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Los días que siguieron fueron de lo más extraños en el refugio. Nadie terminaba de comprender el papel que Carla jugaba allí. Era una mujer de hábito tranquilo, poco conversadora, con ideas de una libertad algo salvaje. Si bien Noah les había ofrecido una cabaña como al resto de los trabajadores, no era raro verla visitarlo a diferentes horas del día.
Pintaba en cualquier sitio, en el comedor, en la selva, en medio del refugio. Nada parecía molestarle.
Aaron en cambio había resultado un niño encantador. Si bien no solía sonreir con frecuencia, parecía disfrutar de su estadía. Pedro lo había invitado varias veces a jugar con él, pero aún no se animaba a hacerlo. Daba la impresión de que en el pasado despedirse de amigos le hubiera resultado doloroso y ahora ni siquiera se molestara a intentarlo.
Carla le propiciaba una educación domiciliaria. Aaron no conocía lo que era una escuela, se movía libre y había aprendido a leer algunas palabras con los métodos que su madre encontraba de su agradado.
Noah había intentado acercarse a él, pero luego de una larga conversación con Lucía, tenía sentimientos encontrados. No quería pedirle un ADN, lo veía tan invasivo como ofensivo. Si bien con Carla nunca se sabía que ocurriría, aquellos ojos, tan parecidos a los de él, habían sido suficientes como para aceptara la idea.
En medio de aquel torbellino, no lograba entenderse a sí mismo. Había rechazo a Carla, incluso cuando ella lo había besado desnuda en la sala de su casa, pero eso era algo que Zoe jamás le creería. La había herido y no había hecho nada al respecto.
Su recorrido por las mañanas se había convertido en su momento preferido del día. Si bien Zoe ni siquiera le cebaba mate como solía hacerlo y viajaba en silencio, él se dedicaba a observarla. Seguí tan hermosa como siempre.
Aquella mañana en la que el calor del verano era insoportable, llegaron a la mitad de la ronda y Zoe se detuvo. Se había tomado de un árbol y su piel estaba tan blanca como la nieve.
-¿Estás bien?- le preguntó Noah preocupado.
Zoe iba a responderle cuando de repente, todo a su alrededor comenzó a girar y antes de que pudiera reaccionar todo desapareció.
Unos minutos después, volvió a abrir sus ojos. Estaba en brazos de Noah, quien la miraba con gesto de preocupación y los ojos desorbitados.
Al verla nuevamente consciente, su gesto se aflojó un poco.
-Hola.- le dijo ella, aún con la narcótica sensación de aquella lipotimia.
Noah sonrió y acarició su mejilla con cariño.
-Hola.- le respondió, entonces ella comenzó a moverse intentando ponerse de pie, pero sus piernas volvieron a aflojarse.
-No me asustes Zoe, ¿qué te pasa?- le preguntó Noah otra vez preocupado.
Zoe se sentó en el suelo y colocó su cabeza entre las rodillas.
-Creo que me bajó la presión, debe ser el calor.- le respondió.
No quería confesarle su real preocupación. Llevaba días temiendo que sus encuentros tuvieran una consecuencia. No había ido a la farmacia, no se había asegurado de cuidarse y si bien era irregular, su período se estaba retrasando más de lo debido.
Sin embargo, creía que no era el momento de decírselo, no ahora que estaba con otra mujer.
-Ya estoy mejor, podemos seguir si queres.- le dijo a Noah al cabo de unos minutos.
Él se agachó a su lado, aun parecía preocupado, la miraba sin saber cómo continuar.
Zoe, al verlo algo perdido, colocó ambas manos sobre sus mejillas. Seguía siendo tan hermosos que aquel simple tacto le trajo demasiados recuerdos.
-Noah, estoy bien.- le dijo con una sonrisa en los labios.
Entonces Noah apretó sus manos contra sus mejillas y cerró los ojos. Disfrutó de su piel y su aroma frutal. Suspiró como si estuviera librando una batalla en su interior.
-Te extraño.- le dijo, sin abrir sus ojos.
Zoe sintió que volvía a desmayarse. La extrañaba.
Presa de sus propios deseos y en contra de todas las razones que había encontrado para alejarse de él, lo besó.
Iba a ser un beso corto, un beso sutil que le dijera que ella también lo extrañaba. Sin embargo, cuando Noah separó sus labios y la recibió, un estallido de placer profundizó el beso.
Volvieron a recorrerse con pasión, sus manos se buscaban con prisa, como si aquello fuera cuestión de ahora o nunca.
Noah se sentó sobre la tierra y la alzó para colocarla justo frente a él. El hecho de que Zoe llevara un vestido liviano de algodón, no colaboró. Sin dejar de besarse, sus dedos indiscretos descubrieron su humedad y ya no quiso detenerse.
Ella desabrochó su pantalón y cuando él estuvo libre se acomodó para recibirlo. No dejaban de besarse, no querían abrir sus ojos, se movían con el ritmo que conocían, sus cuerpos se unían con la armonía de los amantes que se complementan a la perfección, el ritmo se aceleraba y el placer crecía.
Con el latido de sus corazones al límite alcanzaron la cima y entonces todo comenzó a hacerse real de nuevo.
Se separaron con movimientos lentos. Se miraron como si aquello no hubiera sido correcto. Estaban en el medio del refugio. ¿Qué hubiese pasado si Vicente o Bernardo hubieran llegado?. ¿Qué habían hecho? Acaso eran adolescentes que no podían frenar sus impulsos.
Zoe se puso de pie y comenzó a acomodarse la ropa.
-Noah..- le dijo sin atreverse a mirarlo de nuevo.
-Esto no puede volver a pasar.- agregó y antes de que él pudiera responderle comenzó a caminar para regresar.
Noah golpeó el tronco del árbol con su puño y un grito ahogado casi se escapa de su boca.
No podía encontrar el camino a seguir. No tenía dudas de lo que sentía por Zoe, no había sido un arrebato de pasión, él la deseaba, pero también la quería. Sin embargo ahora tenía un hijo, no podía obligarla a formar una familia de la nada, no con un niño de 6 años. Ella misma le había dicho que no creía en las relaciones y desde la llegada de Carla se había mostrado distante, como si fuera capaz de olvidar lo que habían vivido juntos.
Decidió darle espacio. Estaba arrepentida de lo que habían hecho, debía respetarla. Aunque no estar junto a ella comenzara a dolerle.

Un sendero hacia tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora