Epílogo

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Varios años después

-¡Dale Agus, que no vamos a llegar a tiempo!- le dijo la enfermera y amiga del hospital de Mar Del Plata, en el que ejercía como médica clínica a Agustina. 

-Ya voy, sabes que no me gusta dejar nada inconcluso.- le respondió ella mientras se sacaba el ambo celeste a gran velocidad y se soltaba el cabello peinándolo un poco con sus dedos.

Era la fecha en que se llevaba a cabo la competencia de surf para los Junior y Lucas quería ganarla una vez más. Había entrenado, fiel a su estilo dedicado y algo obsesivo, cada tarde e incluso los fines de semana para ello. Su cuerpo había cambiado, su voz se hacía más gruesa y sus músculos se habían desarrollado casi sin previo aviso. Era un adolescente lleno de amigos al que le encantaba pasar sus días en el mar, estaba convencido de que estudiaría ingeniería en el futuro y que nunca abandonaría la playa.

Solía escribirle cartas a Lucía, quien había pedido expresamente no ser visitada en la cárcel. Había reflexionado mucho y con un gran arrepentimiento le agradecía a Agustina la hermosa vida que su hijo podía tener. Había firmado los papeles de la adopción creyendo que era lo mejor que podía ofrecerle a su hijo y aunque Lucas había expresado en continuas oportunidades que le gustaría conocerla más, la vergüenza no le permitía hacerlo. Que su hijo se haya convertido en un hombre de bien era mucho más de lo que merecía. 

Agustina se puso las ojotas rosas y un vestido floreado a tono sobre su traje de baño y se subió al auto de su amiga para llegar a la playa. 

Llevaba tiempo trabajando en aquel hospital y pronto sería nombrada jefa del servicio de emergencias, había recuperado su confianza y su pasión por aquella hermosa profesión, se ocupaba de sus pacientes con cariño y había vuelto a participar de trabajos de investigación. Sin embargo, nunca permanecía más allá de su horario, ya que afuera existía algo mucho más valioso a lo que amaba regresar. 

Bajó a la playa con su bolso de mate y rápidamente saludó a Lucas sacudiendo su brazo  estirado con entusiasmo. ¡Lo veía tan grande! Era un chico estupendo, tan maduro como cariñoso y sobre todo tan feliz que no pudo evitar sonreír con elocuencia al verlo.

Continuó su camino por la arena algo caliente y sus ojos no tardaron en encontrar a quien deseaban ver. 

Sobre una manta de mandalas lilas, con la cámara colgada sobre su camisa perfectamente planchada, aunque se expusiera a 30 grados de temperatura, Federico juntaba arena en un pequeño balde para construirle un castillo a la pequeña Amanda. Su hija reía y aplaudía al ver que la ansiada estructura cobraba forma.

Sin pensarlo demasiado corrió a su encuentro y cuando llegó abrazó con tanta devoción a su marido que lo hizo caer sobre la arena. 

-¡Hola amor, los extrañé!- le dijo dándole un efusivo beso en los labios, tan espontánea como solía ser. Rápidamente la pequeña Amanda, de ojos profundos y pelo rubio ensortijado, se unió al abrazo, no había nada que le gustara más que jugar con sus padres en la playa.  

Federico volvió a sentarse y Agustina se acomodó entre sus piernas para tomar a su hija en brazos y enseñarle el lugar en el que su hermano iba a surfear. Escucharon la sirena anunciando el inicio de la competencia y lo observaron con atención y expectativa, no era que les importaran los premios, sólo querían ver a su hijo feliz. 

Cuando por fin terminó la ronda y Lucas alzó sus brazos triunfantes desde su tabla, Federico acarició a su esposa relajando los nervios que sentía al ver competir a su hijo. 

Ella era espontaneidad, desorden y ruidosa alegría, él era racionalidad, método y serenidad. Sin embargo juntos eran la combinación perfecta de risas y silencios reconfortantes, abrazos efusivos y caricias sutiles, alocados encuentros íntimos y armonía familiar. Eran todo lo que siempre habían soñado, eran mejores personas juntos y sobre todo eran capaces de compartirlo. 

-¿Ya te dije que te amo?- le  preguntó Federico sin poder evitar sonreír. 

Ella lo besó negando con su cabeza de manera divertida. 

-No aún, pero conozco una rocas acá cerca donde podrías mostrármelo....- le respondió ella feliz y ocurrente, haciéndolo reír. 

Y con el viento rozando su piel, la sal volando hasta sus labios y la arena ligera colándose entre sus dedos se miraron para confirmar lo afortunados que se sentían por la hermosa familia que habían elegido conformar y la felicidad que amar y ser amado lleva a los corazones de los que se aventuran a intentarlo. 

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