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Al día siguiente Agustina se encontraba con su cabeza apoyada sobre sus brazos cruzados en al mesa de la pequeña cocina del museo. Intentaba que sus ojos no se cerrarán, pero la misión parecía imposible. 

En la madrugada, Federico la había llevado hasta su casa y luego de devolverle su vieja bicicleta se había despedido sin el más mínimo indicio de dónde estaban parados. 

Temía encontrarlo tanto como lo deseaba. Se sentía presa de una nueva sensación que la acompañaba, la de no poder dejar de pensar en alguien aunque así lo quisiera. 

La puerta de la cocina se abrió y se limitó a levantar su brazo para enseñarle su palma a su compañera. 

-Cinco minutos más, por favor, estoy demasiado agotada.- dijo sin levantar su cabeza. 

-Y yo que pensaba que su juventud la ayudaría.- dijo la voz de Federico logrando que Agustina se levantara de su silla como si la misma tuviera un resorte. 

-Federico.- dijo y al verlo tan hermoso como la noche anterior su frustración fue aún mayor. ¿Cómo era posible que no tuviera ni siquiera sus ojos hinchados? pensó. 

Su rostro le transmitió todo lo que pensaba, por lo que la sonrisa que llevaba Federico fue reemplazada por la preocupación y no pudo evitar acercarse. 

-¿Estás bien? - le preguntó apoyando una mano sobre su brazo. 

-Es que no puedo creer que te hayas acostado a la misma hora que yo y no se te note.- le dijo ella con auténtica indignación. Entonces aquella sonrisa que tanto le gustaba volvió a aparecer. 

-Soy un buen simulador, en realidad me muero por dormir una larga siesta.- respondió él y cuando iba seguir su instinto de besarla la puerta volvió a abrirse. 

-En seguida le llevo su café.- se apresuró a decir Agustina, girando para comenzar a preparar uno con disimulo.

-Gracias, Agustina.- respondió él siguiendole el juego, no se oponía a ocultar lo que había pasado entre ellos, de hecho nunca había estado con alguien con quien compartiera su trabajo para evitar futuros encuentros y sin embargo en esta oportunidad estaba agradecido de poder volver a verla.

Antes de irse abrió la alacena y le entregó él mismo el frasco de café, recordando que la última vez no había podido alcanzarlo.

-La espero.- le dijo demasiado cerca para luego salir con su habitual gesto de seriedad. 

-¡Qué seriedad lleva el ingeniero!- dijo Paula, la compañera y amiga de Agustina mientras se sentaba en la mesa y se sacaba uno de los zapatos de taco para estirar los dedos de su pie. 

Agustina sonrió aún de espaldas, si lo conociera como ella no diría lo mismo, pensó divertida. 

Terminó de preparar el café y comenzó a salir de la cocina.

-Dijo Jorge que si queres podes irte antes hoy.- le dijo su amiga logrando que ella se detuviera. 

-No me mires así, sólo fue una mentirita piadosa, le dije que Lucas tenía que entrenar y se mostró encantado en que lo acompañes.- le explicó su amiga con una exagerada sonrisa que reclamaba piedad. 

-No Pau, sabes que no me gusta pedir favores.- le respondió Agustina, aunque en el fondo le venía genial un poco de descanso. 

-Dale Tina, nunca pedís nada, no se que pasó anoche y no te voy a presionar para que me lo cuentes pero ese cuerpito pide a gritos un descanso.- le dijo su amiga con una pícara sonrisa.

Agustina por fin sonrió. 

-Gracias.- le respondió por fin y continuó camino hasta la oficina de Federico. 

Golpeó la puerta con unos toques y al ser invitada ingresó con el café en sus manos. Federico se puso de pie ni bien la vio y como si estuvieran imantados sus cuerpos se acercaron ajenos a sus propias voluntades. 

-Parece que tus deseos se me hicieron realidad.- le dijo ella con una sonrisa divertida.

-¿Cómo es eso?- le preguntó él mirándola sin animarse a tocarla todavía.

-Me acaban de dar la tarde libre y creo que me voy a dormir una larga siesta...- le dijo ella  exagerando su gesto de orgullo. 

Federico se apoyó en el escritorio y la observó con sus labios apretados ligeramente curvados hacia arriba. 

Ella alzó ambas cejas sin terminar de comprenderlo. 

-¿Y si no te dejara?- le dijo él con falsa seriedad. 

-Lamento decirle que mi jefe acá es Jorge y ya me autorizó a salir más temprano.- respondió ella sin terminar de entenderlo del todo. 

-No lo digo por eso.- respondió él tan inquietante como seductor.

-No entiendo.- dijo ella mordiéndose el labio inferior sin ganas de abandonar aquella oficina. 

-Digo que podría tomarme la tarde libre también y te aseguro que no te dejaría dormir.- respondió él con una oscuridad arrolladora en su mirada. 

-Ah no, ¿Por qué? ¿Qué me haría? - le dijo ella con provocación. 

El sonrió de lado, otra vez estaba en un juego al que jamás había jugado, aquella mujer lo estaba llevando a demasiados lugares desconocidos. 

Estiró su mano y la acercó para colocarla entre sus piernas. 

-Digamos que primero te sacaría este uniforme tan sentador como inoportuno.- dijo pasando su mano por aquella falda para rozar su trasero. Ella lo dejó adentrándose en aquellos ojos cada vez más cargados de deseo. 

-Después te llevaría por fin a mi habitación para recostarte sobre mi confortable cama y recorrer cada centímetro de ese hermoso cuerpo que tenes, primero con mis dedos y después con…- pero no puedo terminar porque ella lo besó con toda la pasión que sus palabras habían encendido. 

Quiso hacerla suya ahí mismo, pero una cosa era la playa o una alfombra, y otra muy diferente era el trabajo. No iba a permitir que nadie pensara mal de ella. No, aunque lo deseara más que a su vida. 

Separó sus labios con delicadeza dejando sus manos en sus mejillas. 

-¿Qué me estás haciendo Agustina? - le dijo sin saber muy bien si se lo preguntaba a ella o a sí mismo. 

-¿Nos vamos de acá? - volvió a preguntar bajando sus manos para entrelazar sus dedos con los de ella, que presa de todo lo que despertaba aquel hombre en ella sólo pudo asentir con su cabeza una vez más.

-¿Me queres esperar en la esquina?- le dijo él comenzado a juntar sus cosas del escritorio. 

Tuvo que mirarla para saber que asentía y volvió a acercarse para mirarla a los ojos. 

-¿Estás bien?- le preguntó algo preocupado. Entonces ella por fin habló.

-Sí, si. Pero te juro que yo nunca, nunca hago algo así.- le dijo intentando justificar su alocado comportamiento. 

-Te creo, porque a mi me pasa lo mismo. Pero ¿por qué escapar? - le preguntó él volviendo a la tarea de guardar sus cosas. 

Ella por fin se convenció. Lo abrazó por la espalda sorprendiendolo un poco. 

-Espero que cumplas tus palabras entonces - le dijo al oído con sobrada sensualidad, para salir después de la oficina con el único deseo de volver a verlo lo más rápido posible.

Antes de conocerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora