pero si no tenes problema con los insectos puedo mostrarte mi colección, ayer encontré uno nuevo que no tenia.- el niño hablaba con entusiasmo y un brillo en los ojos que le confirmaban que amaba vivir en aquel hermoso lugar. 
-No tengo idea de quién es Tito, pero me encantaría conocer tu colección de insectos.- le respondió Zoe mirándolo con su gran sonrisa. 
-Tito es un jaguar, lo atropellaron en la ruta ayer y Noah todavía no pudo verlo. - le explicó el niño con total naturalidad, como si un felino de esa especie fuera algo que Zoe estuviera acostumbrada a ver. 
-Espero poder ayudar, ahora el que no se quien es, es Noah.- le respondió ocultando el temor que la había alcanzado al no sentirse preparada para la aventura en la que se había embarcado.
-¡Noah es el mejor!- le respondió el niño con aún más entusiasmo.
-Pedro, dale un respiro a la pobre Zoe. - dijo Lucía mientras continuaba conduciendo.
-Noah es el veterinario de la reserva, pero tuvo que subir al monte porque una familia de coatíes se había infectado y por la tormenta tuvo que quedarse un día más para poder atravesar el puente. - le explicó Lucia. 
Cada nuevo dato que Zoe recibía comenzaba a ponerla algo más tensa. Era aventurera y valiente, pero en pocos minutos le habían hablado de jaguares, familias infectadas, puentes imposibles de cruzar  y asistencia en el monte. Decidió no pensar más y continuó el resto del trayecto escuchando las historias del pequeño Pedro, quién ya le caía de maravilla. 
Llegaron más rápido de lo que esperaba al refugio. Atravesaron la arcada que anunciaba el nombre del lugar y continuaron por un camino de tierra unos kilómetros más. 
-Esa es la entrada para el turismo.- le explicó Lucía a medida que avanzaban a través de la  tupida vegetación. 
-Hay un sector preparado para los visitantes que son los que nos ayudan a financiar parte del refugio. Muchos extranjeros que vienen a visitar las Cataratas hacen la excursión para conocer nuestro trabajo. Bernardo, mi marido, y yo nos encargamos de eso. Ahora te voy a presentar al resto de los que trabajamos aquí. No somos muchos, pero nos consideramos familia.- le dijo Lucía con una voz tan maternal que alcanzó unas finas fibras sensibles en su olvidado corazón. 
Llegaron a lo que parecía una gran cabaña hecha de cañas de bambú y dos hombres de unos cincuenta años, una anciana y una niña los esperaban con alegría. Zoe bajó de la camioneta y saludó a cada uno de ellos con un efusivo beso en la mejilla. 
-Buenas tardes, es un placer para mí venir a trabajar con ustedes y espero ser de ayuda por los próximos meses. - les dijo sin dejar de sonreír. 
-¡Ay señorita no sabe lo felices que estamos por su presencia! El pobre Noah se hace el que puede con todo, pero acá hay mucho trabajo, le van a venir muy bien un par de manos extras.- dijo la mujer mayor limpiando sus manos con el delantal que llevaba atado a la cintura.
-Doña Paula es nuestra cocinera, es la abuela de María.- le explicó Lucía señalando a la adolescente de ojos claros y cabello largo que sonrío tímidamente algo avergonzada. 
-Maria nos ayuda con los cultivos y la alimentación de los animales, Y ellos son Vicente, un excelente mecánico que puede arreglar cualquier cosa que lleve tornillos y Rufino, encargado de la seguridad, el mantenimiento de los espacios y las relaciones con el mundo exterior.- dijo Lucía haciendo que todos se rieran. 
-Es un gusto conocerlos.- volvió a decir Zoe, quien comenzaba a perder la sensación de miedo. Aquellas personas realmente la hacían sentir bienvenida. 
-Por aquel camino están nuestras casas, luego de comer algo te las muestro y hacemos un recorrido por el predio. Es enorme, no vamos a poder verlo todo, pero por lo menos puedo darte un pantallazo para que te familiarices.- le dijo Lucía tomándola del brazo para guiarla al interior de aquella enorme construcción tan natural. 
-Zoe, contás con nosotros para todo que necesites. Espero que tengas una experiencia lo suficientemente hermosa como para no querer marcharte.- agregó en voz baja cerca de su oído. 
Zoe sonrió pero no le respondió, ella sabía que nada en su vida duraba tanto como para querer quedarse, pero eso era algo que no iba a decirle a esta amable señora que la hacía sentir mucho mejor de lo que hubiese imaginado. 

Un sendero hacia tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora