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El tiempo que tardó Federico en reaccionar fue suficiente como para perderla de vista. Volvió a mirar a aquella doctora en busca de alguna respuesta que, enseguida comprendió, no estaba dispuesta a darle. Se disculpó con elegancia y lo dejó preso de un nuevo sentimiento, otra vez. Tenía una creciente necesidad de ayudar a Agustina. Su mirada tan triste, su actitud de temor frente a aquella mujer y la forma en que había presionado su mano no hacían más que confirmar aquella nueva sensación de protección. 

Llegó a su habitación con la esperanza de encontrarla y al no hacerlo tomó su teléfono para llamarla.  Con el correr de los minutos y la falta de respuesta su acostumbrada calma comenzó a peligrar. Se deshizo del moño y la chaqueta, se arremangó la camisa y se lavó la cara buscando algo de claridad. 

Repasó la conversación en su mente intentando encontrar algún indicio. Recordó los apellidos, intentó descubrir con quién estaba casada aquella mujer y comenzó a googlear cada uno de los detalles. 

Recorría los diferentes resultados con desesperación, mientras volvía a chequear su celular con frecuencia. 

Descubrió que la Dra. Alonso era la esposa del ingeniero Sanchez Caballero, un hombre que llevaba varios años en la empresa. Había charlado en alguna oportunidad con él y en seguida pudo dar con una de sus redes sociales. Agradeció que el hombre fuera aficionado a la pesca y encontrara divertido mostrar las fotografías de los productos obtenidos. Llegó a las redes de su mujer y así a la de otras médicas más jóvenes. 

Alguna vez había leído que sólo siete personas nos separan del resto y al ver aquella foto comenzaba a creer que algo de verdad escondía aquella frase. Una joven y sonriente Agustina posaba con el pelo algo más oscuro, luciendo un ambo celeste, el estetoscopio en su cuello y aquellas zapatillas acordonadas que aún solía vestir. Continuó pasando las fotografías y si bien el contexto era otro, su rostro era parecido, incluso más iluminado que el que él conocía.

Llegó a un video en el que escuchar su risa lo atravesó reavivando la necesidad de verla. 

En el video parecían estar en una sala de médicos, ella lucía cansada pero feliz, el hombre que filmaba anunciaba que había cumplido 36 horas de guardia y continuaba con vida y ella se reía, presa del  narcótico efecto que la falta de sueño puede generar, pero con la satisfacción de haber cumplido con su deber. El hombre continuaba hablando anunciando que estaba frente a la ganadora del último premio de la academia, el Global Young Academy, por su último trabajo de investigación y eso la convertía en la nueva promesa de la medicina argentina. Tal como sospechaba, ella se sonrojaba con humildad y tapaba la cámara con su mano.

Federico continuó mirando imágenes, parecía tratarse de otra persona, de otra vida. Aunque su sonrisa era muy similar, se mostraba mucho más libre y auténtica, como si la Agustina que él conocía temiera mostrarse como en realidad era, como si se esforzara por esconder una parte de ella, como si estuviese viviendo la vida de alguien más. 

Volvió a recorrer las imágenes y la fachada del Hospital de Clínicas despertó una idea, algo descabellada, pero la única que podía ofrecer algo en su búsqueda. 

Se puso una campera sobre la ropa de vestir y subió a su auto. Con la bruma de la poco afable madrugada de otoño amenazando su recorrido, estacionó sin problemas en la puerta de aquel hospital, que como era de esperar estaba cerrada, anunciando que sólo se podía ingresar por la guardia. Se debatió unos segundos y cuando iba a entrar por fin la vio. 

Estaba sentada en el umbral de la puerta de un negocio, también cerrado. Con sus brazos atrapando sus piernas y la cabeza sobre sus rodillas, tenía la mirada perdida y la piel erizada víctima de la baja temperatura. No fue hasta que él la tocó que pudo advertir su presencia. 

Lo miró con los ojos vidriosos y en seguida arrugó sus labios conteniendo la tristeza. 

-¿Trabajabas acá?- le preguntó él sin dejar de mirarla. 

Ella asintió con la cabeza sin poder responder. 

-¿Lo extrañas?- volvió a preguntar él frotando sus brazos para darle algo de calor. 

Ella entonces alzó sus cejas en señal de sorpresa, no estaba segura de lo que sentía. Llevaba algo más de tres años lejos de aquella profesión que tanto había amado y sin embargo, en ese momento, frente a aquel hombre que lograba desordenar sus pensamientos con tan solo tocarla, no estaba tan segura de extrañarlo. 

-Vamos a casa.- le dijo Federico al ver que no era capaz de responder. 

Ella se dejó guiar, había llorado tanto que no tenía fuerzas para reaccionar. Vamos a casa recordó en su mente, otra vez la invitaba a una casa y no terminaba de comprenderlo, sin embargo, tenía la certeza de que aquello era justo lo que necesitaba. 

Llegaron al hotel en silencio y ni bien cruzaron la puerta de la habitación, él se dirigió al baño. Abrió la canilla para comenzar a llenar la inmensa bañera y volvió para comenzar a desvestirla. 

Ella quiso protestar, pero no encontró las fuerzas. Estaba comenzando a salir del estado de shock y el frío que había pasado durante las largas horas que estuvo sentada en aquel gélido cemento comenzaba a dañarla. 

Federico la desnudó con calma, acariciando cada centímetro de su cuerpo con dulzura y cuando tomó su mano para llevarla hasta el baño, le dio un corto beso sobre aquel tatuaje que adoraba. 

Ella se sumergió en el agua que parecía devolverle la vida de a poco. Él no dejó de mirarla ni un segundo y cuando por fin la vio sonreír, él lo hizo también. 

-No tenes porque hacer esto.- le dijo ella con sus labios aun temblando. 

-Ya se.- le respondió él arrodillado a su lado pasando sus dedos por sus labios para intentar que dejaran de moverse. 

-Seguro tendrás muchas preguntas.- volvió a decirle ella tomando su mano para apartarla. 

-Ya veremos. Lo importante es que te sientas mejor. No voy a pedirte nada Agustina, nada que no quieras. Dejate mimar por alguien que está aprendiendo a hacerlo. - le pidió y cuando iba a comenzar a levantarse ella tiró de su camisa para acercarlo a su boca. 

Lo besó con fervor y necesidad, lo empujó hasta el agua y lo acarició con premura. Él, sorprendido, intentó separarse pero ella no se lo permitió.  Después de tanta frustración y tristeza aquel hombre era el único capaz de hacerla reaccionar. Comenzaba a sentir que lo necesitaba, comenzaba a sentir que ya no sólo lo deseaba en su cama, presentía que se estaba enamorando y como no se animaba a decirlo, quería demostrárselo. 

La prisa la llevó a arrancar los botones de la camisa, desabrochó su pantalón y antes de él que pudiera reaccionar continuó besando su tronco, su abdomen y volviendo su vista hacia arriba se introdujo su miembro erguido en la boca, para comenzar a moverse y darle más y más placer. 

Nuevamente en el último lugar de aquella habitación que Federico hubiese elegido, con la mitad de su ropa empapada se dejó llevar por esta mujer que lo llevaba al límite del goce con tan sólo mirarlo. Estaba a punto de llegar al clímax cuando se apartó lentamente, apelando a todo su autocontrol, se sentó en el agua y la tomó de sus firmes glúteos para penetrarla al mismo tiempo que sus brazos la atraparon con presión.  

-Agus…- le dijo sin poder terminar la frase. 

El orgasmo los asaltó casi al mismo tiempo. 

Sin dejar de abrazarlo ella volvió a besarlo. Él retiró un mechón de pelo húmedo de su frente y sonrió. 

Ella lo imitó.

Si creía que su condición para aceptar aquel alocado matrimonio era posible, acaba de descubrir lo difícil que resultaría. 

Antes de conocerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora