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A medida que pasaban las horas Zoe comenzaba a sentir que aquella decisión no había sido del todo acertada. El calor era agobiante y la humedad no colaboraba. El pequeño Cassi se movía sin dificultad pero ella comenzaba a sentir un cansancio inusual, sumado al temor latente de cruzarse con algún reptil indeseado.

Llevaban 4 horas caminando cuando el joven se detuvo y le señaló unas rocas cubiertas por la apacible sombra de unos altos cañaverales. Zoe comprendió que sugería un descanso y lo aceptó encantada.
Bebió agua fresca, intentó secarse el sudor de su frente y su traicionero estómago delató que comenzaba a sentir hambre. Al igual que había hecho Noah en aquella primera visita, Casai, trepó para alcanzar unos plátanos de lo alto de los árboles.Cuando se los ofreció ella sonrió y entonces comenzó a hablarle en un español algo gracioso.

-Gracias señorita. Es mucho importante para nosotros.- le dijo y Zoe inclinó su cabeza para restarle importancia. Señaló su fruta para consultarle su nombre y el joven le dijo:

-Pakova-

-Pakova.- repitió Zoe haciéndolo reír.

- Petei karaja ho'u pakova – dijo Casai, imitando a un mono mientras hablaba.

-¿El mono come banana?- le preguntó ella y al ver que el joven sonreía supo que lo había entendido.

Continuaron el camino unos minutos después. Zoe continuaba preguntándole palabras y las repetía, hasta parecía que conversaban. Si la hubiese visto Noah, pensaba, ¡Hasta en un idioma desconocido era capaz de charlar!

Llegaron pasada la tarde al lugar en el que se encontraban los coaties, algunos jóvenes y niños de la comunidad se les habían unido. La miraban con curiosidad y respeto. Zoe se colocó guantes, barbijo y antiparras y le pidió, a su manera, a Casai que la ayudara a contener a uno de los animales.

Frente a la mirada atenta de varios pares de ojos tan oscuros como brillantes comenzó a inspeccionar al mamifero. Estaba infectado, pero para alegría de todos no era una enfermedad transmisible a humanos. Le administró una inyección de antibiótico y corticoides, llevaba apenas 12 y si bien no serian suficientes, si elegían a los animales correctos podrían erradicar la infección.

Comenzó a gesticular mientras intentaba explicar la situación con palabras simples, cuando el líder de la comunidad, un anciano de cabello largo algo canoso, se les acercó.

-Entiendo perfectamente.- le dijo en español y a pesar de sentirse algo avergonzada por su exagerada actuación sonrió descargando todo el stress que había acumulado desde el inicio de aquella aventura.

-Por favor doctora, acompañenos a cenar.- la invitó el hombre y ella luego de mirar su reloj y dudar unos segundos decidió aceptar. Sentía que era una ofensa no hacerlo.

Luego de terminar de atender a todos los monos que pudo, los siguió hasta una especie de campamento. Allí compartió unas infusiones similares al mate y algunos ricos bocadillos, los más pequeños la rodeaban y la miraban con curiosidad y ella sonreía. Realmente estaba a gusto, compartir aquella cultura tan ancestral sintiéndose bienvenida era algo que no olvidaría jamás.

Al cabo de una hora el anciano que hablaba español se le acercó

-Se viene una tormenta, no es prudente bajar cuando sube el agua. El doctor suele quedarse en un refugio a 2 kilómetros de aquí, podemos darle agua y comida. Casai la irá a buscar una vez que pase la lluvia. ¿Qué le parece?- le preguntó con una voz pausada y grave.

Zoe pensó unos minutos, si bien algo de temor comenzó a inquietarla, no creía tener demasiada opción. Debería haber regresado de inmediato, pero ahora ya no podía hacerlo.

El anciano, que había visto el temor en sus ojos, puso ambas manos sobre sus hombros y la miró a los ojos.

-Es seguro, no se lo ofrecería si no lo fuera.- le dijo con confianza.

-Esta bien, voy a llamar a Bernardo para avisarle.- le dijo y buscó su teléfono satelital para hacer la llamada.

Si bien a Bernardo no le gustó demasiado la idea de que pasara la noche en el monte, Zoe no le dejó mucha opción.

Tomó todas las ofrendas que le dieron los habitantes de aquella comunidad y comenzó a seguir a Casai hasta el refugio.

-Aguyjevete.- les dijo a todos antes de marcharse.

-De nada, doctora.- respondió Casaíi en nombre de su comunidad y la acompañó hasta aquella cabaña en la que debía pasar la noche, sola.

Un sendero hacia tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora