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Las semanas comenzaron a correr demasiado rápido en el refugio, la rutina lejos de ser aburrida era agotadora. Zoe esperaba cada mañana a Noah en el escalón de la entrada de su casa y comenzaban la recorrida. Hablaban poco y casi siempre de procedimientos veterinarios, pero Zoe se esmeraba en cebar los mejores mates que podía y con el correr de los días había descubierto una ligera arruga que se formaba en los párpados de Noah cuando apreciaba el resultado.

Había aprendido de enfermedades que ni siquiera en la facultad le habían enseñado, podía colocar sondas en algunos felinos medianos y hasta contener aves con precisión para revisarlas en detalle sin lastimarlas.

De vez en cuando paraban en aquel hermoso lugar y compartían algunas frutas. Noah le había vuelto a decir que debía hacer el circuito del parque nacional, pero el refugio parecía no tener descanso. Tampoco se había ofrecido a acompañarla, cosa que le hubiese encantado.
Zoe imaginaba largas conversaciones donde él le contaba todo acerca de su infancia, su adolescencia, su carrera y buscaba razones para explicar como alguien tan atractivo como él, estaba solo. Pero en la vida real esas conversaciones no existían, mil veces había estado a punto de iniciar una, pero temía arruinarlo y solo desistía.

No hablaban, pero sus ojos eran más que elocuentes. Se estudiaban en silencio. Zoe lo había visto mirarla y disimular luego, pero se limitaba a sentirse dichosa y de vez en cuando le regalaba alguna sonrisa pícara. Ella por su parte podía dibujar cada tatuaje de sus brazos con precisión. Desde el tribal que recorría sus bíceps, hasta el pequeño lagarto cuya cola llegaba hasta el nacimiento de su cuello. Imaginaba que aquella gran espalda también estaba tatuada pero nunca la había podido ver completa.

El resto del día siempre era más relajado, se repartían las tareas, compartían las comidas que preparaba Doña Paula y Zoe no podía estar más agradecida. Aquellas personas comenzaban a sentirse como una familia. Ayudaba a Lucia con los turistas a veces, le cebaba mate a Vicente otras, y hasta había aprendido algunas recetas. Todos allí la querían y se lo hacían saber, todos menos Noah, claro.

Por las noches solía escribirse con su padre o algunas amigas, pero terminaba tan cansada que casi siempre se dormía con la ropa puesta, aunque nunca prescindía de volver a mirar aquella foto que le había logrado tomar a Noah. Estaba tan hermoso en ella que su cuerpo reaccionaba imaginando cosas y algunas veces, sus dedos traviesos se aventuraban a lo prohibido para satisfacer aquellas fantasías.

¿Qué le estaba pasando? pensaba luego, algo arrepentida. Aquel hombre no había mostrado interés en ella, si hasta a veces le parecía que lo molestaba. Atribuía aquel deseo creciente al hecho de que llevaba algo más de un mes sola, pero en el fondo debía admitir que Noah le gustaba y cuanto más tiempo pasaba con él, más difícil era dejar de pensarlo.

Aquel viernes, todos se encontraban sentados a la mesa, escuchando las ocurrentes historia de Vicente, quien gozaba de una gran vitalidad. Reían y degustaban los manjares de Doña Paula, cuando María se acercó corriendo con lágrimas en los ojos.

-¿Qué pasa María?- le preguntó Lucía poniéndose de pie para abrazarla.

La niña lloró un poco más y finalmente se separó para hablarle.

-Hoy es el primer cumpleaños de 15 de una de las chicas de la escuela y la abuela no me deja ir. Si hasta me habían prestado un vestido, yo pensé que si no le pedía plata y me las arreglaba sola me iba a dejar ir, pero no quiere. Dice que es peligroso, pero si es sólo un cumpleaños, termina a las 12 de la noche y es una casa del pueblo. ¿Por qué no me deja hacer nada? - la niña hablaba entre sollozos y Lucía no hacía mas que acariciarla.

-Tranquila, déjame hablar con ella. Tenes que entender que tiene miedo, lo que le pasó a tu mamá no fue fácil para ella.- le explicó Lucía dándole un beso en la frente.

-Pero es apenas una fiesta, yo le dije que vos y Bernardo me podían llevar. - le dijo la niña con súplica en sus ojos.

-Dejame hablar con ella, vos andá a arreglarte y confía en mi. - le dijo secándole las lágrimas de la cara.

-Vamos, ¿Querés que te acompañe? Creo que traje algunos maquillajes.- le dijo Zoe acercándose a ellas.

-¡Eso es perfecto!- dijo entonces Lucía con entusiasmo.
-Ayudala y arréglate vos también, le voy a decir a Doña Paula que Zoe y Noah, no solo te van a llevar, también se van a quedar hasta que la fiesta termine para traerte de vuelta.- agregó Lucía con una gran sonrisa en los labios. Al ver que Noah abría sus ojos incrédulos se le acercó y lo palmeó en el hombro.

-Vamos hombre, la pobre niña nunca pide nada y que yo sepa no tenes mucho para hacer hoy. Aprovecha para mostrarle a Zoe el pueblo, lleva más de un mes aquí y no conoce nada.- le dijo la mujer con aquel gesto maternal al que nadie se animaba a contradecir.

-Ay Lucía, Lucía… vos y tus ideas.- se limitó a decir Noah y al levantar la vista hacia donde estaba Zoe, tanto ella como María se apresuraron a abrazarlo.

-Gracias Noah, gracias.- decía María con trémula felicidad mientras Zoe, disfrutaba de aquel contacto en silencio pero con una media sonrisa que lejos de ser inocente, resultó demasiado provocadora para él, quien disimulando lo que en verdad sentía las apartó con cuidado.

-Vayan antes de que me arrepienta.- dijo volviendo a su tono habitual, sólo que esta vez, nadie fue capaz de creer en su seriedad.


Un sendero hacia tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora