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Federico había pasado una noche horrible. Se culpaba por no haber insistido en acompañar a Agustina, por haber faltado al trabajo, cuando jamás lo hacía y por no poder manejar sus pensamientos. Sólo el recuerdo de sus escasos encuentros le devolvía algo de paz que se esfuma al recordar la forma en que se había ido.

Llegó al edificio del puerto con la esperanza de volver a verla y el letrero que anunciaba que los días miércoles el museo permanecía cerrado terminó de agotar su humor. Preso de sus propias formas, saludó con cortesía a Aída y se encerró en su oficina para ocuparse en lo que mejor sabía hacer: trabajar.

Las horas fueron lentas y tediosas, no entendía cómo se podía pensar en alguien todo el tiempo, sobre todo si era alguien a quien apenas conocía.

Jorge pasó a saludarlo y nuevamente su máscara de caballero lo protegió para entablar la clásica conversación con camaradería, hasta que finalmente llegó la tarde y tomó sus cosas, para salir con desesperación del edificio.

Pensaba ir a su departamento, cambiarse y ejercitar durante dos largas horas y sin embargo se encontró estacionando a la vera de aquella playa que tanto contrastaba con su pantalón de vestir y su camisa entallada.

Con una dura batalla librándose en su interior, se sacó los zapatos y comenzó a caminar por la arena en busca de algo o alguien que rápidamente pudo encontrar entre las múltiples cabezas que se asomaban en el mar.

-Supongo que no viene a tomar clases.- dijo la voz de una mujer algo mayor que Agustina enfundada en un traje de neoprene hasta la cintura.

-Eh.. No, yo...- comenzó a decir cayendo en la cuenta de que en realidad no tenía ninguna excusa para estar allí.

-¿Viene a buscar a uno de los chicos? Aún faltan veinte minutos. - volvió a preguntarle Lola, mientras terminaba de acomodar las tablas en uno de los rincones.

-En realidad quería saber si Agustina y su hijo estaban bien. Ayer tuvimos un problema en la naviera y se retrasó para recogerlo.- comenzó a explicarle Federico sin sacar la vista del mar.

Entonces Lola dejó lo que estaba haciendo y lo miró con algo de suspicacia.

-Si, un problema en la naviera...- le dijo irónicamente.

Federico volvió su vista hacia ella y agradeció llevar gafas de sol, ya que aquella mujer comenzaba a intimidarlo un poco.

-Bueno, veo que están bien, mejor me voy.- dijo con resignación.

-Espere, Ingeniero. Quédese, justo iba a preparar un mate y Agustina no tardará en regresar.- le sugirió por fin sonriendo.

-Te agradezco, ¿Lola, no? Pero no me gusta el mate, creo que mejor me voy. Y por favor, tuteame y llamame Federico que bastante viejo me siento en un lugar como este.- le respondió con algo parecido a una sonrisa.

-La edad es la actitud, estoy segura de que soy mayor que vos.- dijo Lola sirviéndose el primer mate y haciendo alarde de su look.

-Estaría bueno que te quedaras.- agregó como si sus palabras no tuvieran peso.

Federico la miró con algo de duda y finalmente habló:

-No se si Agustina quiere que me quede. - le confesó a aquella mujer que comenzaba a caerle bien.

-Si no te quedas no vas a poder saberlo. - dijo bebiendo el primero de los mates de aquella tarde.

Federico, entonces, decidió intentarlo. Parado bajo el sol que no se dignaba a caer observó a Agustina moverse en el mar con destreza y disfrutó de sus gestos de complicidad con sus pequeños alumnos.

Antes de conocerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora