El agua seguía golpeando mi cara con la misma insistencia de los minutos previos. El viento prepotente enredaba mi pelo cubriendo la poca visibilidad que me quedaba. La sal se hacía presente en el borde de mis labios que no paraban de temblar.
Un cuerpo inmóvilil bajo mis manos trepidantes se convertía en mi propia amenaza y como la brea caliente sobre el asfalto me cubría de temor para finalmente dejarme sin la capacidad de reaccionar. Había practicado el procedimiento mil veces, podía completarlo con los ojos cerrados y sin embargo, presa de una especie de hechizo, en el momento más importante de mi vida, no podía ni siquiera comenzar.
Ni el agua, ni el viento, ni la sal. Era yo, mi corazón y mi mente las únicas responsables de la abulia que me poseía. Las únicas responsables del error. Las únicas responsables de un fracaso que cambiaría el rumbo de mi vida para siempre.
TRES AÑOS DESPUÉS
La puerta del ascensor se había trabado otra vez. Los minutos parecen correr aún más rápido cuando se está llegando tarde y ese momento no era la excepción. Agustina comenzó a bajar las escaleras a toda velocidad mientras se ataba su largo cabello ensortijado en un rodete alto.
-Anselmo, haga ver el ascensor, que se trabó de nuevo.- le gritó al encargado del viejo edificio en el que vivía mientras salía a gran velocidad para subirse a su bicicleta.
Si bien promediaba el mes de marzo en la ciudad de Mar del Plata, los días aún eran largos y calurosos. Tener que llegar al cóctel en el que debía trabajar con su camisa en buen estado parecía todo un desafío. Pedaleó con toda su fuerza para subir aquella avenida empinada para luego dejarse llevar por la pendiente al otro lado y disfrutar del viento que la velocidad le propiciaba.
-Tarde otra vez, Agus.- la reprendió Hector, el encargado del servicio de catering para el que solía trabajar, al verla entrar a la cocina de aquel lujoso hotel.
-Pero como soy tu mejor empleada no me vas a retar.- le respondió ella sonriente mientras se anudaba el delantal negro a la cintura.
Entonces el bullicio del salón se oyó como un rugido a través de las puertas vaivén que uno de sus compañeros había abierto al ingresar.
-¿Para quién es este fiestón?- le preguntó en voz baja Agustina al joven con la bandeja repleta de copas vacías.
-Parece que la naviera tiene un nuevo ingeniero. Un estirado de la capital con un traje demasiado ajustado, para mi gusto.- le respondió el joven con una mueca de desagrado.
Agustina alzó ambos hombros como si en verdad no le interesara y tomó una bandeja repleta de canapés para comenzar a servir.
Recorrió los primeros metros con su habitual sonrisa de atención al cliente y se quedó helada. ¿Qué hacía aquella mujer allí? Quiso volver sobre sus pasos pero una parva de camareros se lo impidió, entonces apoyó la bandeja en una de las mesas altas y prácticamente corrió hasta los baños. Cuando iba a ingresar al de las damas, aquella mujer de su pasado lo hizo primero y sin pensarlo demasiado entró al de caballeros.
Ingresó de espaldas con el temor de que la hubiera reconocido y luego de dar un par de pasos se chocó con algo demasiado firme.
-¿Qué está haciendo señorita? - le dijo una voz masculina demasiado grave.
-Disculpe.- comenzó a responder y al girar sus ojos se desviaron hacia el gran miembro que sostenía entre sus manos frente al mingitorio.
Rápidamente el hombre se cubrió abrochando su pantalón azul oscuro entallado.
-Lo siento, no quise mirar.- dijo Agustina cubriéndose los ojos con una de sus manos.
Federico analizó a aquella pequeña joven, con el pelo tirante hacia atrás y unos enormes ojos verdes, pudo ver el borde de un tatuaje asomando en su cuello y las zapatillas acordonadas que poco tenían que ver con el resto del atuendo. Tardó un poco en reaccionar pero finalmente lo hizo.
ESTÁS LEYENDO
Antes de conocerte
RomanceFederico es un estructurado ingeniero naval, solitario y de reglas claras, recientemente divorciado de una abogada muy parecida a él. Cuando es trasladado a la ciudad de Mar del Plata para un trabajo porvisorio conoce a Agustina, una joven mesera, q...