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Las semanas comenzaron a correr con sospechosa calma. Federico se encargaba de llevar a Lucas al colegio cada mañana y luego continuaba camino hasta la naviera. Había abandonado la oficina del puerto, por lo que rara vez se cruzaba con Agustina allí. 

Por las tardes, se dedicaba a entrenar en el gimnasio y luego, como si hubiese encontrado algún tipo de nuevo sabor en su vida, se dirigía a la playa para observar el entrenamiento de Lucas.  

Cenaban los tres en la casa, en general algo rápido que Agustina intentaba prepara  muchas veces con poco éxito.

Por eso no resultó raro que con el correr de los días, Federico comenzara a llenar la heladera de vegetales y cortes de carne que él mismo preparaba con entusiasmo. 

Lucía se había mostrado errática.  La habían visto un par de veces en la playa, dónde intentaba entablar una conversación amigable con Lucas, quien a pedido de Agustina la escuchaba y permanecía a su lado, no sin voltear con frecuencia para mirar en la dirección en la que ella estaba, buscando la seguridad que tanto necesitaba. Las despedidas siempre traían alguna crítica de parte de esta mujer, que miraba con desprecio a Agustina e intentaba coquetear con Federico cada vez que podía. Luego desaparecía por varios días. No respondía los llamados y se ausentaba de las citas, haciendo que el dañado corazón de Lucas, consiguiera una nueva cicatriz. 

Federico documentaba cada ausencia y se la enviaba a Laura para sumar pruebas al expediente, que según le había informado su ex mujer, avanzaba bastante bien.  

La convivencia parecía amable, pero la tensión entre los flamante esposos crecía sin interrupción. Conversaban animadamente durante la cena, organizaban paseos durante los fines de semana y compartían alguna película juntos con la Lucas frecuentemente se dormía. 

Ella lo miraba con disimulo conteniendo el deseo irrefrenable de volver a tener sus labios, él podía describir cada uno de sus gestos. Le encantaba mirarla mientras le explicaba alguna tarea a Lucas o cuando intentaba cocinar algo nuevo y los resultados no eran los esperados o simplemente cuando sentía su mirada disimulada. Presentía que aquella tristeza con la que cargaba desde que había dejado su antigua vida atrás comenzaba a borrarse de a poco. Se moría por mostrarle lo que sentía, aún guardaba aquellos anillos con la ilusión de hacerlo correctamente alguna vez, pero fiel a sus principios, respetaba su decisión. 

Agustina por su parte, se estaba volviendo loca, sabía que ella le había pedido que no mezclaran las cosas y sin embargo anhelaba que no le hiciera caso. Comenzaba a pensar que a lo mejor él no sentía lo mismo. ¿Cómo podía resultarle tan fácil? Había comenzado a elegir sus atuendos, a modo de provocación pasiva y si bien lo había descubierto mirándola con ese descaro que tanto extrañaba, no terminaba de lograr que intentara rozarla siquiera.  

Ese sábado era el último antes de la competencia de Lucas y el niño había insistido tanto que allí estaban, los tres en la playa, soportando el implacable viento en sus caras, mientras Agustina se preparaba para chequear si era seguro entrar al mar. 

Salió del agua luego de unos minutos con su tabla bajo el brazo y se sorprendió al ver a Federico luciendo un traje como el que tenía Lucas. 

-¿Qué haces así vestido?- le preguntó sin poder contener la risa. Federico era alto y atlético, ni siquiera vistiendo aquel ajustado traje dejaba de verse elegante. 

-Creo que Lucas me convenció.- le respondió él con exagerada convicción. 

-¡Dale Tina, enséñale! - le pidió Lucas juntando sus manos en forma de plegaria. 

-¿Estás seguro? - volvió a preguntarle ella alzando sus cejas. 

- Por supuesto.- respondió él tomando su tabla con ambas manos.

El día estaba soleado, pero el viento hacía que la temperatura se sintiera demasiado baja. Agustina apoyó su tabla sobre la arena y le pidió que haga lo mismo. 

-Para comenzar hay que intentarlo acá.- le explicó y comenzó a mostrarle los movimientos básicos, acomodando su postura y bromeando con cada comentario de un Federico que se mostraba mucho más suelto cada día.

Cada contacto de sus cuerpos parecía una pincelada de fuego que dejaba su marca tatuada, cada sonrisa, cada mirada los alejaba más de aquella tonta condición. Cada momento compartido los convencía de que aquella locura no había sido tan desacertada. 

Finalmente se metieron al mar. Lucas se quedó en la orilla, Agustina tenía la condición de que siempre alguien lo hiciera en caso de que fuera requerida ayuda. Los grababa con su teléfono celular, mientras internamente no dejaba de desear que aquella familia fuera real. 

Ya sabía que amaba a Agustina. daría su vida por ella, pero verla tan feliz junto a Federico había comenzado a generarle una estima especial por él. Era serio, pero amable. Siempre lo dejaba elegir la música en el auto, le había comprado una colección de barcos en miniatura y los domingos los armaban juntos y sobre todo se interesaba por lo que le pasaba. Le preguntaba por sus días en el colegio, por su preparación para la competencia y por cualquier tema del que él quisiera hablar. Lo quería, no necesitaba caricias o besos para saberlo. Lo quería en la familia que siempre había soñado. 

Al cabo de una hora Federico y Agustina salieron del mar, con sus cabellos mojados y pegoteados por la sal y su piel arrugada víctima de la larga exposición al agua.

-¿Cómo pueden disfrutar de esto? .- preguntó Federico prácticamente arrojándose sobre la arena respirando agitado.

-¿Cómo puede no gustarte? - le preguntó Agustina recuperando su aliento también. 

-Estoy empapado, tengo sal en la boca y arena por lugares de mi cuerpo insólitos, por no agregar que me siento exhausto.- dijo pasando una mano por su frente para secar el sudor. 

-¿En serio crees que eso es tener arena?- le dijo Agustina divertida mirando a Lucas con complicidad. 

Federico levantó la vista presintiendo que estaba tramando algo y antes de que pudiera reaccionar, ambos se abalanzaron sobre él, recostandolo sobre la arena de manera divertida para cubrirlo con la misma sin pausa. Federico intentó resistirse pero rápidamente entró en el juego, alzándolos con sus fuertes brazos para devolverles el gesto. 

Se reían, se divertían, lo disfrutaban. Rápidamente logró que Lucas cambiara de bando y juntos comenzaron a atacar a Agustina que suplicaba por clemencia sin dejar de reir. 

Cuando Lucas se apartó un poco para buscar el celular con ganas de inmortalizar aquel momento, Federico, que había logrado dejar a Agustina rendida sobre la arena y contenía sus brazos sobre su cabeza con una sola mano, corrió el cabello de su cara con lentitud. Se moría por besarla y sus ojos ya no podían ocultarlo. Ella tampoco podía disimular, se movió con estrategia para que sus cuerpos se alinearan justo como deseaba y entrecerró los ojos para invitarlo a cumplir su fantasía. Él continuaba mirándola, su cuerpo comenzaba a reaccionar a la cercanía y lo traicionaba como si fuera un adolescente. Volvió a acariciar su rostro y cuando estaba a punto de rendirse, la arena levantada por el viento los obligó a apartarse para sacudirse.

-¡Digan whisky!- gritó Lucas apuntando con el celular hacia los dos que sonrieron intentando ocultar lo que en verdad deseaban. 

Antes de conocerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora