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A partir de ese día, Zoe visitaba aquella cabaña con demasiada frecuencia. Amparada en la oscuridad y el silencio de la noche se escabullía hasta allí, creyendo que nadie la escuchaba. 

Durante el día eran dos profesionales veterinarios, que velaban por el bienestar de los animales rescatados. Aunque a Noah cada vez le resultaba más difícil mantener su papel de hombre solitario y serio. 

Zoe lo hacía reir. Era ocurrente, auténtica y genuina. Había conquistado el corazón de cada uno de los miembros del refugio.

Doña Paula le preparaba sus platos favoritos, Vicente compartía sus mates en las tardes y conversaba animadamente con ella. Bernardo la respetaba y le consultaba muchas de sus decisiones. Pedro y María simplemente la adoraban. Zoe no dudaba en jugar con ellos a todo lo que se les ocurría, había resultado una gran jugadora de fútbol. Acompañaba a María en su paso a la adolescencia con cariño. Y Lucía representaba todo lo que nunca había podido tener.  Era compañera, dedicada y protectora. Por supuesto había sido la primera que se había dado cuenta de sus encuentros con Noah. No había dicho nada pero su mirada y sus consejos le hacían saber que estaba al tanto. 

Noah por su parte intentaba dejar las cosas en el plano sexual. Durante el día se mostraba distante y aferrado a su papel de malhumorado, pero por las noches desplegaba todas sus armas para explorar nuevas formas de alcanzar el placer. Le susurraba cosas hermosas al oído, que Zoe intentaba olvidar. 

Se había enamorado de él, pero no podía decírselo. No cuando regresaba sus miradas esquivas y sus bufidos de fastidio, no cuando intentaba acariciarlo en sus recorridas matutinas y él se apartaba educadamente. Por ahora sólo tenía sus noches y eran tan intensas que alcanzaban para mitigar el hielo de las mañanas. 

No podía confesarle lo que sentía, no si al hacerlo podía perderlo todo. 

Aquel domingo, por fin, irían al parque nacional. Zoe había convencido a Bernardo y junto a Lucía, Pedro y María harían el paseo por las pasarelas de las Cataratas del Iguazú. 

Se habían subido a la camioneta, con sus capas de lluvia y una gran canasta repleta de provisiones que la propia Doña Paula les había preparado, cuando Noah se acercó con una mochila en el hombro. 

-Dejame manejar Bernardo. No pensaban irse sin mi, ¿verdad? - les dijo mirando  a los más pequeños en el asiento de atrás. 

Zoe no pudo ocultar su sonrisa, se sentía feliz de poder compartir el recorrido con Lucía y los demás, pero el hecho de que Noah hubiera querido acompañarlos le hacía demasiada ilusión. 

-¡Qué alegría que hayas decidido acompañarnos, querido!- le dijo Lucía, mientras se pasaba al asiento trasero para dejarle lugar a su marido. 

Noah alzó los hombros y sonrió de lado. 

-Hace mucho que no voy. - dijo, como si quisiera restarle importancia. Lucía lo miró a través del espejo retrovisor y entrecerró sus ojos como si no creyera sus palabras. 

-Tampoco quería perderme la cara de nuestra veterinaria estrella cuando las vea.- agregó buscando aquellos enormes ojos marrones en el espejo. 

Zoe se sonrojó e intentó ocultarlo. Estaba perdida. Ya no le quedaban dudas de lo mucho que lo amaba. 

Llegaron al parque y comenzaron con el recorrido. Un tren pintoresco los dejó en la primera estación y tomaron el camino del llamado Circuito Superior. 

Las anchas pasarelas atravesaban la selva y el sonido del agua inundaba el aire. A medida que se acercaban a los saltos, la vegetación era más espesa. Cruzaron algunos puentes y las primeras cataratas los sorprendieron en uno de los lados. Estaban tan cerca que parecía que podían tocarlas. Zoe sonrió con alegría. 

Un sendero hacia tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora