La semana pasó bastante rápido para Federico. Le habían asignado una oficina con la hermosa vista de la que ya creía no poder prescindir. Había organizado el trabajo en menos tiempo del esperado, por lo que iniciaría con su recorrido por los astilleros y para ello se trasladaría a una oficina que le habían ofrecido en el puerto.
Llegó temprano en la mañana para encontrarse con los múltiples pescadores y trabajadores que parecía llevar allí largo tiempo ya. Apenas el rugido del mar y el rugido de los lobos marinos le hacían saber que se encontraba en la costa, ya que la niebla era espesa a esa hora. Estacionó su auto en la puerta del edificio que le habían indicado y bajó agradecido de llevar su saco puesto. Sabía que la temperatura iría aumentando y sin embargo a esa hora su cuerpo demanda aquel abrigo.
Entró al lugar con el sello de la compañía hasta en el letrero que anunciaba la recepción y al no ver a nadie continuó camino. Pudo ver una especie de museo a uno de los laterales y una gran escalera que conducía a la única planta que alojaba algo parecido a una oficina. Cuando iba por la mitad del recorrido un hombre de uniforme desprolijo y cara de dormido comenzó a llamarlo con insistencia.
-Eh, señor ¿A dónde va?- le preguntaba mientras hacía un esfuerzo por alcanzarlo.
-Buenos días- le respondió Federico con calma, aguardándolo para estrechar su mano.
-Soy Federico Inchausti, el nuevo ingeniero de la compañía.- se presentó antes de que el hombre pudiera hablar.
-Ah, ingeniero. Buenos días, no lo esperaba tan temprano.- le respondió cuando logró recuperar su aliento.
-No se preocupe, calculo que me puedo instalar aquí.- le dijo Federico señalando lo que creía sería su oficina las próximas semanas.
-Si, si, claro, siéntase como en su casa. En aquella oficina trabaja Jorge, y las chicas del museo llegan alrededor de las nueve. Si desea un café u otra cosa, alguna de ellas se lo puede alcanzar.- le explicó el hombre que iba encendiendo algunas luces a su paso.
Federico le agradeció y comenzó a alistar el lugar en el que debía trabajar. Era una oficina pequeña, limpia pero algo desordenada para su gusto. Acomodó algunos papeles que había sobre el escritorio, corrió los escasos objetos que intentaba simular una decoración y corrió el perchero para que no aletrara la vista. Si bien era un sólo piso, se podía ver el puerto y el mar con su escollera de rocas desde aquel lugar.
Se concentró en el trabajo con su habitual pericia perdiendo la noción del tiempo, el sol ya iluminaba el horizonte y el aumento de la temperatura del lugar comenzaba a sentirse. Buscó el mando del aire acondicionado y al no dar con él, recordó que el hombre de seguridad, que resultaba llamarse Pedro, le había dicho que buscara a las empleadas de la recepción ante cualquier duda.
Bajó con pausa, observando el inmenso hall. Las puertas del museo estaban abiertas y una señora de uniforme formal ocupaba el escritorio de la recepción. Al verlo se apresuró a ponerse de pie para saludarlo.
-Hola Señor Ingeniero, ya pensé que no llegaría a conocerlo. ¿Está cómodo en la oficina? ¿Desea un café?- le preguntó la mujer con genuina simpatía. Federico le ofreció su mano con formalismo y leyó su nombre en el prendedor que llevaba en la solapa.
-Encantado señora Aida. Solo buscaba el control para encender el aire acondicionado, pero ahora que lo menciona un café me vendría muy bien, gracias.- respondió logrando que la mujer sonriera aún más.
En ese momento la puerta se abrió y un grupo de turistas ingresó para visitar el museo.
Aída les hizo un gesto de bienvenida y antes de acercarse para recibirlos volteó para hablarle a Federico.
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Antes de conocerte
RomanceFederico es un estructurado ingeniero naval, solitario y de reglas claras, recientemente divorciado de una abogada muy parecida a él. Cuando es trasladado a la ciudad de Mar del Plata para un trabajo porvisorio conoce a Agustina, una joven mesera, q...