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Agustina llevaba tanto tiempo sin ir a una fiesta que todo le resultaba ridículamente ostentoso. El salón con las lujosas arañas de cristal, los miles de pétalos de flores blancas, las luces intermitentes como cortinados en cada arcada y las minúsculas porciones de exclusivos manjares que se ofrecían. 

Se había logrado acomodar el peinado, aunque su maquillaje, creía, delataría la larga sesión de sexo de la que había gozado. 

Federico se movía con total soltura, como si se encontrara en su hábitat natural, la llevaba del brazo con delicadeza, como si cualquier muestra de cariño estuviera mal vista, pero se encargaba de susurrarle lo hermosa que lucía cada vez que tenía la oportunidad. 

Le había pedido que no volvieran a hablar del tema del matrimonio, al menos hasta que terminara aquel impasse que ofrecía estar en otra ciudad y ella no había encontrado la forma de contradecirlo. Aunque le costara admitirlo se comenzaba a sentir demasiado a gusto a su lado. 

Estrechó la mano de varios ingenieros, tan rectos como él, algunos gerentes y demasiadas mujeres en pose de modelo de Instagram. Ella se sentía pequeña, su baja estatura la condenaba a pesar de los altos tacones, pero también disfrutaba del no destacar, desde hacía un tiempo creía que era lo mejor que le podía pasar. 

Disfrutaba del perfil de este mesurado ingeniero, que solía cambiar de manera considerable su semblante cuando estaban a solas. Ya conocía con detalle, la curvatura de su mandíbula, el frunce de su nariz cuando algo algo le gustaba y aquel diminuto lunar en la comisura de su labio superior. Pero también sabía que había mucho más por conocer, y cada vez estaba más ansiosa de hacerlo. 

Perdida en la hermosa vista, sin mucho interés en la conversación acerca de los nuevos avances en lo referido a los campos eólicos, escuchó una voz que le resultó familiar. Giró de manera vertiginosa, sin poder evitar que Federico lo notara y tal como había hecho la primera vez que lo había visto, salió a toda velocidad hasta el tocador para no ser descubierta por aquella mujer. 

Esta vez ingresó al baño correcto, pero lejos de sentirse a salvo, su corazón comenzó a latir a gran velocidad al notar que la puerta comenzaba a abrirse. 

-¿Agus? ¿Estás bien? - le preguntó Federico, ingresando al baño con una mano sobre sus ojos, como si pudiera llegar a ver algo que no conociera allí. 

-Sí, si, pero ¿Te molestaría si nos vamos ahora?- le preguntó ella sin moverse de su lugar. 

-No hay problema, pero ¿te pasó algo? - volvió a preguntarle bajando por fin su mano para poder verla. 

Ella negó con su cabeza pero su gesto consternado no hizo más que confirmarle que algo no andaba bien. 

La tomó de la mano y la llevó de nuevo al salón para despedirse de algunas personas por mera cortesía. 

Ella continuaba nerviosa, parecía buscar entre la gente a alguien y se cubría la cara de manera poco disimulada. 

-Dra. Aguirre, me pareció que era usted. ¿Cómo está tanto tiempo?- dijo la voz de una mujer de unos cincuenta años detrás de ellos, obligándolos a voltear. 

Agustina se quedó petrificada, apretó la mano de Federico como si él pudiera responder por ella y al notarlo él la comprendió.

-Disculpe creo que se equivoca de persona.- le dijo de manera educada a la mujer.

-¿Agustina? La Doctora Agustina Aguirre, ¿Cómo me voy a equivocar? Es la mejor emergentóloga del país.- reiteró la mujer. 

Entonces el sorprendido fue él. ¿Doctora? ¿Emergentóloga? Acaso tan poco conocía a la mujer con la que supuestamente iba a casarse. 

Agustina por fin reaccionó.

-Disculpe Doctora Alonso, un gusto verla, pero ya nos estábamos yendo.- respondió y sin dejar lugar a ningún tipo de respuesta abandonó el lugar soltando la mano de Federico, a quien esta vez sí, temía perder para siempre. 

Antes de conocerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora