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Aquel monte era mucho más hermético de noche. Sin la luz de la luna, avanzar por aquella tupida vegetación resultaba mucho más enrevesado. Los animales nocturnos tenían el hábito de escabullirse y eso no colaboraba con su andar.
Noah se había comunicado con Bernardo en la tarde, justo cuando éste había cortado la comunicación con Zoe. Con el temor en su voz, no había logrado ocultarle a su amigo lo que estaba ocurriendo y luego de impartir un par de improperios, había abandonado la convención lo más rápido que pudo.
Unas horas después, Noah caminaba por la selva, con la amenazante tormenta pisándole los talones. Se decía así mismo que iba a reprenderla, a manifestar su enojo por no haberlo esperado, pero el temblor de sus manos revelaba que en verdad tenía miedo. Temía que algo pudiera pasarla, temía que se asustara tanto que decidiera marcharse, que el tiempo que pasaron juntos no fuera suficiente.
Conocía el camino, pero nunca lo había hecho de noche, avanzaba con grandes pasos sin mirar atrás, intentando comprenderse a sí mismo. El estaba bien, había logrado un equilibrio en su vida en el que el rencor del pasado parecía silenciado. ¿Podía ser posible que la simple presencia de aquella joven, tan conversadora, tan risueña, tan diferente... tan hermosa lograra movilizarlo tanto? ¿Que estaba haciendo? ¿Qué haría al verla?
Continuaba con sus interrogantes cuando la lluvia copiosa y repentina comenzó a empaparlo. Continuó unos metros más, no iba a detenerse. A lo lejos llegó a divisar el refugio. Lleno de esperanza se acercó, con su ropa mojada y su cabello goteando. Apresuró su paso lo más rápido que pudo. Ya no importaba que diría, solo necesitaba verla, necesitaba saber que se encontraba bien.
Zoe había llegado a la cabaña antes de que oscureciera. Cassai había encendido un fuego para ella, si bien aún hacía calor, le advirtió que en las noches la temperatura descendía. Le indicó donde encontrar velas y algunos utensilios y luego de dejarla instalada, regresó con su familia.
Al principio, tuvo miedo. La naturaleza parecía algo más ruidosa en aquella soledad. Su insolente mente la devolvió a su infancia. A aquella casa tan vacía y silenciosa, a aquellas noches en las que sólo la respiración de su padre en el cuarto de al lado alcanzaba sus oídos, en las que rezaba para que la noche acabara pronto.
Siempre se había mostrado valiente, creía que haber visto a su querido padre llorar la había vuelto responsable de que no volviera a pasar, al menos no por su culpa. Ocultaba sus miedos, sus sentimientos. Por eso no construía ninguna relación que perdurara en el tiempo. Era más fácil así.
Volvió a apelar a su capacidad de mitigar su propia aflicción y comenzó a acondicionar el lugar. Sacudió unas mantas que se encontraban sobre una especie de colchón, que acercó al fuego. Repasó la única mesa para quitarle la tierra y acomodó sus pertenencias. Se sacó la camisa y las botas. Apenas llevaba unos shorts y su musculosa ajustada dibujando sus pechos desnudos debajo. Estaba sola, no le importaba estar algo expuesta.
Ya había comido algo y estaba dispuesta a descansar cuando la lluvia comenzó. La noche más oscura se debatía duelo con las ráfagas de viento, para ver cual era más tenebrosa. La única pequeña ventana del lugar dejaba filtrar aquel sonido agudo que produce la ventisca y si bien había trabado la puerta con una madera, temía que pudiera abrirse en cualquier momento.
Toda su valentía comenzaba a desvanecerse y entonces unos fuertes golpes la sorprendieron.
-¿Zoe? ¿Estás ahi?- dijo la fuerte voz de Noah al otro lado de la puerta y ella se apresuró abrirle.
Estaba tan empapado como exhausto, había subido el monte en la mitad del tiempo que ella y el peso de su ropa mojada sobre sus hombros.
-¿Qué estás haciendo acá? ¿Pasó algo en el refugio?- le preguntó ella mientras tomaba su mochila y se acercaba para ayudarlo a sacarse la campera.
Noah, que con sólo verla, parecía haber recuperado su propia vida, interrumpió sus movimientos para mirarla alos ojos.
-¿Pasó algo en el refugio? Eso es lo que pensas al verme acá.- le dijo recuperando su voz de enfado.
Zoe abrió sus ojos grandes ¿acaso estaba enojado con ella?
-Sí, no se que estás haciendo acá y mucho menos por qué estás enojado.- le respondió ella gesticulando con elocuencia.
-¿Qué hago acá? ¿Vos que haces acá? ¿Cómo se te ocurre venir sola al monte? Es peligroso. ¡Tus impulsos son peligrosos!- le dijo mientras se deshacía de sus botas y amenazaba con sacarse la remera.
-Estoy bien. ¿Qué es lo que te enoja tanto qué haya venido o que no necesite ser rescatada?- le dijo acortando la distancia para enfrentar aquellos ojos verdes más de cerca.
-¡No puedo creerlo! Atravesé la mitad de la selva de noche y decis que no necesitas ser rescatada…- le dijo acercándose aun más, mientras finalmente despojaba a la piel de su enorme torso de aquella tela empapada.
Zoe abrió grande los ojos intentando no mirar aquel cuerpo, mucho más hermos de lo que había imaginado. Noah estaba tan enfadado que no se había dado cuenta que apenas llevaba su pantalón delante de ella.
-Lo lamento si atravesaste la selva de noche, yo no te pedí que vengas.- arremetió ella conteniendose por no tocar aquellos tatuajes.
-¿Qué pensas, que soy cobarde, que soy débil, que por ser mujer no puedo con esto? Llevo sola demasiado tiempo y aprendí a cuidarme. - agregó levantando su mano y cerrando su puño delante de sus ojos como si quisiera darle un empujón.
Noah atrapó su mano antes de que lo alcanzara y decidió no soltarla.
-Pienso que sos…- comenzó a decir mientras ella intentaba soltarse.
Estaban solos, en medio de la noche, en medio de la selva y aquella absurda discusión no era mas que una excusa para evitar lo que los dos en verdad deseaban. Pero ella no quiso luchar más, apoyó su otra mano sobre aquellos firmes pectorales y poniendose en puntas de pie para alcanzar su altura acercó sus labios a los de él.
-¿Soy qué? Me muero por saber que pensas de mi.- le dijo bajando el tono de voz, tan seductora como pudo.
Entonces él tampoco quiso seguir peleando, atrapó sus cintura con su fuerte brazo y la alzó en el aire para apoderarse de sus labios. La besó como tantas noches había imaginado. Sin pedir permiso, sin control.
Cuando ella abrió su boca y correspondió el beso, las pocas barreras que quedaban en su mente bajaron para que no quisiera contenerse. La deseaba con desesperación y se lo iba a hacer saber

Un sendero hacia tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora