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EL silencio se apoderó de la sala por un instante. Agustina esperaba algún tipo de reacción por parte de Federico y al ver que esta no llegaba golpeó la mesa con su mano.

-¿Nada te hace reaccionar? - le preguntó frente su mirada sorprendida.

-No se que queres que te diga.- le respondió él bajando la vista, con cada vez más deseos de terminar con aquella absurda discusión.

-Me gustaría que por una vez dejes las formas, los modales y la educación de lado. La vida se merece algo más que simplemente dejarla pasar.- le respondió gritando.

-Es bueno que lo sepas, porque me parece que es justamente lo que estas haciendo.- le respondió él en el mismo tono sereno, arrepintiéndose casi al instante, no tenía el derecho de juzgarla.

Agustina se quedó petrificada, sus ojos se llenaron de lágrimas, no esperaba aquellas palabras, sabía que eran ciertas pero no necesitaba que se las dijeran, bastante mal se sentía por no poder seguir adelante.

Federico esperó unos segundos y al ver aquellas lágrimas no pudo continuar ajeno. Se acercó despacio y tomó sus manos para que lo mirara.

-No quiero dejarte. - dijo rogando que no fuera demasiado tarde, sacó la caja de su bolsillo y la apoyó sobre la mesa que los separaba.

-No quiero perder la familia que tenemos, pero tampoco quiero que sea solamente mi decisión. Antes de conocerte podía vivir sin altibajos, podía sentir que mi vida era aceptable, podía entender que mi matrimonio estaba destinado al divorcio desde el día uno, podía ejercitarme sólo, quedarme hasta tarde en la oficina, disfrutar del sexo casual… Pero ya no.- hablaba con calma pero su voz se había cargado de una emoción que nunca le había escuchado.

Agustina que no podía dejar de mirar aquella pequeña caja negra de terciopelo, finalmente lo miró a él llena de esperanza.

-Antes de conocerte creía que no me gustaban los niños, que el mar era sólo para observar, que el mate era horrible, que los domingos eran para descansar en soledad, que ninguna mujer podía hacerme sentir capaz de desear hasta volverme tan loco como para hacerle el amor en una playa, en un museo, en un ascensor… Puede ser que no me exprese como te gustaría, que vista demasiado formal, que sea demasiado ordenado, pero cambiaría todo eso si es lo que necesitas para saber que te amo.- lo dijo sin dejar de acariciarla, mirando sus ojos empañados con el único anhelo de sentir que ella también lo amaba.

Agustina sonrió demasiado feliz. Iba a besarlo y confesarle lo que sentía cuando la puerta del living se abrió y una Lola desencajada comenzó a gritarles.

-¡Ayuda! ¡Ayuda! ¡Vengan rápido! ¡Es Lucas! - decía con desesperación.

Federico corrió al piso de arriba para comprobar que el niño no se encontraba en su cama, mientras Agustina se quedó paralizada. Otra vez aquella sensación tan espantosa de no poder controlar su cuerpo la había abordado.

Federico casi la arrastró hasta la playa, corría a gran velocidad hacia la multitud que se había juntado en la orilla. El día era gris y plomizo, el viento golpeaba con salvaje fuerza y el agua del mar salpicaba sin súplica. Sus pies parecían no poder responder a la velocidad que les impartía, debía llegar allí, debía verlo, debía ayudarlo.

Con la respiración entrecortada y el pavor corriendo por sus venas presionó los brazos de una Agustina en estado de shock.

-Vos podes.- le dijo mirándola a los ojos.

-Vamos a salvar a nuestro hijo, mi amor.- le dijo con tanta convicción como desesperación.

Era su familia, era lo único que le importaba, era la vida que no pensaba abandonar y haría todo lo que fuera necesario para defenderla, protegerla, hacerla realidad y mantenerla con vida.

Antes de conocerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora