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6 años antes

Noah terminaba de afeitarse. Su cabello corto y prolijo le daba un marco de luminosidad a sus ojos verdes. Se miró al espejo una vez más antes de salir y su sonrisa le dijo que estaba de acuerdo con su apariencia.
-Me acaba de contar papá lo que queres hacer.- La voz de Emanuel sonó algo áspera del otro lado del pasillo.
-Dejame en paz, Ema. Ya tomé la decisión, no es tu problema. Además, por fin vas a tener el cuarto para vos solo, como siempre quisiste.- Noah le respondió mientras negaba con su cabeza de manera enfática.
-De esta forma no lo quiero. ¿Me podes explicar que tiene esta señora que te hace tomar esta decisión tan descabellada?- Emanuel se había acercado a su hermano para hablarle en un tono menos alto.
-No le digas señora. Dale Ema, tampoco es que me estoy mudando a la luna. Son unos kilómetros nada más y siempre puedo volver. Papá me dijo mil veces que su clínica siempre va a estar abierta para mí.- le explicó Noah intentando mantener la calma.
Había meditado su decisión durante la última semana. Llevaba apenas un mes junto a Carla, pero había sido un mes revelador para él.
-¿Qué te hace pensar que no va a desaparecer de nuevo?- le preguntó Emanuel una vez que había tomado asiento en el borde de su cama.
Noah se quedó paralizado.
Carla era unos cuantos años mayor que él, había aparecido en su vida cuando estaba terminando el colegio secundario. Lo había iniciado en el maravilloso mundo del sexo cuando aún era un joven virgen.
Ella era un alma libre, que no dependía de nada ni de nadie. Enseñaba yoga, pero también pintaba. Aún recordaba aquel taller en el que lo había hecho sentir hombre por primera vez. Era tan diferente a las chicas de su edad. No tenía vergüenza de mostrarse, ni de decir algo equivocado. Habían pasado varios meses juntos. Meses en los que Noah se sentía mayor, libre de tener sexo a cualquier hora del día sin necesidad siquiera de vestirse en el medio. Pasaban largos días y noches en aquel taller tan solo con vino y extrañas preparaciones de frutos secos y frutas que ella misma cocinaba.
Era feliz, o eso creía. Porque en el mismo momento en el que comenzó a intentar dar un paso más junto a ella, Carla había desaparecido.
Sin cartas, ni mensajes, ni explicaciones. Simplemente había cerrado su taller y se había marchado.
-Esta vez es diferente. Ya tengo una profesión, soy más grande y ella está dispuesta a intentarlo.- le aclaró Noah a su hermano, ocultando el temor que sentía de que aquello volviera a ocurrir.
-No te reconozco hermano. ¿Y Laura? Pensé que las cosas iban en serio con ella.- volvió a preguntarle Emanuel, intentando que su hermano entrara en razón.
Noah había pasado varios meses encerrado en su cuarto luego de perder a Carla. Había estado a punto de perder el año en la facultad e incluso había olvidado lo que era divertirse para alguien de su edad. Emanuel siempre había estado ahí y junto a su madre lo habían vuelto a convencer de que continuara con sus planes. Esos que amaba antes de conocer a Carla.
Cuando aceptó regresar a la facultad, aquel amor por esa profesión que sentía desde niño volvió a darle la oportunidad de intentarlo. De a poco recuperó su sonrisa y sus ganas de divertirse.
Se había recibido, había comenzado a trabajar con su padre y tenía una relación que parecía normal con Laura, una antigua compañera del colegio.
-Laura va a entenderlo, nunca le prometí nada. - le respondió Noah a su hermano mientras tomaba asiento junto a él.
Laura había sido amable y cariñosa, pero no era Carla. En el mismo minuto en el que aquella mujer regresó a su vida, Noah se vio obligado a dejarlo todo. Tenía esa capacidad de atraerlo aunque no se lo propusiera, como si Noah le perteneciera. Le había dado unas tontas excusas para justificar su partida y él las había creído.
Ahora, le proponía irse a Puerto Iguazú. Le había dicho que la vida en la ciudad no era para ella y que allí podrían ser libres y una vez más él le había creído.
-Noah…- le dijo Emanuel resignado frente a la terquedad de su hermano.
Cuando este por fin lo miró, descubrió una pizca de incertidumbre en sus ojos, tan parecidos a los de él mismo.
-Sabes que siempre voy a estar. Si algo no sale como esperas podes contar conmigo, Nonu.- agregó, llamandolo con aquel apodo con el que solía molestarlo de pequeños.
Y antes de que su hermano menor pudiera responder lo abrazó con fuerza para luego comenzar a darle suaves golpes en el costado a modo de broma.
Noah jamás olvidaría aquella charla, sobre todo cuando una año después las cosas resultaron tal como Ema le había advertido.

Un sendero hacia tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora